Parafraseando a la gran Matilde Casazola: “Yo no logro explicar, con qué cadenas me atas. Con que hierbas me cautivas dulce tierra boliviana”. Notas musicales que entonamos al unísono todos los que vivimos cautivos de tu belleza y esplendor en tus doscientos años de vida. Grandeza, belleza y esplendor que no ha sido reconocida por aquellos insensatos que se han encargado de saquear y expoliar tus riquezas. Mi padre decía: “Bolivia es una nación bendecida por Dios, a pesar de que seamos mendigos sentados en una silla de oro”, esto, debido a la innumerable cantidad de recursos naturales que posee el país. A qué se atribuye entonces que, en su Bicentenario, sigamos siendo uno de los países más pobres del continente.
De acuerdo a estudios realizados en Latinoamérica, puede evidenciarse que el crecimiento económico y social va de la mano con la aparición de una burguesía fuerte en contraposición al modelo feudal que condujo al estancamiento económico y social de los pueblos. La burguesía ha tenido una incidencia fundamental en el tránsito del modelo feudal al capitalismo, impulsando el comercio, la innovación tecnológica, la industrialización y la consolidación de los mercados, aspecto que no logró concretarse en Bolivia a pesar de los esporádicos intentos liberales que se presentaron en el devenir de su historia.
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El surgimiento de la burguesía en el mundo derivó en la creación de economías urbanas, innovadoras, comerciales e industriales, con apoyo a la producción, la inversión y la expansión de los mercados, desarrollando sistemas educativos más eficientes y orientados a las demandas crecientes. Las élites de latifundistas se opusieron durante mucho tiempo en las antiguas colonias españolas, influyendo en la política para evitar que se produzcan cambios que debiliten los lazos feudales con el Estado, frenando así el desarrollo económico, la descentralización política y la creación de clases medias que promuevan cambios en los ámbitos de estudiosos e intelectuales.
Aquel modelo económico basado en la explotación agraria de subsistencia, donde la producción era para el autoconsumo y el pago de rentas o tributos al señor feudal, perduró en Bolivia hasta 1953, año en el cual, el gobierno de la Revolución Nacional (Movimiento Nacionalista Revolucionario), firmó la Reforma Agraria, bajo el argumento de que: “la tierra es de quien la trabaja. La medida no brindó apoyo a los nuevos poseedores de la tierra y con escasos o nulos incentivos para desarrollar el agro, los campos se fueron vaciando, dando paso a una migración masiva hacia las ciudades donde se concentraban los recursos económicos.
La herencia del sistema feudal basado en latifundios, servidumbre, con el poder concentrado en los dueños de la tierra, no dejó emerger una burguesía nacional dinámica qué, desde su aparición, tuvo que enfrentarse a condiciones adversas para la creación de industria. Falta de incentivos estatales, presión fiscal, cargas sociales, regulaciones nocivas, asfixia estatal, entre otros, fueron provocando un estancamiento económico ligado a la extracción de materias primas como principal fuente de ingresos. De la minería, pasando a la goma, hidrocarburos y en la actualidad basados en la misma lógica, la atención de los “políticos” se concentra en el litio.
Los recursos generados por el país jamás sirvieron para su desarrollo integral. La historia del siglo XX inició con el triunfo de la Revolución Federal, que fue recibida como el triunfo del Partido Liberal, quebrando los paradigmas conservadores que dieron inicio a dos décadas de crecimiento significativo en la economía nacional. El comercio y la industria crecieron apreciablemente. Las cifras de las exportaciones e importaciones se dispararon debido a los factores económicos favorables que dieron paso a una época de desarrollo y progreso. Lastimosamente, ese impulso liberal sería truncado por las corrientes marxistas inspiradas en la revolución rusa que llegaron desde Europa y pusieron punto final al crecimiento de la economía boliviana antes de su centenario.
A las acepciones históricas y económicas pueden sumarse aquellas visiones antípodas que confrontan a su gente desde su origen, mismo que ha sido exacerbada maliciosamente a través de un discurso de odio en las últimas dos décadas. La falta de pertenencia cultural y de identidad nacional oscilantes entre lo indígena y la concepción reciente que se hizo de lo occidental, ha creado la narrativa falsa de que ambas facciones son irreconciliables y se repelen, sin tener ninguna voluntad de amalgamarse, por más que existan abundantes ejemplos de todo lo contrario.
En varios momentos de su historia y mucho más en momentos críticos como el presente, el pueblo boliviano ha dado muestras claras de una integración y trabajo mancomunado más allá de los aspectos étnicos, raciales, regionales, económicos, entre otros, reconociéndose como hermanos y viviendo pacíficamente en la construcción del país.
Antonio Escohotado decía: «Un país no es rico porque tenga diamantes o petróleo. Un país es rico porque tiene educación. Educación significa que, aunque puedas robar, no robas. Que si vas paseando por la calle y la acera es estrecha, te bajas y dices, “disculpe”. Educación es que, aunque vas a pagar la cuenta en una tienda o un restaurante, siempre dices “gracias”, das propina, y cuando te dan el cambio vuelves a decir “gracias”. Cuando un pueblo tiene eso, cuando un pueblo tiene educación, un pueblo es rico. La riqueza es conocimiento, y sobre todo un conocimiento que le permite el respeto ilimitado por los demás”.
El connubio histórico que conserva el pueblo boliviano permite mirar el futuro con optimismo, gracias a que –a diferencia de lo que quisieran los políticos– su gente se encuentra unida. Debemos estar seguros de que juntos lograremos superar este mal momento. Ya lo hicimos en el pasado, juntos ante la adversidad. Aquellos tiempos en los que unos pocos decidieron caprichosamente que era lo mejor para todos, no deben volver. ¡Viva Bolivia (…)! (Me reservo el uso del “carajo”, tan devaluado en estos días)
“La historia no se repite, pero rima”, el 2006 dejamos que un pequeño grupo de personas que se creían con autoridad para decidir lo que es mejor para todos, terminen arrebatándonos el futuro y se roben la mejor oportunidad en la historia de Bolivia para crecer y progresar. Prefirieron, en cambio, dejar al país en la estacada, desangrado y al borde de convertirse en un Estado fallido, por más que aquella expresión hiera la sensibilidad de los mismos que han propiciado la actual crisis multidimensional.
En su momento el escritor chuquisaqueño Carlos Medinacelli dijo: «Si queremos ser nación, lo primero es que vayamos aprendiendo a pensar y expresarnos, en conformidad al genio nacional, al alma, a la raza, al espíritu territorial; porque eso es lo propio nuestro […] Más vale relinchar por cuenta propia que vestirse con las plumas del grajo. ¡Atrevámonos a ser bolivianos (Carajo)!»
Mantengámonos firmes, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y que la fe nos fortalezca en la esperanza de que reconduciremos al país por las sendas del progreso, mirando el futuro con esperanza. “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.