En unas horas más, Bolivia, nuestro país, conmemorará 200 años de su independencia, fecha que mueve mi conciencia cívica para empuñar el lápiz con la misma fuerza con la que cientos de nuestros antepasados empuñaron sus macanas y el máuser en las batallas que buscaban la liberación del país.
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El bautizo de sangre, que es la comunión del miedo y el heroísmo, hizo soldados de la Patria en la trinchera que hermanó a cambas, kollas, originarios, vallunos y mestizos en un abrazo de Patria y libertad sin exclusiones: ese abrazo, hoy, está amenazado por el manipuleo del gobierno bajo administración del MAS y de las facciones radicales e intolerantes de ese putrefacto instrumento político, cuyos ideólogos se sienten hastiados del manoseo de quienes se creen dueños de ese movimiento que nació con expectativa, pero que termina desilusionando a sus seguidores racionales.
Los intereses políticos y económicos juegan no solo con una conmemoración digna del bicentenario, sino con el destino del país, marcando nuestra historia con un saldo irreparable de dolor y sangre que muestra actitudes delirantes, embanderando el odio y la venganza del gobierno del MAS sobre los demás. Yo, en mi condición de ex autoridad electa por voto popular en cuatro ocasiones, no soy ni más ni menos, soy nada más y nada menos que totoreño, qhöchala y boliviano, y en esa condición vuelco mi angustia al país.
Es evidente que todos queremos un cambio en el país, que tenga como marco el respeto al proceso democrático, al orden, a la seguridad jurídica y a la libertad, y como patrón de conducta la ética y la moral.
Estamos de acuerdo con terminar con la conducta cínica de quienes nos gobernaron en servicio del poder de las transnacionales, enajenando no solo nuestros hidrocarburos, sino, además, nuestra dignidad de ser boliviano. Ese fue el actuar neoliberal y privatizador. Pero debo confesar, sinceramente que, pese a toda la información y propaganda desplegada por los gobiernos del MAS, con Evo Morales Ayma y Luis Alberto Arce Catacora, no alcanzo a comprender hasta ahora, la esencia, el contenido y la filosofía nacionalizadora del 1 de mayo de 2006 y 19 años y siete meses después, no hay gasolina, ni diésel, ni gas, ni dólares, dándome la impresión de estar frente a un espejismo, por cuanto en los gobiernos del MAS, el negocio fructífero de los hidrocarburos ha desaparecido, y la corrupción, el crimen organizado y el narcotráfico se han sembrado por todos lados.
Lo que sí tengo claro, es que el MAS y sus aliados negocien el más caro de los anhelos nacionales, que se expresa en la soberanía, la dignidad y los valores democráticos; si tal ocurriera, los bolivianos debemos soterrar a ese movimiento político y a sus insurrectos que tienen hormonas amazónicas.
Como ciudadano del campo, veo traslucir el alma y el espíritu de mis ancestros originarios, veo todo lo generoso y justo que nace de la Pachamama y se alimenta por vientos de libertad, que se expanden sin límites de Norte a Sur, de oriente a occidente y del llano al altiplano.
En ese contexto, ¿por quién votaré? Por los anhelos nacionales y generosos, porque el país necesita bienestar, justicia y progreso.