“Locos” en campaña


 

 



La campaña de guerra sucia añadió un adjetivo a la lista. Ya no solo «zurdos», «masistas», «socialistas», «populistas». Ahora también «locos».

Todo el que no esté de nuestro lado está con Evo y, si no, está loco. A eso se quiere reducir ahora el debate político: entre locos y cuerdos.

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Los «cuerdos» son de derecha y lo dicen con mucho orgullo. «Soy derechista a mucha honra y tengo una estampita de Javier Milei en la billetera. Pero, además, son bien «machos»: ni hablar de feminismo y cruz para los gays.

El «cuerdo» va a misa todos los domingos, confiesa algunos pecadillos – no el de la intolerancia, por supuesto – y obtiene el perdón sin mucho trámite.

Para el cuerdo Dios, Patria y Hogar lo son todo, aunque no cumpla con los mandamientos, maldiga la hora en que nació en un país «que no lo merece» y frecuente los temas del hogar solo los domingos a mediodía.

El cuerdo es «paternal» por conveniencia. Está con los más pobres solo en campaña y mira al cielo cuando retiene entre las manos el rostro de la anciana emocionada que tropezó con el candidato.

Por lo general, el cuerdo es más técnico que político. Habla de números, no de almas. «Dos y dos son cuatro, cuadro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho…». con la música de fondo incluida.

Para los cuerdos no hay nada más loco que cambiar de parecer. Todo se reduce al «dicho y hecho», aunque al final nada se ajuste necesariamente a la realidad.

El gran problema para los cuerdos es que sienten que Bolivia es un gran manicomio y por eso miran con desconfianza a los demás. Se lamentan siempre de vivir en un país que «no tiene remedio» y repiten siempre que «el problema es nuestra gente», «ya ni la mano dura sirve» y cosas por el estilo.

Mientras el loco intenta descifrar su país, el cuerdo vive siempre con la frustración de que su país no se parezca a otro.

No se sabe necesariamente para qué, pero el cuerdo es «preparado. Él si sabe y el «loco», por supuesto, es ignorante o, peor, un despistado.

Los cuerdos radicales de un extremo y otro se parecen. Ambos creen que son dueños de la razón y desprecian o encierran al resto en una cárcel de adjetivos. Les gusta un mundo en blanco y negro, de buenos y malos, donde ellos son siempre «blancos» o «negros», según la óptica del discriminador.

Cuando el «cuerdo» se da cuenta de que no puede acusar a su rival de ser «zurdo» sin hacer el ridículo, entonces opta por descalificarlo de todas maneras, pero poniendo en duda su «salud mental». «Ese tipo es un loco», dicen de su adversario.

Y así, entre «cuerdos» y locos se mueve la campaña. Es la nueva polarización. ¿Qué locura no?… pero a eso hemos llegado.