Johnny Nogales Viruez
Bolivia estrena una segunda vuelta en la que, sin necesidad de dotes adivinatorias, se avizora un reñido final. Conocida la primera encuesta, hay quienes ya proclaman vencedores y otros que se aferran al todavía alto porcentaje de indecisos, habida cuenta de la reciente experiencia. Desde esta columna y salvo un hecho fortuito de gran trascendencia, esta es la perspectiva:
Se avanza hacia una votación en la que la enconada guerra por el poder amenaza con reducir el desenlace a una disputada carrera de caballos, que se definirá “por una cabeza”. Cada día que pasa, la campaña se parece más a una contienda en la que la ambición, la propaganda sucia y la obstinación pesan más que las propuestas y la sensatez. La polarización, que ya es la enfermedad crónica de nuestra política, se verá más acicateada en caso de darse un resultado estrecho. Y ese es el peor augurio para la gobernabilidad que el país necesita con urgencia.
En vez de discutir cómo sacar a Bolivia de la recesión, cómo disminuir el gasto público, cómo reactivar el aparato productivo o cómo rescatar la independencia de la justicia, los candidatos y sus vehementes partidarios se concentran en descalificarse unos a otros, calculando encuestas y apostando a la fractura del voto. Ninguno parece advertir que un triunfo por milímetros es casi una derrota en términos de viabilidad. Un presidente elegido por una diferencia mínima enfrentará desde el primer día la hostilidad de sus adversarios y la debilidad de un Parlamento fragmentado.
Nuestro país , que ya padece inflación, escasez de divisas y déficit fiscal, no resiste un año más de parálisis política. Sin acuerdos básicos – presupuesto, inversiones, reglas claras para el mercado y garantías para la convivencia – ningún plan económico ni reforma institucional tendrá futuro. La experiencia demuestra que cuando la lucha por el poder se libra sin límites, el día después se convierte en un campo minado donde la revancha cobra protagonismo.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
A esta fragilidad se suma un dato decisivo: ninguno de los competidores que se perfila para el balotaje cuenta con un partido político orgánicamente estructurado. Son más bien uniones o agrupaciones variopintas, en las que conviven personas sin ninguna experiencia junto a dirigentes de peso, pero sin la cohesión de una organización política real. Esa carencia dificultará las decisiones homogéneas y debilitará la unidad de mando, reduciendo la capacidad de acatar y ejecutar acuerdos que exigen disciplina y visión compartida.
Por eso la responsabilidad no es solo de los candidatos. Es de todos. De los políticos, que deben anteponer la estabilidad a la mezquindad, y de una ciudadanía que no puede mirar la contienda como si se tratara de una apuesta deportiva. Ganar por una cabeza puede ser una hazaña en el hipódromo, pero en política es casi una condena.
Para que se entienda, es necesario repetir el concepto central: La salida verdadera exigirá algo más que una alianza de dos, Ojalá se logre la unión de todos los que creen en la libertad y la democracia. Sólo así podrán encararse los cambios fundamentales que Bolivia necesita, incluida una nueva Constitución que deje atrás el estatismo y devuelva a la República un Estado al servicio de las personas.
Es deseable que Bolivia no pierda por una cabeza.
PD. Gracias, Tania Ávila, por permitirme graficar este artículo con tu hermosa pintura.