En octubre de 2025 Bolivia se encamina hacia un balotaje que marcará un antes y un después en la vida política nacional. El Partido Demócrata Cristiano (PDC), con Rodrigo Paz como candidato presidencial y Edman Lara como su compañero de fórmula, se presenta como una opción que despierta tanto expectativa como interrogantes. Pero más allá de los cálculos electorales, lo que verdaderamente está en juego es si este proyecto político podrá encarnar un espíritu de reconciliación que devuelva confianza y esperanza al país.
Rodrigo Paz ha sido claro: Bolivia necesita sanar sus heridas y reconciliarse consigo misma. Su discurso de unidad nacional ha tocado fibras sensibles, porque todos sabemos que la confrontación ha desgastado nuestra convivencia democrática. Frente a ese horizonte, la figura de Edman Lara adquiere una relevancia especial. Hasta ahora ha sido percibido como un político enérgico, de palabras firmes, a veces duras. Pero la vida pública, al igual que la vida personal, ofrece siempre oportunidades para renovarse y mostrar otra faceta.
La fe cristiana nos recuerda que nadie está condenado a vivir prisionero de su pasado. La reconciliación es, sobre todo, una experiencia de renovación espiritual. Martín Lutero escribió: “La fe es un vivir audaz, confiado en la gracia de Dios, tan seguro de su favor que uno puede arriesgarlo todo”. Agustín de Hipona decía: “La esperanza tiene dos hijas hermosas: la indignación y el coraje; la indignación nos enseña a no aceptar las cosas como son, y el coraje a cambiarlas”. Quizás ese sea hoy el desafío para Edman Lara: arriesgarse a cambiar, a confiar en la gracia que permite comenzar de nuevo, y a convertirse en un actor de unidad en lugar de división.
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La eventual vicepresidencia no es un cargo menor. Implica presidir el Congreso, un espacio donde los gritos y los bloqueos ya no pueden ser la regla. El país necesita voces que escuchen, que moderen y que tiendan puentes. Si Lara decide dar un giro en su estilo y acompasar su voz con la de Rodrigo Paz, podría transformarse en un símbolo de que la política también es un lugar para la redención.
Bolivia ha vivido momentos de reconciliación antes. Tras la Guerra del Chaco, el país supo levantarse y reconstruirse. Más cerca en el tiempo, después de las crisis, a pesar de las tensiones, las fuerzas políticas entendieron que no podían seguir desgarrando al país sin consecuencias fatales. Nuestra historia enseña que, aun en medio del dolor, siempre es posible empezar de nuevo.
Hoy, lo que está en juego no es solamente quién gobernará, sino si estamos dispuestos a apostar por un cambio profundo en la manera de hacer política. Rodrigo Paz ha trazado el camino de la reconciliación. Edman Lara tiene ahora la oportunidad de caminarlo, no como un acompañante distante, sino como un protagonista dispuesto a demostrar que la confrontación no define el destino de un hombre, ni mucho menos el de una nación.
Como creyente, confío en que todos somos capaces de transformarnos. Como periodista, sé que la sociedad boliviana observa con esperanza los gestos de unidad y diálogo. Como ciudadano, deseo profundamente que quienes hoy tienen la posibilidad de dirigir el país elijan la senda de la paz y la concordia.
Si Lara logra dar ese paso, si su tono se alinea con el mensaje de Rodrigo Paz, entonces Bolivia no solo habrá encontrado una fórmula electoral, sino un mensaje espiritual y político capaz de devolverle al país la fe en sí mismo. Porque al final, la reconciliación no es un discurso: es una decisión. Y quizás hoy estemos ante el momento en que esa decisión pueda cambiar el futuro de nuestra patria.
Mauricio Ochoa Urioste
El autor es abogado