El insulto de Estado Metáforas sexuales y cada vez más agresiones: ¿a dónde apunta la escalada del discurso de Milei?


 

Por Nicolás Cassese y Paz Rodríguez Niell



El sábado de la semana pasada Javier Milei estaba exultante. Su discurso en La Rural para anunciar la baja de retenciones acababa de ser ovacionado cuando él se sentó en el estudio vidriado que Radio Mitre montó en el predio de Palermo para dar una entrevista. “Contento, haciendo el mejor gobierno de la historia”, se ufanó apenas Marcelo Polino le preguntó cómo estaba. Luego, pidió que sacaran la reja para que la gente pudiera acercarse. La charla era amable. Sin embargo, el tono de Milei pronto comenzó a escalar.

Click aqui: audio de el presidente Javier Milei

Fuente. La Nación.ar

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“Pelotudos, imbéciles, ignorantes”, disparó contra los que desconfían de la capacidad de innovación del campo. Nadie lo contradecía, ni lo seguía en su diatriba, pero el Presidente fue aún más allá. A los diez minutos ya estaba hablando de “degenerados hijos de puta” y a los 20 lanzó la primera de su metáforas sexuales: “le rompimos el culo”. En las casi dos horas y media de entrevista, Milei usó siete veces la imagen de “romper el culo” como sinónimo de dominio sobre sus adversarios políticos.

“No quiero ser grosero con la respuesta, porque como le dicen la pastelera, la pastelera le llenó de crema…”, dijo para responder sobre su hermana Karina. Además de la gente que sintonizaba la radio, del otro lado del vidrio lo escuchaba una multitud de familias con niños de paseo en una soleada mañana de vacaciones de invierno.

Los insultos no son una estrategia nueva en Milei. Fueron su carta de presentación en los programas de televisión con los que se hizo famoso, formaron parte de la retórica contra la casta que lo llevó a la presidencia y se mantuvieron durante su primer año de gobierno. En sus primeros 12 meses en la Casa Rosada, el Presidente lanzó 4149 insultos y descalificaciones contra quienes identificó como adversarios.

Lejos de amedrentarse, este año Milei aumentó su retórica belicosa: en los últimos 100 días dio 28 entrevistas y discursos en la Argentina en los que incluyó 611 insultos. Lo novedoso es que, en esta escalada, el Presidente también se volvió más chabacano: 57 de esos insultos utilizaron términos sexuales. Analistas del discurso político coinciden en que las diatribas de Milei tienen la virtud de que se perciben como auténticas, no impostadas, y en que operan como útiles distractores, pero advierten que funcionan sólo por un tiempo.

La escalada verbal de Milei

El Presidente subió el tono y la cantidad de sus insultos

 

En términos del politólogo y consultor político Pablo Touzón, el discurso de Milei es como “una droga, que requiere que se vaya aumentando su dosis para provocar el mismo efecto”. Touzón sostiene que “la narrativa genera su propia inflación” y que si se mantiene igual, hay un efecto aburrimiento. “Solo queda subir. Y ya no queda mucho”, dijo.

El año pasado las referencias sexuales eran esporádicas y por lo general, metafóricas. En los últimos tiempos, sobre el ya generalizado “mandriles”, se impone la versión más explícita de “culo rotos”. Y no sólo son más directos, los insultos sexuales también son más. La tasa de insulto sexual pasó de 0,70 por hora en su primer año de gobierno a 1,62 por hora en los últimos 100 días. Casi todas son metáforas alrededor de la idea del coito anal como elemento de sometimiento.

Milei tuvo un estilo similar al de La Rural durante su trasnochada de seis horas en el programa de streaming de Daniel Parisini, el Gordo Dan, el 8 de mayo, donde lanzó 175 insultos. 35 de ellos fueron de índole sexual. Algo parecido ocurrió en su excéntrica visita a El troncal de las mascotas, un programa de Neura. El Presidente apareció con un mameluco de YPF y acompañado de Conan, uno de sus perros. Esa tarde disparó 80 insultos.

El “lenguaje cloacal” que recurre con insistencia a “la concepción del coito como un recurso de sometimiento y humillación impuesto a quienes disienten” -en los términos de Santiago Kovadloff-, es un discurso inédito en la historia de los presidentes argentinos, excepcional en la política mundial e incluso llamativo como parte del lenguaje de un hombre de 54 años.

Esta excepcionalidad dispara una serie de preguntas. ¿Por qué habla así? ¿Es desborde o método? ¿Le resulta eficaz en su esquema de construcción de poder? ¿Qué efecto genera en la sociedad? ¿A la gente le resulta gracioso? ¿Es un recurso que, por reiteración, puede agotarse?

¿Los insultos son efectivos como estrategia política?

El insulto fue parte medular de la estrategia que en apenas dos años catapultó a Milei de los paneles de televisión a la Casa Rosada. Después, carente de los resortes institucionales tradicionales que garantizan la gobernabilidad (un núcleo significativo de legisladores, gobernadores y un partido político sólido), la retórica del Presidente -con sus hipérboles, sus demonizaciones, sus metáforas bíblicas y también sus insultos- se convirtió en una herramienta central de su construcción de poder y, por el momento, mantiene un alto índice de adhesión entre sus simpatizantes.

Así lo comprobó la analista de opinión pública Mora Jozami en su última encuesta: el 75% de los votantes de Milei en el ballotage de 2023 concuerda con las formas del Gobierno. “En su núcleo duro no hay agotamiento. Sí lo hay en los votos prestados, que son los del Pro”, dice Jozami, que trabajó en el gobierno de Mauricio Macri.

La misma encuesta muestra que, en la población en general, el rechazo a los modos de Milei es más fuerte entre las mujeres: 61% están en contra y 33% a favor, dato que se acentúa entre las mujeres de más de 50 años. Entre los varones, la opinión está más dividida: 47% están a favor y 48% en contra. Los varones menores de 30 son quienes más celebran las formas de Milei.

Para el politólogo Andrés Malamud, el discurso violento del Presidente puede resultarle efectivo en tanto funciona como “una cortina de humo”. “Hablamos de los insultos de Milei y no de cómo está subiendo el dólar”, dice. El lingüista y lexicógrafo Santiago Kalinowski, director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras, coincide en este punto: “Es como un show de pirotecnia. Está diseñado para acaparar la atención del público y te impide ver alrededor. Son 15 minutos en los que te encanta, te sorprende, pero cuando pasaron una hora o dos, te empieza a saturar”.

Según Touzón, no es llamativo entonces que Milei suba el tono de su discurso cuando, en paralelo, más acuerda con “la casta”, cuando su hermana pacta con Cristian Ritondo o elige candidatos con Sebastián Pareja. “La forma de compensar es que crezca el personaje”, dice Touzón. Para Julián Gallo, consultor en comunicación, el lenguaje del Presidente es “performático”. Esto quiere decir que los exabruptos no son sólo impulsos retóricos, son acciones que funcionan como actos políticos. Su retórica delimita enemigos, refuerza su identidad, interpela a su base y desafía los límites institucionales. “Las palabras de Milei son nítidas, contundentes y, al alejarse de las formas de los políticos más tradicionales, generan una sensación de autenticidad muy efectiva. Ahí radica su tremenda efectividad comunicacional”, dice el exestratega digital de Macri durante su presidencia. Gallo destaca que la mayor aspiración de un político es proyectar una imagen lo más parecida a lo que de verdad son, lograr autenticidad.

En la misma línea, Kalinowski afirma: “Es la retórica de la espontaneidad: si se te escapa, es porque realmente lo estás pensando. Pero el juego de la autenticidad emocional es peligroso. El día que parezca obvio que es una sobreactuación, se cae todo. No sabemos a dónde puede llegar eso. No parecen quedar muchos escalones. Ya dijo que todos los homosexuales son pedófilos: eso puede vislumbrarse como el techo de este discurso”.

¿Hasta dónde llegan los efectos de este discurso?

Kovadloff es lapidario en su juicio sobre el lenguaje del Presidente. “Las figuras verbales de las que se vale el Presidente de la Nación para caracterizar a sus adversarios son de una irresponsabilidad cívica indigna de su investidura”, considera. El ensayista inscribe la retórica de Milei como parte de un “descomunal empobrecimiento del debate político que no puede menos que debilitar los principios fundamentales de la democracia”.

Además de su efecto sobre la esfera política, la forma de expresarse del Presidente influye sobre el sentido común del lenguaje habilitado en los medios, las redes sociales y los ámbitos privados. “Las palabras procaces y los insultos han aumentado significativamente en la conversación pública. En los intercambios de la vida cotidiana, pero sobre todo en los medios y en las redes, estas expresiones ya no se sienten como cuerpos extraños que sorprenden y que, por salirse de las formas de la cortesía en el trato, causan rechazo”, dice Silvina Marsimian, magister en Análisis del Discurso y exvicerrectora del Colegio Nacional de Buenos Aires.

“Los que educamos -agrega- sabemos que las polémicas que se organizan en torno de la agresión verbal y de la baja calidad argumentativa son espectáculos violentos, no actos que nos permiten crecer y avanzar como personas. El insulto nos estanca en posiciones rígidas mantenidas a golpes por las que no fluye nada nuevo. El pueblo es como la lengua que habla.”

Malamud lo explica con el concepto de “la ventana de Overton” y dice que la están abriendo “todas las derechas del mundo”. Explica: “Lo que era impensable se torna pensable y después, realizable”. Para el politólogo, no obstante, “lo fundamental es saber si existe un efecto contagio; si los funcionarios de Milei van hacer lo mismo, si este tipo de discurso prende en el sistema político”, más allá de lo que pase en el universo de las redes sociales. Malamud cree que no. “Su hermana no dice esas cosas, Guillermo Francos tampoco. Él escala, pero no escala el discurso político en general. Él es de una gran excepcionalidad. Se acepta que Milei hable así, pero él no es percibido como ‘la política’”.

Kalinowski advierte, en cuanto a los efectos de este discurso violento del Presidente, que “hay gente que quiere tener permiso para, por ejemplo, seguir haciendo chistes homofóbicos” y se ve legitimada por Milei. “La figura presidencial tiene un fuerte poder de legitimación”, concluye.

 

¿Resultan graciosos?

En su discurso del Congreso de la Lengua, en 2004, el escritor Roberto Fontanarrosa hizo una famosa defensa de las malas palabras, para las que pidió una “amnistía”. Argumentó que la T de “pelotudo” y la R de “mierda” otorgaban una fuerza y una expresividad a esas palabras carente en sus posibles sinónimos más respetados. Su intervención fue desopilante y se inscribe en la picaresca que en la política tiene hoy en el senador cordobés Luis Juez uno de sus máximos exponentes.

El propio Juez reconoce a Milei como uno de los propios. “Milei desprecia la hipocresía igual que yo. Tenemos una sintonía en ese aspecto”, dice. Según el senador, criticar las formas del Presidente es parte de la pacatería criolla. “Insulta mucho más el que te roba el futuro que una palabra”, considera.

Sin embargo, las frases desopilantes de Juez -“De la Sota es más peligroso que piraña de inodoro”- tienen una inventiva que las diferencia de los insultos de Milei. El Presidente es monotemático: casi la totalidad de sus 57 insultos sexuales de los últimos 100 días giraron en torno al sexo anal. Los chistes de Milei generan adhesión entre sus incondicionales, risas nerviosas en muchos de sus interlocutores e incomodidad, o vergüenza, en otros tantos. “Ni mi hijo de 18 habla así”, dice Jozami.

Touzón coincide en que “Milei no reproduce la forma de masculinidad extrema porque los hombres no son así”. Sostiene que “hay otras figuras del mundo que hacen una reivindicación de la masculinidad, del discurso antiwoke, antifeminista”, pero cree que el caso de Milei no va por ahí. “Hay una excentricidad en lo sexual del mensaje de Milei”, afirma. Y advierte: “El tema no es la mala palabra, sino la agresividad, el odio que destila”.

¿Es una estrategia sostenible en el tiempo?

Una de las particularidades de Milei y sus insultos es que él escala solo, sin necesidad de que alguien lo provoque. Sus diatribas no son una reacción a momentos incómodos o entrevistas punzantes y se acrecientan cuando el Presidente se relaja en ambientes que siente íntimos y cercanos, como el streaming del Gordo Dan.

Para Jozami, esta escalada es propia de los fenómenos que se van radicalizando y será efectiva mientras los efectos reales de sus medidas funcionen. “Si me arregla la economía y no hay inflación, me banco las formas”. Ese, dice Jozami, es el razonamiento extendido entre quienes lo apoyan. Si ese fundamento empieza a crujir, considera, los modos comienzan a molestar.

Gallo destaca algo que subrayan también otros analistas: que el insulto tiene los límites del lenguaje. “Las metáforas se agotan y, si insiste, Milei corre el riesgo de saturar e ir perdiendo efecto”, arriesga. Sin embargo, él mismo se permite dudar de su afirmación. El fenómeno Milei es demasiado disruptivo como para arriesgar pronósticos. Donald Trump, concluye Gallo, también es un provocador que juega al límite y no se agotó. Por el contrario, volvió a ganar la presidencia de los Estados Unidos y su segundo mandato es, desde las formas, aún más radicalizado que el primero.

Touzón sostiene que la duda universal es qué efecto tienen los dichos sobre los actos. Agotado el efecto del discurso, ¿la violencia puede pasar a los hechos? Para él también puede ser al revés: que la violencia en el discurso, como se ve en las redes, reemplace la violencia en los hechos. Que no haya hechos porque hay palabras.