El presidente ha mantenido la estructura de los discursos durante toda su gestión, donde la mayor parte de sus fieles lo han abandonado
Fuente: https://elpais.bo
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El discurso del presidente Luis Arce con motivo del Bicentenario no pasará a la historia. Tampoco se preveía que lo hiciera. Arce pudo ser un ministro agresivo y capaz de sacar algunos conejos de la chistera con cierta facilidad, pero se ha convertido en un presidente previsible, atrincherado en el discurso victimista, convencido de que el mundo ha conspirado contra él. Seguramente nadie hubiera hecho nada muy diferente, pero le tocó a él.
La estructura de sus discursos viene siendo la misma desde el 8 de noviembre de 2020: reivindicar a todos los héroes nacionales con una leve crítica a la República, un análisis del contexto que enumera crisis, pandemias, guerras internacionales que han socavado los pilares del «proceso de cambio» para después culpar al enemigo interno de hacer leña del árbol caído. Y así, ya entre el griterío, empezar a enumerar los éxitos de su gobierno, poniendo cifras mareantes y nombres rimbombantes de los proyectos, que van desde las consultas de atención primaria a viáticos de policías; mezclándolo de vez en cuando con lo que quiso fuera el sello de su gobierno: la industrialización con sustitución de importaciones, que dicho sea de paso, nunca pudo contener la carencia creciente de los dólares porque entre otras cosas, llegó muy tarde.
Si todo hubiera ido «normal», el 6 de Agosto debía haber sido el momento clímax de la campaña de Arce y utilizado estratégicamente para arrasar en las inminentes elecciones. Pero lo cierto es que nada salió como se había planificado. En sus primeros discursos, cuando Arce se esforzaba por dar por superada la crisis pandémica y enterrar al gobierno de Áñez, algo que hoy se estima fue precipitado, el grito de guerra del masismo era «Lucho no estás solo, carajo». Había ganado las elecciones con un 55% después de una época durísima para el MAS , lo que lo dotaba si cabe de una mayor legitimidad para obrar como hubiera estimado oportuno y haber tomado las medidas precisas.
De hecho lo hizo en política, descabezando de un tajo al movimiento separatista cruceño apresando al gobernador Luis Fernando Camacho y enfrentando en territorio a sus simpatizantes y desarticulando a Comunidad Ciudadana poniendo a Carlos Mesa contra las cuerdas al ver tanto a Áñez como a Camacho entre rejas. Incluso tiempo después le ha ganado el pulso en los bloqueos a Evo Morales hasta en cuatro ocasiones. No lograron sin embargo anticiparse ni dar certezas económicas al conjunto, y desde la caída del Banco Fassil – rescatado por el Estado – los poderes económicos se pusieron en el peor de los escenarios, acrecentando el problema de los dólares. El contubernio con el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) convirtió lo que parecía una mala broma en una percepción de amenaza real contra la democracia. Desde luego, no le ayudó.
«Lucho» ha acabado en la soledad absoluta: no busca la reelección ni se quedará como senador; más del 90% del país dice que se necesita un «cambio radical», aun sin especificar hacia donde, y Eduardo del Castillo, su fiel exministro y contender electoral para salvar el orgullo de la sigla que con tanto empeño «hurtaron», apenas suma un 2% de intención de voto.
Arce no es, sin duda, el único responsable de esta situación que vive el país, pero sí es el que figurará en los libros de historia como presidente. Arce dice que el Bicentenario no es el fin, sino solo el principio de un nuevo ciclo. Eso es seguro, aunque nadie puede asegurar dónde estará el propio Arce. Por lo pronto tendrá que buscar compañeros de viaje, porque lo cierto es que a la hora de la verdad, sí se quedó solo.