El ciclo del masismo terminó. Después de veinte años de manipulación, persecución y corrupción, Bolivia abrió una puerta histórica. Es un hecho que debe reconocerse y celebrarse. Necesitamos ese reconocimiento como población que exigía vivir en democracia y que comenzó un duro camino el 21 de febrero del 2016.
El 19 de octubre enfrentaremos la segunda vuelta y lo que está en juego va mucho más allá de dos nombres o de unas siglas partidarias. Se trata de decidir en qué manos vamos a poner el futuro de una Bolivia muy lastimada.
Hay heridas abiertas que debemos sanar, por ende no puede haber reconstrucción posible sin justicia. La historia reciente nos ofrece una lección: en Colombia, aun con el cansancio y dolor que provocó la guerrilla de las FARC, la población votó “no” al plebiscito de paz porque entendió que no puede haber reconciliación sin verdad ni restauración sin responsabilidad penal. Ese mismo principio debe guiar nuestro proceso: antes de cualquier pacto político, es imprescindible liberar a los presos políticos, dar garantías a los perseguidos y abrir procesos contra quienes usaron la justicia como un arma de persecución. Reparar esa herida es condición para todo lo demás. Sin justicia no hay confianza, y sin confianza no hay futuro.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
La segunda tarea (pero no menos trascendental) es económica. Los subsidios, bonos y controles que destruyeron la producción, distorsionaron los precios y vació nuestros recursos deben desaparecer. La inflación no se combate con decretos ni con intervenciones arbitrarias, sino con disciplina fiscal y respeto a la moneda. La pobreza no se supera con asistencialismo, sino con empleo, inversión y productividad. El crecimiento no nace del gasto estatal, sino del talento y del esfuerzo de los bolivianos cuando se les deja trabajar en libertad.
Aquí el empresariado boliviano tiene una oportunidad histórica: demostrar que, sin las cadenas de un gobierno que lo limita y persigue, son el verdadero motor del desarrollo nacional. No se trata de privilegios, sino de condiciones: seguridad jurídica, reglas claras y un Estado que acompañe en lugar de asfixiar. Si damos ese paso, Bolivia puede convertirse en un país donde producir sea un acto de esperanza y no de sacrificio, donde la competencia motive al desarrollo y al aumento de emprendedores.
Darle la responsabilidad al privado para generar riquezas y quitársela al estado, que ha demostrado ser un pésimo administrador será fundamental, reconocer que hay un modelo económico que nos llevó a una aguda crisis de falta de hidrocarburos y divisas no es pecado, es necesario y cambiarlo será una obligación para salir de la recesión.
Si algo nos dejó la primera vuelta fue la evidencia de que sobró soberbia y faltó respeto. En la segunda, Bolivia no necesita de egos enfrentados, sino de altura, responsabilidad y consensos. La diversidad de este país no puede seguir siendo usada como excusa para dividirnos; debe convertirse en la base para una unidad que nos permita construir una república de oportunidades para todos, y sobre todo, iguales ante la ley.
Corresponde una reflexión para los candidatos. Uno de ellos tendrá que aprender a enamorar al voto popular, entender por qué votó, como votaron los movimientos sociales y si gana, gobernar con sensibilidad hacia ellos, que, aunque usados por el masismo, siguen siendo una fuerza viva de la nación. El otro tiene una misión aún más importante: sin acuerdos con el motor económico de Bolivia —la producción, la empresa, el trabajo privado, el desarrollo sostenible—, ninguna transformación será viable, podrán ganar la presidencia, pero perderán completamente la gobernabilidad, la gente también ha votado con el bolsillo.
La descentralización del poder será fundamental para reconstruir nuestro país, confío mucho en que cualquier presidente que entienda lo corrompible que puede ser el centralismo, resguardará el Estado de derecho mediante los límites al poder central. Nunca más dictadura.
La segunda vuelta no exige solamente votos: exige sabiduría para reconocer que gobernar es integrar y no imponer, escuchar y no humillar.
Si la desperdiciamos con insultos, cálculos mezquinos o viejos vicios políticos, volveremos a caer en el ciclo de frustración que nos trajo hasta aquí. Pero si la encaramos con responsabilidad, con respeto y con la convicción de que justicia y libertad son inseparables, podremos transformar este cambio histórico en la verdadera nueva Bolivia.
Alejandra Serrate