La democracia colombiana paga un alto precio con la vida de sus defensores. La historia de la familia Turbay es el recorrido de un país signado por la violencia y sostenido por las batallas de personas ejemplares, tanto anónimas como descollantes, que no se rinden ante el narco, la guerrilla y la desesperanza.
Julio César Turbay, el presidente duro
Fuente: https://ideastextuales.com
Diplomático y con décadas en el servicio público, el hijo de migrantes libaneses, asumió la presidencia de Colombia en 1978 como miembro del Partido Liberal. Durante su gobierno, la guerrilla fue en ascenso como el narcotráfico constituido en amenaza nacional.
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Su polémico Estatuto de Seguridad es recordado como una medida represiva, aún cuando pretendía desescalar el terrorismo. Fue su intento de enfrentar, desde las disminuidas instituciones, la avanzada de las armas como bandera política en un país que empezaba a destrozarse desde dentro.
Se lo criticó por aflojar ante los militares, tanto como por no haber cedido lo necesario. En los hechos, mantuvo el Congreso, mantuvo las elecciones y mantuvo el orden democrático.
Diana Turbay, la periodista frontal
En los años 80, encarnó el compromiso ético con el oficio y con su país. Desde la revista independiente “Hoy por Hoy” y el programa televisivo de noticias “Criptón”, denunciaba la corrupción, la violencia y el narcotráfico que asolaban Colombia. Le tocó registrar el asesinato de tres candidatos presidenciales colombianos en ocho meses: Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo y Carlos Galán. El cuarto, una crueldad de la vida, sería 34 años después: su hijo.
Fue -junto a Juan Vitta, escritor; Azucena Liévano, periodista; y los camarógrafos, Orlando Acevedo y Richard Becerra, posteriormente liberados- secuestrada por el cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar, en agosto de 1990, y usada como moneda de cambio para evitar la extradición de narcotraficantes a Estados Unidos durante el gobierno del presidente César Gaviria. Encerrada en un sitio sin ventanas con una máquina de escribir, vivió esos meses en la angustia de la incertidumbre sobre su suerte. Sólo sus convicciones y la esperanza de volver a su esposo, Miguel Uribe y a sus hijos, María Carolina (hoy de 53 años) y el pequeño de cuatro años, Miguel, la mantuvieron en la entereza.
En “Noticias de un secuestro”, donde Gabriel García Márquez narró con precisión periodística y belleza literaria la historia de esta periodista reconocida en la época y otros secuestrados, el Nobel colombiano escribió: “…Lo que más le impresionó -como a todos los que vieron a Turbay en esa época- fue la dignidad con que sobrellevaba su desgracia”.
En un operativo fallido de las fuerzas del orden, el 25 de enero de 1991 la periodista y abogada Diana Turbay murió asesinada por un balazo (que el informe forense determinó que no provenía de las fuerzas regulares) a los 40 años. Con el hígado perforado, fue trasladada en helicóptero hasta Medellín al hospital al cual no llegó viva. Su muerte abrió una de las heridas más profundas en la sociedad colombiana.
El mensaje era claro: nadie estaba a salvo del narco. Además de matar policías y jueces, no tenía el menor miramiento en acabar con la vida de periodistas, de hijos de presidentes, de políticos en el poder o sus familias.
Diana fue el precio que estaba dispuesta a cobrar la violencia y el ilícito pero se convirtió en el emblema de que el valor y la resistencia tampoco estaban dispuestos a claudicar.
Miguel Uribe Turbay, el nieto que llora Colombia
A los 4 años -a la misma edad de Alejandro Uribe Tarazona hoy, su hijito- Miguel Uribe Turbay supo que quedó huérfano de madre, y a cargo de su abuela materna, Nydia Quintero, y de su papá, Miguel Uribe Londoño, quien -muy contrario a lo que se asocia- no tiene ningún grado de parentesco con el ex presidente Álvaro Uribe Vélez.
Abogado, intérprete de piano y acordeón, treinta años después del asesinato de Diana Turbay, el apellido del ex presidente y de la periodista, volvió a sonar en la política colombiana. “No heredé una fortuna”, respondió a las preguntas de su incursión en la vida pública. “Heredé una lucha”.
Miguel Uribe Turbay fue candidato a la Alcaldía de Bogotá, concejal bogotano, senador de la República en ejercicio y construía su candidatura presidencial a las elecciones de 2026 con un definido perfil contra el gobierno del ex guerrillero Gustavo Petro, actual presidente de Colombia.
Hizo del trágico legado de su historia, la misma de miles de sus compatriotas, un camino de defensa intransigente del Estado de derecho, que superara la demagogia y la violencia. En su discurso tomó el compromiso ético de su madre y el imperio de la ley impulsado por su abuelo. Con una voz propia destacada, puso en alto la voz de la generación de menores de 40 años hastiados de la sangre derramada y la decepción nacional.
La historia de Miguel Uribe Turbay carga un pasado de lucha. Con las luces y sombras de un abuelo presidente cuando tambaleaba la democracia y la memoria del horror del secuestro y muerte violenta de su madre periodista cuando muchos callaban, se irguió en defensa de un Estado que no sea vencido por la barbarie.
El 7 de junio de 2025 fue víctima de un atentado, acribillado. Tras dos meses de cirugías complicadísimas y esperanza en su recuperación, su cuerpo no resistió. Como senador de la República fue velado en el Capitolio colombiano y enterrado mientras lo lloraba un país azorado. A diferencia de la muerte accidental de Sebastián Piñera en Chile, donde el presidente Gabriel Boric le rindió todos los homenajes de Estado (a pesar de haber sido acérrimo detractor del mandatario en su segunda gestión), Gustavo Petro apenas se refirió a una condolencia cargada de justificativos de la dialéctica.
La noticia del asesinato de Uribe Turbay, como señala el periódico El País de España, “no es sólo una crónica más de una vida truncada. En clave política, la desaparición violenta de alguien, como Miguel, que encarnaba una voz pública, tiene efectos directos y simbólicos sobre la capacidad de una sociedad para reproducir liderazgo y confianza en las instituciones”.
Cuando éstas se encuentran acechadas por la desinformación, la desconfianza y la polarización, el precandidato presidencial esgrimía un mensaje claro y frontal, como Diana cuando los medios temblaban y como Julio César cuando la democracia peligraba.
Turbay es el apellido que entrelazó las historias personales con la narrativa de la historia política colombiana de más de medio siglo, una historia política dolorosa y de resistencia democrática, en la que con sangre y lágrimas se debate entre el civismo y el miedo con figuras -a pesar de la tragedia- como Miguel Uribe, que apuestan por la resistencia cotidiana en el marco democrático, poniendo a prueba a la sociedad.
Colombia lleva el nombre que Bolívar suscribió para la América que soñó, la integración que proyectó, los pueblos que libertó: La gran Colombia, un continente distinto al de las pugnas fraticidas que como al otro gran libertador, el Gral. José de San Martín, lo alejaron hasta el final de sus días.
Los Turbay son el reflejo del dolor y del legado para un pueblo que resiste, a pesar de las profundas heridas y las devastadoras confrontaciones entre la ética y lo ilícito, y destapar la conciencia de paz, ley y democracia como medio imperfecto y necesario de convivencia ciudadana.
Por Gabriela Ichaso.