El gobierno de Gualberto Villarroel fue un paréntesis breve y sangriento, pero también el inicio de un nuevo ciclo en la política boliviana. Allí se encontraron los jóvenes veinti-treintañeros del MNR y los militares de RADEPA, dos fuerzas que marcarían el rumbo del país para siempre. Los primeros traían consigo una energía generacional que incomodaba al viejo orden, los segundos entendieron que esa apertura era la llave para proyectar un nuevo horizonte. El establishment de la época, asustado, reaccionó con todo el peso de su conservadurismo y como resultado, la historia escribió el brutal final de Villarroel colgado en un faro de la plaza Murillo. Sin embargo, lo que se creyó sofocar con una soga en el cuello del presidente, en realidad encendió la mecha de un fuego político que no se apagaría nunca más.
Los jóvenes del MNR, aún en la sombra de la historia, tenían ya la decisión de tomar el poder, por las armas, si era necesario… y así sucedió. La revolución de 1952 fue la consecuencia inevitable de un quiebre generacional que ya había comenzado en las arenas del chaco y había madurado en los balcones del Palacio de Gobierno durante los años de Villarroel. Bolivia nunca volvería a ser la misma desde entonces.
Hoy, la política nacional enfrenta un cierre de ciclo con la misma tensión, un candidato incómodo y uno conservador. El “incómodo” emergente, le abrió las puertas a los millennials que vienen entrando con una nueva visión de país, abriéndose campo a codazos para copar espacios de poder, con la convicción de que la historia se escribe desde la audacia. Al frente están Tuto y Evo, símbolos del mamertismo de nuestro tiempo, figuras atrapadas en un pasado que se niega a reconocer la potencia de un relevo generacional que ya está en marcha. Se aferran al aparato y a la manipulación mediante el odio y el miedo. Se sirven de las ambiciones menores de ciertos activistas políticos que creen que pagar por una diputación equivale a poder, y todo esto, solo para simular renovación y seguir pellizcando control.
La política boliviana está entrando a una fase de alto voltaje. Mientras los actores conservadores hacen todo lo posible por frenar lo que no entienden, lo nuevo está cargando los cañones. El tsunami generacional ya está en marcha, imparable, viene con la fuerza de la historia a jubilar a todos los que se aferran al pasado. Este quiebre es un hecho político en curso, y los que no lo entiendan quedarán barridos en el camino.
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Marcelo Ugalde Castrillo
Político y empresario