*Vanessa Calvimontes
Lo que parecía una ocurrencia pasajera en internet terminó convirtiéndose en uno de esos momentos inesperados que logran sacudir emociones colectivas y poner sobre la mesa temas que van mucho más allá del chiste original. El Mundial de Desayunos, creado por el streamer español Ibai Llanos, fue uno de esos fenómenos virales que cruzó fronteras y agitó orgullos nacionales con la misma fuerza de un carnaval pero en el espacio digital. Lo que empezó como una simple dinámica de votaciones en X —aunque rápidamente se extendió también a Facebook e Instagram— acabó por transformarse en una suerte de torneo simbólico donde miles de personas, instituciones oficiales y medios de comunicación participaron con una seriedad y compromiso sorprendente.
El mecanismo era sencillo: enfrentar desayunos de distintos países en votaciones abiertas, pero la simplicidad fue su mayor fuerza. En cada clic se jugaba algo más que un plato típico: estaba en juego el reconocimiento, la pertenencia y hasta la posibilidad de sentirse parte de una historia global. Ibai no prometió nada extraordinario, solo un concurso para entretenerse con su comunidad. Sin embargo, en cuestión de horas la emoción desbordó las redes sociales. Los muros e historias se llenaron de fotos, memes, campañas improvisadas y hasta discusiones familiares sobre qué representa realmente un desayuno. Y allí, en medio de ese ruido global, Bolivia encontró en la salteña un símbolo potente, un representante digno, capaz de encender un fervor nacional pocas veces visto.
Esta deliciosa empanada jugosa y picosa, se volvió el estandarte de una cruzada digital. Cada departamento quiso apropiarse de ella con algún lema o reivindicación propia: Potosí recordaba que allí nació, Cochabamba defendía la variedad de sus rellenos, y La Paz se entregaba a la causa con humor y entusiasmo. A este ícono se sumó también el api con pastel, ese dúo inseparable que en los mercados paceños se consume como un ritual cotidiano de calidez y dulzura. Entre salteñas y api con pastel, los bolivianos llenaron las redes de fotos, anécdotas y fervor patriótico, brindándole a esta encuesta virtual una legitimidad tal que se transformó en una suerte de campeonato mundial de identidad gastronómica.
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No era solo gente común. Ministerios, alcaldías e incluso instituciones privadas se sumaron a la campaña, demostrando que cuando se trata de defender lo propio, incluso los poderes institucionales se permiten un poco de juego. Y aunque Bolivia no llegó a levantar el título, el entusiasmo dejó claro algo fundamental: este no fue un simple torneo improvisado, sino una experiencia social de primer orden, un espejo donde se reflejaron emociones, tensiones y símbolos profundos.
El desenlace, sin embargo, dejó un sabor ambiguo. El desayuno peruano se coronó campeón y, como premio, Ibai mostró una sartén encargada a un restaurante, que él mismo levantó en gesto de victoria. Hasta hoy no se sabe si ese objeto llegará a Perú o quedará en algún rincón de su casa. Lo cierto es que Ibai sí se quedó con un premio mucho más grande: millones de interacciones, exposición global y un relato que consolidó aún más su poder en el ecosistema digital. La sartén fue solo un detalle anecdótico, pero detrás de ella se escondía una pregunta incómoda: ¿es justo que comunidades enteras se movilicen con tanto fervor y lo único tangible que reciban sea un gesto simbólico?
Formalmente, Ibai no engañó a nadie. Nunca prometió un viaje, dinero o un gran trofeo. Pero las dinámicas digitales rara vez se miden solo por lo explícito. Hay energías, expectativas y pasiones colectivas que terminan produciendo valor, y ese valor se concentró en las manos de un creador europeo, mientras millones de latinoamericanos quedaban con la sensación de haber dado mucho más de lo que recibieron. La historiadora boliviana Sayuri Loza lo expresó compartiendo una imagen que evocaba los tiempos coloniales: españoles engañando a los incas. El paralelismo puede parecer exagerado, pero tiene la virtud de incomodar. Porque, aunque no estemos hablando de conquista ni de oro, sí hablamos de un flujo desigual: la región entrega su atención, creatividad y entusiasmo, mientras el capital económico y simbólico se acumula del otro lado.
Sin embargo, sería injusto reducirlo todo a esa lectura crítica. El Mundial de Desayunos también reveló una fuerza positiva que no deberíamos subestimar: la capacidad de movilización espontánea de América Latina. En cuestión de horas, países enteros se volcaron a defender sus sabores con una energía contagiosa. Fue un nacionalismo digital que, aunque cargado de ironía y humor, mostró lo mucho que nos importa ser reconocidos. En Bolivia, el debate sobre si la salteña es o no un desayuno fue tan intenso como divertido; las discusiones se cruzaban con memes, y entre bromas se revelaban las múltiples capas de lo que significa sentirse boliviano. Lo mismo ocurrió en otros países: cada desayuno se convirtió en una bandera, y la votación en un campo de batalla donde lo que estaba en juego era el orgullo colectivo.
Este fenómeno nos dice mucho. Primero, que seguimos teniendo hambre, hambre profunda por el reconocimiento internacional. Nos importa que el mundo conozca nuestras comidas, nuestras costumbres y nuestras pequeñas grandezas cotidianas. Segundo, que incluso en un espacio trivial como una encuesta en redes sociales, somos capaces de unirnos, de inventar lemas, de movilizar instituciones enteras y de convertir un plato típico en símbolo patrio. Y tercero, que las disputas sobre identidad no se limitan a lo externo: también se juegan adentro, entre nosotros, cuando discutimos si una salteña es desayuno o no, si el api con pastel representa más a La Paz que al resto, o si el verdadero origen de un plato está en un departamento o en otro.
Quizás el premio fue solo una sartén levantada con sorna por un influencer, pero lo que realmente se ganó fue algo más profundo. Nuestros sabores y nuestras pasiones llegaron a un escenario global. Personas que nunca habían escuchado hablar del api, de la salteña, de las arepas o de los tamales ahora los vieron, los comentaron, los desearon. En un mundo donde la visibilidad lo es casi todo, este torneo absurdo permitió que nuestras mesas se mostraran con dignidad y alegría. Puede parecer poco, pero no lo es. Porque detrás de cada plato hay memoria, identidad y una historia colectiva que merece ser contada.
Al final, Ibai se quedó con la sartén y con la audiencia, pero nosotros nos quedamos con algo más valioso: la certeza de que nuestros sabores tienen la fuerza de unirnos y de hacerse escuchar más allá de nuestras fronteras. Y aunque esta vez haya sido por una salteña y un api con pastel, quizá mañana podamos encender esa misma llama por causas aún más grandes. Porque si algo demostró este Mundial improvisado es que Latinoamérica, cuando quiere, puede agarrar el sartén por el mango.
* Licenciada en Comunicación Social por la UCB (La Paz, Bolivia), Master en Evaluación y Gestión Cultural por la USAL (Salamanca, España), actriz y escritora. Apasionada de las artes, las letras y la cultura en general.