Hombre del siglo XX y baluarte de la modernidad cruceña, Percy Fernández construyó no solo calles, escuelas y hospitales, sino también un relato colectivo: la Santa Cruz que saltó del primer anillo a la metrópoli expansiva, contradictoria y orgullosa de sí misma.
Con la muerte de Percy Fernández, Santa Cruz perdió al gran narrador de su modernidad. Una modernidad que no se plasmó sólo en sus legendarios discursos, sino con obras públicas sin las cuales las oportunidades de la gran mayoría no serían las mismas. Su lenguaje fue entendido por una ciudad que crecía demasiado rápido para detenerse a filosofar sobre sí misma.
El menor de siete hermanos, hijo póstumo que alguna vez cargó canastos de pan para ayudar a su madre viuda y que terminó multiplicando los anillos que hoy definen la capital oriental, es la historia de la cruceñidad. Su biografía se parece demasiado a la de Santa Cruz. Nació pobre, peleó contra la escasez, aprendió a crecer con obstinación y se reinventó tantas veces como hizo falta.
Percy fue, ante todo, ingeniero. Y ese dato no es menor. Porque si algo distinguió sus seis gestiones al frente de la Alcaldía fue la obsesión con el ordenamiento físico de la ciudad. Calles y avenidas pavimentadas, hospitales de barrio, parques donde antes había baldíos, módulos de educación primaria y secundaria, drenaje pluvial. Su obra municipal es inigualable con otra ciudad del país. Entre 1990 y 2020, con interrupciones, su mano estuvo presente en casi todos los grandes proyectos urbanos que moldearon la Santa Cruz contemporánea. Casi 50.000 obras, dicen los conteos, aunque los números en su caso importan menos que la percepción cultural: sin Percy, la ciudad sería otra. No sería lo que es hoy. Bajo su mando, Santa Cruz dejó de ser un pueblo grande con pretensiones y se convirtió en metrópoli.
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Percy fue, además, un hombre del siglo XX, marcado por el vértigo de la modernidad. Junto a toda una generación de profesionales cruceños —arquitectos, ingenieros, médicos, empresarios y urbanistas— encarnó el tránsito de Santa Cruz de la Sierra de un pueblo casi rural a la mayor ciudad de Bolivia. En su figura se concentraban las ansias de progreso de una sociedad que apostó por el trabajo y la planificación para dejar atrás la marginalidad histórica. Fue emblema de esa modernidad práctica, artífice de un salto cultural y urbano que convirtió a la región en motor del país.
Lo apodaron el “alcalde constructor”, y el título le calzaba bien. Era el héroe urbano que se necesitaba en un tiempo en que la migración, la expansión demográfica y el auge económico desbordaban cualquier plan previo.
Su figura, sin embargo, nunca fue lineal. A la par de sus obras, creció un personaje polémico, campechano, que convertía cada acto público en una escena teatral. Sus bromas y desplantes lo hicieron blanco de la prensa, de críticas, de denuncias. Muchos lo redujeron a esa caricatura de hombre pintoresco, ocurrente, a veces imprudente. Pero detrás del personaje había un gesto cultural profundo: en Percy, lo moderno y lo tradicional se reconciliaban. Un puente entre dos mundos: la Santa Cruz cosmopolita que soñaba con ser una gran ciudad y la Santa Cruz popular que todavía se reconocía en los barrios, en el vecindario, en el trato de confianza y hospitalidad.
Como todo mito, su figura seguirá siendo ambivalente. Para algunos, un visionario que cambió la historia urbana, para otros, un político que se escudó en el cemento para ocultar sus excesos. Pero en esa ambivalencia está precisamente la marca de los personajes que encarnan a un pueblo entero. Percy Fernández no fue solo un alcalde. Fue, quizás sin proponérselo, el cronista material de Santa Cruz de la Sierra.
Allí donde otros escriben libros, él trazó calles. Allí donde otros diseñan teorías, él levantó una obra monumental a favor de las oportunidades para todos. Su biografía es también la biografía de una ciudad que encontró en él su espejo: contradictoria, expansiva, orgullosa y, sobre todo, incansablemente viva.
In memoriam.
Por Mauricio Jaime Goio.