En Tailandia, casi un mes después de la entrada en vigor del alto al fuego con Camboya, los enfrentamientos se han calmado en las zonas fronterizas.
El 7-Eleven alcanzado por cohetes camboyanos el 24 de julio de 2025 en la provincia de Sisaket, Tailandia. © The Government Spokesman Office via AP
Con la corresponsal de RFI en la región, Juliette Chaignon
A finales de julio, tras dos meses de tensión, se reavivó durante cinco días un antiguo conflicto fronterizo que se saldó con al menos 36 muertos y 300.000 desplazados. A pesar del fin de los combates armados, los habitantes de las provincias fronterizas de Sisaket y Ubon Ratchathani, a pocas decenas de kilómetros de Camboya, aún están lejos de sentirse tranquilos.
Estanterías calcinadas, geles de ducha medio derretidos, cristales rotos cubriendo el suelo… No queda casi nada del 7-Eleven de la gasolinera de Ban Phue, alcanzado el 24 de julio de 2025 por cohetes atribuidos a Camboya. El balance: ocho muertos, entre ellos varios niños, y 19 heridos. Jeab, empleada de limpieza de la estación, ha perdido la audición en el oído izquierdo: “La explosión fue tan fuerte que mi cuerpo quedó entumecido, no oía nada. Y ahora, incluso cuando oigo un trueno, voy a esconderme”.
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Los transeúntes depositan flores y amuletos budistas en homenaje a las víctimas, y las tiendas permanecen cerradas. Jeab, por su parte, acaba de reincorporarse a su trabajo: “Tengo miedo de que vuelva a ocurrir. Pero tengo que trabajar. Si no, no sé de qué voy a vivir”, dice.
Su jefa, Auan, duda del alto al fuego entre cambos país. Habla de los tres soldados tailandeses heridos a principios de agosto, según el ejército, por minas camboyanas. Está preocupada por el futuro de la tienda: “¿El seguro? Ni siquiera sabemos si nos ayudará. Dicen que quizá no entre dentro de los casos cubiertos. Las pérdidas ya superan los quince millones de bahts (461.000 euros). Dos millones (61.000 euros) en mercancías se han esfumado y cerca de un millón (30.000 euros] en efectivo”.
“El miedo sigue ahí”
En la provincia vecina, a pocos kilómetros de la frontera con Camboya, el mercado de Nam Yuen ha reabierto, pero hay muy pocos clientes, según una vendedora de verduras. “Entre los clientes, el miedo sigue ahí… Algunos se habían marchado, han vuelto y ahora se van de nuevo porque la situación no es estable”, explica. Junto a su puesto, unos militares vestidos con uniforme de camuflaje compran algunos productos. La vendedora nunca había visto a tantos hombres patrullando por la zona: “La última vez, en 2011, el conflicto no se había acercado tanto. Pero esta vez está muy cerca”.
Más lejos, en la aldea de Bang Na, voluntarios adolescentes reparan los tejados y las fachadas. Cuatro casas han quedado destruidas y otras veinte han sido afectadas. Paeng y su familia han sido realojados en viviendas prefabricadas propuestas por el Gobierno. “El Gobierno dice que reconstruirá en menos de dos meses. Ya está bien que nos ayuden, eso nos da un poco de ánimo”, dice Paeng.
Mirando su terreno, ahora vacío, contiene las lágrimas. “Estoy triste… Me cuesta encontrar las palabras… Todo ha pasado tan rápido… Aquí estamos bien, pero no es nuestra casa. Vivimos varios en la misma habitación: mi padre enfermo, postrado en cama, y mi madre anciana, a la que tengo que cuidar. Vivimos condiciones no tan buenas, con tuberías conectadas a toda prisa”.
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Como muchos, Paeng espera que la tregua dure. En sus últimas reuniones, Tailandia y Camboya han dicho que harán todo lo posible por ello, pero las relaciones entre ambos países siguen deterioradas.