El espejo roto del poder: ¿Quién es Edman Lara Montaño?


 

Cesar Arturo Arellano



¿Está Bolivia a punto de entregar la vicepresidencia a un caudillo con rasgos de psicopatía narcisista? La pregunta, aunque provocadora, no surge del sensacionalismo, sino de los perfiles psicológicos trazados por medios citando a expertos que observaron de cerca la conducta de Edman Lara Montaño, exoficial de la Policía Boliviana y actual candidato a la vicepresidencia por el Partido Demócrata Cristiano (PDC).

Desde el 17 de agosto, cuando su nombre emergió con fuerza tras obtener el 32,06 % de los votos junto a Rodrigo Paz Pereira, Lara se ha convertido en el protagonista de una tragicomedia política que mezcla insultos, amenazas, y una retórica incendiaria que recuerda los días más oscuros del caudillismo boliviano.

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Su estilo confrontacional, su desprecio por las formas democráticas, y su tendencia a victimizarse tras cada arrebato público, han encendido las alarmas entre analistas políticos y psicólogos. Rodrigo Ayo, terapeuta entrevistado por Radio Fides, lo describió como “un hombre que duerme con el enemigo, consigo mismo”, mientras que el psicólogo Antonio Carvalho lo calificó como “la más clara muestra de una personalidad narcisista con rasgos sociópatas”.

Las comparaciones con Travis Bickle, el perturbado protagonista de Taxi Driver, no son ecuaciones exigidas. Como Bickle, Lara parece ver en la sociedad una cloaca moral, y en el conflicto, su única forma de validación. Su discurso está plagado de referencias a “enemigos del pueblo”, logias, empresarios corruptos, y traidores internos. Incluso ha amenazado públicamente a su propio compañero de fórmula, afirmando que “si Rodrigo Paz no cumple, yo lo enfrento”.

Su historia personal es tan turbulenta como su retórica. Nacido en Punata, Cochabamba, en 1986, sirvió en la Policía Nacional durante 15 años, hasta ser dado de baja en 2024 por “faltas graves”. Desde entonces, ha alternado entre la venta de ropa usada y sus estudios de Derecho, mientras mantenía una presencia activa en redes sociales denunciando corrupción institucional.

Aunque, para muchos, el nombre de Edman Lara se escuchó por primera vez la noche del 17 de agosto, el candidato ya se venía preparando para dar la sorpresa. Esta se dio al obtener los votos de las zonas rurales y de diversos sectores populares, como los transportistas e incluso los contrabandistas, en un hecho contrario a todas las encuestas y pronósticos electorales previos a la elección. La fórmula Paz-Lara ha captado el voto rural y popular, aprovechando la fractura interna del MAS y el desgaste del evismo. Pero lejos de representar una renovación democrática, su ascenso parece confirmar que Bolivia sigue atrapada en el ciclo del liderazgo autoritario, donde el grito reemplaza al argumento y el culto a la personalidad eclipsa el proyecto político.

El binomio Paz-Lara recogió los votos que dejó la división del partido de Gobierno y su enfrentamiento con el evismo, pero también permitió que el MAS pudiera darse un respiro mientras la izquierda jurásica se hace a la idea de seguir gobernando a través de una nueva sigla: la del PDC. La noticia de que un 70% de la lista de candidatos del partido de Lara estaba conformada por militantes del partido de Evo Morales confirma esa probabilidad.

Lara pidió disculpas tras sus exabruptos, pero sus palabras, ambiguas y generalizadas, no convencieron. No hubo arrepentimiento hacia quienes insultó con nombre y apellido, sino una apelación a la “rabia del pueblo” que lo posiciona como víctima antes que responsable.

Una lacerada Bolivia, que durante la primera década de los 2000 fue laboratorio del chavismo continental, parecía haber sepultado el largo verano maoísta-guevarista con los resultados del 17 de agosto. La ausencia del MAS en una segunda vuelta electoral invitaba a soñar con el inicio del derrumbe estructural de la izquierda, que ha gobernado Bolivia en los últimos 20 años.

La realidad parece decirnos otra cosa. La figura de Edman Lara se convierte en el principal obstáculo para soñar con una Bolivia libre de la extrema izquierda populista donde actividades críticas para la democracia, como el periodismo, pusieran reemerger ya libres de los atropellos políticos, judiciales y económicos normalizados durante la era del MAS que obligaron a una generación de reconocidos periodistas bolivianos a un éxodo en busca de la protección de estados que aún observan la Carta Interamericana.

Muchos partieron durante los pasados cinco años y muchos otros que apostaron a que el país se reencaminará con los resultados electorales de 2025 se aprestan a partir dado que el MAS ya no estará, pero su perversa lógica de poder consiguió un nuevo organismo anfitrión.

En este escenario, la pregunta ya no es si Lara es apto para cogobernar, sino si Bolivia está dispuesta a repetir su dramática historia corta. ¿Estamos ante el fin del evismo o simplemente frente a su mutación más sofisticadamente violenta?