Cuando reiteradamente nos dicen que el 85 por ciento de la población en edad productiva o menor está en las actividades informales, poco caemos en cuenta que es un grueso de la población sin ningún tipo de cobertura en seguridad social, en beneficios sociales por antigüedad y menos con la expectativa de una futura jubilación.
Por Norah Soruco Barba
Ex Presidente de la Cámara de Diputados
Recuerdo la vez que siendo dirigente de los profesionales, me estrellé contra Goni Sánchez de Lozada porque despidió a todos los asesores del Min. Planificación para convertirlos en ‘consultores’ cuando lograban calificar para tal función, sin sueldo fijo, con contratos externos, sin derecho a ningún beneficio, más que un monto global sujeto a impuestos. Entonces solo se afectaba a un grupo de clase media compuesta por los profesionales.
Hoy, cuando reiteradamente nos dicen que el 85 por ciento de la población en edad productiva o menor está en las actividades informales, poco caemos en cuenta que es un grueso de la población sin ningún tipo de cobertura en seguridad social, en beneficios sociales por antigüedad y menos con la expectativa de una futura jubilación que dé cobertura a él y su familia cuando ya no pueda trabajar. Tampoco nos damos cuenta que ha desaparecido la jornada de ocho horas de trabajo, la vacación anual o el aguinaldo de navidad, lo que se carga a la propia capacidad laboral y generación aleatoria de ingresos de un informal.
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Es necesario que los candidatos ahora, tomando conocimiento y conciencia de tales evidencias, empiecen a pensar en serio sobre los cambios estructurales que deben hacerse, además, de la urgencia de enfrentar la crisis y reconstruir lo destruido en estos tres o cuatro lustros por el régimen masista y pensar las bases fundamentales que configuren el nuevo Estado, teniendo presente que la economía es muy importante, pero más lo es, que esté al servicio de las personas y no al revés. La Ley General del Trabajo que data de la década de los ‘40 y contiene innumerables parches hasta contradictorios entre sí está por demás obsoleta, ni por asomo responde a la nueva realidad. Es preciso lograr equilibrio entre el costo laboral para el empresario y la condición humana del trabajador.
Así como con las AFPs con remozamiento se volvió al origen de la Seguridad Social con el Ahorro Obrero, es preciso mirar hacia los países modernos con economías florecientes para construir un estado de bienestar aceptable para los trabajadores y sus familias sacándolos de la informalidad, nueva forma de sobre explotación esta vez forzadamente voluntaria, pero igual de ominosa que en el pasado, cuando hubo que librar grandes luchas para lograr derechos sociales. Es preciso, por ejemplo, abandonar la ‘tesis laboral’ que orientó la seguridad social solo para los asalariados y constituir un seguro social universal al que desde la empleada de la tienda de barrio, la modista, el carpintero, el mecánico o el comerciante tengan la posibilidad de afiliarse. De esta manera debe cubrirse a la población de los emprendedores, la pequeña y mediana empresa, los artesanos y personas que prestan servicios en diferentes y variados rubros, incrementando dramáticamente la masa asegurada y con ello su financiamiento. Esto también significará que las Cajas mejoren substancialmente y dejen de ser deficitarias en todos los sentidos.
La política tributaria debe ser reformulada a fondo, pasando de la orientación ‘recaudacionista’ para sostener una ampulosa burocracia por otra que financie y retorne a los tributantes en servicios eficientes y oportunos. Así no solo podría mejorarse la tributación, como sucede en otros países, sino que con seguridad todos aceptaremos tributar porque ‘palparemos’ nuestros impuestos, amén de que sea de un manejo transparente, sin uñas largas ni artimañas dilatorias en los procedimientos del sector público. Y el tema educativo, que hasta hoy en los planes electorales solamente toca la superficie con la regionalización de la currícula educativa o la descentralización total a las instancias sub nacionales, debe merecer la superación de los parches para entrar a lo medular del problema.
Se debe revolucionar la formación de los docentes, introduciendo toda la tecnología requerida para la enseñanza a la nueva generación cibernética que, como decía alguien en broma ‘nace con el chip incorporado’, requiere nuestro país para enrolarse en el mundo y su desarrollo, en las relaciones comerciales, el turismo masivo, la producción exportable y mucho más. Esta nueva formación del magisterio debe ir acompañada de la adecuada remuneración, que lo saque de la situación mendicante que aprovecha el sindicalismo perenne, y premie la capacidad y la actualización constante, una revolución que emule y hasta lleve el nombre del Profesor Jaime Escalante; debe terminarse el absurdo de excluir de la docencia a los profesionales universitarios porque ‘no tienen estudios normalistas’ que garanticen la didáctica.
La introducción de la competencia en este campo, será determinante para lograr un salto cualitativo en la formación de nuestros recursos humanos desde la escuela. Podríamos seguir, pero las limitaciones de este espacio no lo permiten, baste dejar sentado que necesitamos reinventarnos, salir del aislamiento premeditado en el que estamos para asumir la mayor actitud y conducta proactiva, sólo así recuperaremos con innovación nuestros valores perdidos progresivamente en esta larga oscuridad, nuestra institucionalidad y sus relaciones internas y externas. Es ahora, no hay más tiempo.