Terminó la primera vuelta electoral en el país y una incógnita aparece inmediatamente en el tablero político nacional: ¿se puede tener gobernabilidad con tantas minorías desatadas en el nuevo Congreso Nacional? Ya sabemos que ningún candidato obtuvo más del 50% de los votos. ¡Ninguno! Eso deja al país en un escenario de “tragedia de las minorías”. Un escenario de incuestionable inestabilidad. Los miedos resurgen: “podemos volver al capricho de algunos partidos, como en el periodo de Hernán Siles Zuazo”, o, “sólo Evo Morales pudo tener una mayoría estable y ahora estamos arruinados”.
De acuerdo a estas aseveraciones, Rodrigo Paz o Tuto Quiroga, estarían perdidos antes siquiera de haber tomado el gobierno. Y, luego, ya trepados en sus cargos públicos, deberían ir ahorrando algunos fajos de dólares “por si acaso, no vaya a ser que nos vayamos rapidito”.
¿Es cierto? No, no lo es. Es imprescindible hacer conocer el estudio del profesor Aníbal Pérez Liñán, Partidos legislativos y coaliciones en América Latina, 1925-2019, conjuntamente con los politólogos A. Schmidt y Vairo. ¿Qué dice este fascinante trabajo? Lo que nadie podría creer: aquellos gobiernos de mayorías estables, como el que tuvo Evo Morales de 2006 a 2019, tienen, como promedio 13 años de duración. Morales le sacó un añito adicional al promedio latinoamericano, quedándose 14 años; aunque sabemos que el debut de su final tuvo lugar en febrero de 2016, a los 11 años de gestión. ¿Y los gobiernos de minorías? Tienen una duración de ¡51 años! Vale decir, aproximadamente cuatro veces más que los gobiernos de mayoría.
¿Eso significa que Paz o Quiroga la tienen fácil? Claro que no. No la tienen fácil, pero pueden hacerse más difícil su tarea si no saben adaptarse a los nuevos códigos institucionales que deben practicarse. ¿Cuáles son esos códigos? Aquellos que exigen un acercamiento con los opositores, quienes recuperan su dimensión necesaria e imprescindible en democracia: la dimensión de rivales, no de enemigos. Considerar enemigos a los “cipayos del imperialismo”, “neoliberales”, “derecha” fue el principio del fin masista.
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Al MAS le jugó a favor esa jerga mientras detentaban la mayoría, pero le salió mal cuando la perdió y se convirtió en minoría. Ya el vergonzoso fraude electoral impulsado por Morales se acopla a este argumento: el partido gubernamental tuvo temor de no tener la mayoría. Creyó que esa mayoría los bendeciría eternamente. Error: cuando la mayoría dejó de serlo, no pudieron acudir a su condición de minoría y… ¡pactar! Jamás se les pasó por la cabeza. ¿Qué quiere decir esto? Pues que el MAS cayó menos por sus delitos, desinteligencias diarias, grandilocuencia discursiva que por un asunto institucional obvio: ¡debían pactar! El peor presidente de nuestra historia democrática, Luis Arce, tuvo como error magnánimo sumirse en esta lógica fundamentalista y anclarse en su estúpida máxima de enemistad permanente.
Conviene recordar que de los años 1925 a 1935 el número de partidos en promedio en el continente fue de 1,9; de 1945 a 1965 de 2,6; de 1965 a 1975 de 2,4 y de 1975 a 2015 de 3,2. Por ende, la democracia vino con una wawita en el brazo bautizada como fragmentación. ¿Es malo ese estado de minorías coexistiendo? En absoluto. Ya lo vimos: se tiene mayor estabilidad en esa situación de minoría(s) que en un estado de mayoría. Y se lo hace con un agregado fundamental: no se manda al tacho a las minorías, te acercas a ellas, negocias y pactas.
Ya lo decía el profesor Jurgen Steiner analizando los congresos de Gran Bretaña y Suiza: “En el país anglosajón se insultan a su regalada gana en el congreso porque ¡no tienen que pactar!, mientras en Suiza se tratan de “señor”, “honorable”, “distinguido” ¡porque tienen que pactar! ¿Eso mejora la democracia? Claro, ¡baja los decibeles de un comportamiento desfachatado y vulgar y se trata con amabilidad a los rivales! No es solamente un asunto de cifras –el 3,2 de partidos que mencioné–, si no es la recuperación de la democracia en toda su amplitud: tratas al más tosco, feo, sin modales como a tu hermano gemelo, si de eso depende la aprobación de una ley.
Sintetizo: vivimos un momento dificultoso. La situación económica es deplorable. Pero no es de eso de lo que vengo hablando. Lo que digo es que este inicio no debe ser visto con un temor a lo inevitable, casi como sentimiento de amargura por no poder tener la mayoría que detentó el MAS. Ya vimos que no es verdad. Se pueden hacer las cosas bien. ¡Mejor! Las condiciones están dadas y las minorías ansiosas. Hoy comienza el desafío. El desafío de volver a ser demócratas.
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.