La violencia vicaria no es perceptible por los moretones que deja en la piel, sus golpes son más letales, impactan directamente en el alma de hombres, mujeres y niños inocentes, que deben pagar las consecuencias del trastorno de alguien que solo tiene el propósito de herir a cuanto tiene cerca. La Ley 348 es para Bolivia –como otras leyes de similares características en diferentes países alrededor del mundo que abrazaron la Agenda Globalista entre sus planes– una trampa social que daña el tejido social y destruye a las familias.
Corría el año 2014 en la pequeña ciudad de Lomas de Zamora, suroeste de Buenos Aires (Argentina), cuando Andrea Vásquez, que había perdido la guarda de sus hijos ante los tribunales de justicia, presentó una denuncia contra su exesposo por violencia sexual en contra de sus hijos. La “alienación parental” fue puesta en marcha, la influencia por parte de la madre obligó a que el segundo de los hermanos corroborara la denuncia y la justicia proceda sin prueba alguna a encarcelar a Pablo Ghisoni, médico de profesión, exesposo de Andrea y padre de tres hijos.
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Ghisoni fue privado de libertad por casi tres años, dos años en una institución de salud mental y posteriormente fue concedida la prisión domiciliaria. El juicio comenzó recién en agosto de 2023 y tras un mes de deliberaciones, el tribunal decidió absolver a Pablo, porque la fiscalía no encontró elementos suficientes para llevar adelante la acusación. Posteriormente, el hijo que había secundado la denuncia de la madre confesó públicamente que había sido manipulado por ella para acusar falsamente a su progenitor.
La fiscalía denunció entonces a Andrea Vásquez por instigación a falso testimonio y asociación ilícita, aunque para entonces aquella denuncia falsa ya había destruido emocional, profesional y económicamente a su exmarido y consiguientemente a toda la familia. Tras diez años –que seguramente habrán parecido eternos para las verdaderas víctimas de esta pesadilla–, Pablo Ghisoni tuvo contacto con sus hijos menores. Con el corazón abatido y las marcas del dolor en el rostro tras sufrir las consecuencias de una justicia influenciada por grupos que promueven la ideología de género y el odio hacía el varón, él y sus tres hijos deberán encontrar la manera de sanar un daño irreparable, producto del odio y la venganza de su exesposa.
Las sociedades creen equivocadamente que solo los varones son agresivos, que una mujer sería incapaz de infligir daño alguno, causar dolor u obrar con maldad hacia los hombres (género masculino de la especie humana). Para los administradores de justicia, la sociedad, los familiares, amigos, incluso para la opinión pública, los hombres que denuncian o reclaman son considerados “cobardes”, “poco hombre”, “exagerados” por atreverse a reclamar “justicia”. Lo cierto es que hay miles de hombres que sufren maltrato por parte de sus parejas y prefieren callar. Sólo ellos conocen la verdad y el dolor de las heridas que sangran profusa y silenciosamente, mientras la sociedad se burla y normaliza todo tipo de ataques provenientes de algunas mujeres.
Los países hispanoparlantes que padecen esta realidad son en su mayoría aquellos que impulsan la “agenda globalista” y han incorporado leyes que vulneran los principios fundamentales del debido proceso y la presunción de inocencia. El caso de Pablo Ghisoni es uno de los miles que ocurren a diario y ganó relevancia al conocerse las declaraciones del hijo que lo había acusado, quién textualmente manifestó: “Mi nombre es Tomás Ghisoni. Cuando era adolescente acusé falsamente a mi padre de algo gravísimo. Crecí escuchando que mi papá era peligroso, que nos había hecho daño, que nos golpeaba. No fue una mentira inventada por mí, FUE UNA HISTORIA SOSTENIDA, REPETIDA, impuesta por una figura adulta en la que yo confiaba plenamente: mi madre”.
Aquellas declaraciones conmovieron al país vecino y gracias a las redes sociales se viralizaron, mostrando una realidad invisible y silenciosa que está perforando irremediablemente el núcleo social y que puede apreciarse en países como Bolivia, México, España, Chile, entre otros, donde el punto de partida viene a ser la venganza amparada por un cuerpo legal que impunemente faculta a realizar denuncias falsas, con la complicidad de una justicia corrompida que se aprovecha de leyes ideológicas e inconstitucionales para extorsionar a los que a la postre resultarán ser las verdaderas víctimas, sin otorgarles posibilidad alguna de asumir defensa en igualdad de condiciones.
Para Otto Kernberg (Nueva York) una de las mayores autoridades mundiales en trastornos de personalidad, el patrón que siguen estás personas dispuestas a denunciar falsamente, es que: están dispuestos a quemar sistemáticamente todos los puentes que podrían conducirlos al éxito y la felicidad, sin importarles si se trata de familia, hijos, pareja, amigos incluso compañeros de trabajo, por lo que les cuesta mantener relaciones sanas por mucho tiempo. Lastimosamente, no es suficiente con tomar distancia, en el proceso, estás personas buscan destruir completamente la relación, sin aceptar que las relaciones interpersonales permanentes son importantes para vivir.
Quienes ejercen violencia vicaria viven únicamente para destruir al padre en la mente de sus hijos. Si no logran envenenar a todos, se conforman al menos con hacerlo en uno de ellos –tal como en el caso de la familia Ghisoni–, con eso le basta porque tiene un arma de tortura. La manipulación comienza así: “todo lo malo que viviste es culpa de tu padre; si lloraste fue por culpa de tu padre; si sufriste fue por tu padre; si hubo peleas, si hubo tristeza, todo irá sobre la espalda del padre”.
Lo repite de tantas formas y en tan variados lugares una y otra vez, que el hijo termina por olvidarse incluso de su infancia, lo único que recordará es la historia retorcida que le cuentan hasta que finalmente el cerebro asocia todos los malos recuerdos a la figura de su padre, enfermando egoístamente el corazón y la mente de sus hijos, dejando al padre señalado, rechazado, humillado, despreciado, y no precisamente por algo que hizo, únicamente por lo que inventaron que hizo para destruirle la vida a él y colateralmente dañando la vida de sus hijos.
Las heridas provocadas por las denuncias falsas duelen a diario y terminan matando por dentro lentamente. Las armas que emplean las personas que sufren estos trastornos son siempre las mismas, el uso de epítetos repetidos sistemáticamente que empujan a la víctima al límite, al punto que, el abuso y la agresión son prácticamente intolerables. Aprovechan la más mínima reacción para culparlo por romperse y manipulan a la justicia que se brinda dócilmente por considerarlo un negocio rentable.
Durante los pasados días, el Presidente del Tribunal Supremo de Justicia de Bolivia, Dr. Romer Saucedo, ha dado señales de que la justicia busca recuperar su independencia. Habrá que mantenerse optimistas y confiar que bajo esa dirección estos temas “invisibles” para la justicia y que tanto daño causan a la familia, prosigan por el mismo rumbo de los bullados y mediáticos que ocupan las luces y lentes de toda la opinión pública.
Mientras tanto, vale la pena recordar que Dios ve el corazón incluso cuando el mundo no presta atención. En sus manos descansa la verdad y la justicia, por lo que más tarde que temprano encontrarán su camino. “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, solo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.