El último blues del croata, cine boliviano a todo pulmón


 

¿No les ha pasado que cuando van a algún velorio, este se convierte en el lugar propicio para conocer los secretos mejor guardados o los más oscuros del difunto? Este descubrimiento, o “insight” que le dicen los publicistas, es parte de las interpretaciones personales que uno puede encontrar al ver El último blues del croata película que es la última propuesta, de un cada vez más esforzado, cine boliviano.



 

Perla (Mariana Bredow) y Willy (Pedro Grossman) son 2 amigos que vuelven a reunirse tras años de ausencia. El motivo no podría ser peor: Ha muerto Drazen (personaje ficticio inspirado en la leyenda blusera Drago Dogan), antiguo amante de ella y contraparte musical de él. Drazen falleció en una soledad que les genera sentimientos de culpa y que los lleva a emprender un viaje al pasado, a reconciliarse con el difunto, y también con sus propias historias. El conflicto sobre el que gira la película es que tan solo tienen 72 horas para poder enterrar al amigo. Este periplo está repleto de situaciones propias de nuestro entorno como la burocracia, la corrupción de las instituciones y la viveza criolla para resolver los problemas.

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Si hay que definir “El último blues del croata” en una sola palabra esa palabra es: Entrañable. Ver a tantos conocidos actores, estandaperos y músicos que sinceramente quiero me alegra el alma. Más aún si son parte de esa tropa de idealistas que, contra viento y marea, se empecinan en contar historias es un país en el que los encargados de hacer crecer la cultura cada vez, y con mayor intensidad, la desprecian.  Por la pantalla desfilan Ariel Vargas, Billy Castillo, Carlos Ureña, Jorge Arturo Lora, Saúl Montaño, Hugo Francisquini que en sus pequeñas intervenciones también nos recuerdan los momentos en que se cruzaron nuestras vidas.

 

La película dirigida por el escritor/productor cubano Alejandro Suárez se ha estrenado en las diversas salas de cine del país y ha despertado una ola de comentarios y reseñas, desde la más sincera admiración hasta la virulenta crítica.

 

Muchos alaban su factura técnica que, sinceramente, a estas alturas ya debería ser un estándar en el cine boliviano si es que quiere trascender fronteras. Entre las críticas que recibe se observa que la mayoría de los actores provienen del teatro, por lo que las interpretaciones padecerían de los excesos dramáticos de quienes provienen de las tablas. Otros dicen que el poco tiempo y recursos con que se han contado para filmarla genera huecos en el ritmo y el desarrollo de la historia. Probablemente, tienen algo de razón y yo podría mencionar un par de aspectos que me molestaron un poco, pero en esta oportunidad voy a llamarme a silencio porque la película me emocionó y por muchas razones.

 

Por extraño que les parezca, yo también tuve un amigo que se fue de este mundo leal a sus convicciones y acompañado de una soledad que algún momento nos incomodó a todos los que lo conocimos. Él también era un extranjero que expresó el deseo de que sus cenizas sean arrojadas en el Piraí, con la diferencia de que las suyas no las confundieron con las de otro difunto. O al menos eso pensamos.