La intolerancia ya no alcanza ¡Vamos por M.A.S.!


 


Ese parece ser el nuevo libreto de Tuto, uno de los eternos opositores que se acostumbró a vivir en el cómodo rincón del odio hacia el MAS. Hasta ahora el único capital político opositor/conservador ha sido administrar el resentimiento de un electorado que jamás comulgó con el masismo y que, en esa bronca, siempre encontró refugio para su voto en cualquiera que hable fuerte en contra del régimen. Pero el tiempo pasó, el tablero cambió y el guion también.

Ahora, con el disfraz de pragmático, Tuto quiere hacer en unas cuantas semanas lo que no hizo en 20 años, y decide llamar a los votos masistas, no a todos, claro, solo a los que su filtro permita. Porque su condescendiente perdón, no alcanza a quien pueda ser identificado en una foto que lo perjudique. Este cálculo electoral es, obviamente, una estrategia que pretende sostener su narrativa de pureza mientras trata de colgarse de aquello que durante años despreció.



Llama la atención, la evidencia y la contradicción, de cómo este candidato juega con el electorado históricamente opositor, del mismo modo que la izquierda neocomunista juega con sus bases más radicales. Ambos se alimentan de la intolerancia. El uno, a los “masistas” y cualquiera que no piense como ellos; en el otro, a la “derecha” y cualquiera que no piense como ellos. Son dos caras de la misma moneda, que al igual que el peso boliviano, viene muy devaluada.

Mientras tanto, el país sigue atrapado en ese círculo vicioso de intereses y guerra sucia, con un candidato tradicional que vuelve a Bolivia cada cinco años, que está vendiendo el alma al diablo con el fin de ganar. Se apuesta al resentimiento, a la condescendencia, a la revancha y al miedo, como si esos sentimientos pudieran gobernar un país como el nuestro, con una sociedad ya exasperada por las circunstancias, que ya demostró que está cansada y quiere algo más que los mismos rostros que nos atormentan desde los años noventa.

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La política que encarna Tuto, no entiende que la sed de venganza nunca alcanza. Ni con el MAS arrinconado logró ofrecer algo distinto, y tarde entendió que necesita el voto popular. Y hoy, al intentar seducir selectivamente al votante “masista”, termina confirmando que su juego es dividir, etiquetar y manipular. Que después de meses de sembrar discriminación, resulta que ahora es un gran reconciliador de la patria.

El país merece mucho más que eso. Porque la intolerancia ya no moviliza como antes. Y porque Bolivia, aunque ellos no lo vean, está buscando otra voz, otro camino, otra forma de entender el poder que no se base en el desprecio cruzado, sino en la capacidad de construir puentes de reconciliación reales, no de campaña.

Marcelo Ugalde Castrillo

Político y empresario