El año después


Los que nacimos en 1960, que aún no estamos de salida, vivimos, entre muchas otras cosas, la experiencia traumática del colapso hiperinflacionario y productivo de la UDP, fuimos testigos del cambio de ciclo y de la promulgación del Decreto 21060.

En 1985, en palabras del Dr. Víctor Paz Estenssoro, Bolivia se moría. La inflación anual ese año alcanzó el 8.170%, los precios subían a diario. El PIB cayó en un -3%, la economía estaba paralizada por la falta de dólares. El déficit fiscal superó el 25% y se financiaba con emisión inorgánica. El mercado paralelo del dólar era una locura: un dólar se compraba con un millón de pesos. Las Reservas Internacionales estaban agotadas, apenas cubrían un par de semanas de importaciones. La deuda externa bordeaba el 80% del PIB y, desde 1980, el Estado había declarado la moratoria en su pago. El desempleo superaba el 20%. La COMIBOL, principal motor de la economía estaba quebrada y no podía pagar los sueldos de más de 30.000 mineros asalariados. Víctor Paz no exageraba: Bolivia se moría.



El 29 de agosto de 1985, Paz Estenssoro promulgó el Decreto 21060. Al año siguiente enfrentamos una férrea resistencia a la nueva política económica: la COB y la FSTMB declararon la guerra y exigían su abrogación. La relocalización de trabajadores fue inevitable para frenar el descalabro. COMIBOL despidió a 23.000 trabajadores, ENFE (ferrocarriles) a 4.000, YPFB a 3.000, ENTEL a 1.500 y otras empresas estatales a 2.000. En total, más de 33.000 trabajadores quedaron sin empleo.

Miles de mineros y trabajadores estatales relocalizados migraron a El Alto de La Paz y al Chapare cochabambino. Veinte años después, bajo el liderazgo de Evo Morales, tomaron democráticamente el poder y reinstalaron la propuesta estatista.

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La situación económica que enfrentamos en este año del bicentenario no alcanza la gravedad de 1985; sin embargo, las políticas de ajuste son urgentes para evitar llegar al extremo de aquel entonces. Una vez más, mi generación vivirá otro cambio de ciclo: el agotamiento del estatismo y la apertura al mercado.

La solución, según hemos escuchado de los candidatos, pasará por reducir el déficit fiscal: eliminación de la subvención al diésel y a la gasolina, disminución del grosero gasto corriente del gobierno, reducción de ministerios y cierre de empresas públicas deficitarias. Para que la población acepte la eliminación de dichas subvenciones, el nuevo gobierno deberá dar señales contundentes de austeridad: recortar el despilfarro y el gasto dispendioso, además de plantear políticas claras contra la corrupción. Si no existen señales firmes, será difícil que la ciudadanía acepte el incremento en el costo de vida. El año después no será fácil.

También hemos escuchado que el nuevo gobierno eliminará las rigideces ideológicas y los frenos a la producción. Se requieren políticas agresivas para recuperar el tiempo perdido: incentivos a la inversión privada, ofrecer condiciones interesantes para atraer inversión extranjera y una estrategia de largo plazo que nos salve de la crisis energética. Debemos alentar la esperanza.

La disminución del gasto corriente, la reducción de ministerios y el cierre de empresas deficitarias incrementarán el desempleo. El Estado es el principal empleador, con más de 540.000 funcionarios. De estos, 150.000 dependen directamente del presidente, sus ministros y gerentes. El resto —la mayoría— está en sectores sindicalizados o institucionalizados: educación, salud, militares, policías y funcionarios en los niveles autónomos.

En los 150.000 caerá el ajuste, lo que significará que decenas de miles de profesionales quedarán desempleados. Las políticas del nuevo gobierno deberán evitar que este contingente humano calificado emigre, que la apertura al mercado genere miles de emprendimientos y que la recuperación económica les ofrezca oportunidades, una economía de base ancha que cierre puertas a las aventuras estatistas. La mayoría son profesionales, y sería un error verlos únicamente como masistas a quienes castigar con indiferencia. Las políticas del nuevo gobierno deben ofrecer un horizonte de reconciliación, superar la lógica de buenos somos nosotros y malos son ellos, todos somos bolivianos, es tiempo de desterrar odios y rencores. Recuperar la esperanza y reconciliar una sociedad polarizada, debería ser el objetivo político del próximo presidente.

Jaime Navarro Tardío

Político y ex Diputado Nacional.