Últimamente (y lo de último es bastante amplio) la gran mayoría de los análisis tienen un fuerte sabor e inquietud local. El proceso hasta el inédito ballotage del 19 de octubre ha sido suficiente razón para esa común inmersión.
Hoy me quiero detener un momento, aprovechando que en un mes exacto iremos a votar nuevamente y nos daremos un nuevo gobierno: mirémonos primero hacia adentro. Ya nos dimos el 17 de agosto un Legislativo donde ninguna fuerza política con representación en la Asamblea (PDC, LIBRE, UNIDAD, ALIANZA POPULAR, MAS-IPSP, APB) tiene mayoría absoluta ―⅔― en alguna Cámara (24 senadores… 86 diputados), requisito indispensable para modificaciones constitucionales, aunque las tres mayoritarias de ellas (PDC, LIBRE, UNIDAD) por sí solas no tienen la mayoría mínima ―½― en ambas. Eso lleva que, para reformas de fondo que necesiten mayoría absoluta o decisiones importantes con mayoría relativa, tengan que unirse (aliarse) dos o más bancadas.
Ya hay una (aparente hasta ahora) presunta alianza entre UNIDAD y PDC. La suma de las bancadas de ambas entidades en las dos Cámaras les da mayoría relativa en Senado y Diputados (23 senadores y 75 diputados) pero quedan sin alcanzar las mayorías absolutas (a un senador de distancia y 11 diputados). Aunque las asociaciones y acuerdos reales serán a partir de la tima de posesión de la ALP con el nuevo gobierno, no es ocioso revisar posibles acuerdos: PDC + LIBRE lograría 28 senadores (2 más de los ⅔) y 88 diputados (también dos más de los dos tercios) pero una alianza “de segundos + terceros” (UNIDAD + LIBRE) no alcanzaría los baremos de mayoría absoluta porque le faltarían 5 senadores y 21 diputados.
Revisando estos números, cada vez entiendo más el mensaje de Jaime Dunn (el outsider expulsado del “juego”) cuando proponía una Triple Alianza PDC – LIBRE – UNIDAD (que no sería megacoalición al desafortunado estilo del 2002), y así el próximo gobierno enfrentaría los cambios radicales que deberá abocar y los retos críticos con los que lidiará, munido de un “colchón de gobernabilidad” de 35 de los 36 senadores y 114 de los 130 diputados. Pero eso sólo será luego de los resultados del 19 de octubre y despojados de odios y cegueras innecesarias autodestructivas.
Vayamos al tema pendular en Sudamérica. Si las décadas de los 70-80 fueron las del Plan Cóndor, las de los 80-90 las del neoliberalismo y las del 200º hasta hoy las del socialismo 21, períodos de oscilación pendular de un extremo ideológico a otro, en esta segunda mitad de la tercera década del siglo 21 nos estamos hacia una posición mucho más liberal: El socialismo 21 (y sus think tanks ideológicos en sus dos etapas: El Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla) va en retroceso en Ecuador, Argentina (a pesar de los sueños contrarios de algunos) y, próximamente, en Bolivia; en Paraguay hace años se autofundió mientras en Uruguay su tradición democrática le hace tibio los cambios; en Brasil, Bolsonaro y Lula dividen al país y “ganan” similares descréditos. Quedan Chile y Colombia con gobiernos woke que se autoconsumen, Perú que (a pesar de ser el país de la Región con más presidentes presos) no cambia de fondo el sistema desde Fujimori, Guyana (nuevo actor importante) reafirmado fuera del espacio de las izquierdas y Venezuela, una “dictadura electoral” como fuera catalogada con Chávez o, mejor, hoy una narcodictadura asentada en el fraude.
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