En el mundo de la economía, a menudo nos encontramos hablando de cifras, exportaciones e inflación. Sin embargo, hay un elemento que rara vez aparece en las tablas de Excel, pero que influye en el destino de un país tanto como cualquier variable macroeconómica: la confianza.
En este país, la confianza es tan escasa como los dólares y tan valiosa como el agua.
Bolivia ha pasado demasiados años gestionando desconfianza, ya sea entre regiones, sectores, ciudadanos e instituciones y lo sabemos bien, donde no hay confianza, no hay inversión, donde no hay inversión, no hay empleo y donde no hay empleo, no hay futuro.
Esto no es solo un problema político, es un desafío económico profundo. Ningún empresario se atreverá a expandir su planta si no está seguro de que mañana no cambiarán las reglas del juego. Ningún joven emprende si sabe que su éxito puede transformarse en fracaso de
la noche a la mañana. Ningún productor invertirá en mejorar su tecnología si vive con el temor de perderlo todo por un decreto.
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La reconciliación, entendida no como olvido ni resignación, sino como un pacto real de convivencia, es en este momento la clave para cualquier proyecto de desarrollo.
En otras palabras, sin reconciliación, todo lo demás se convierte en pura retórica.
En la historia económica de los países que han logrado un crecimiento sostenido, siempre ha habido un momento crucial en el que decidieron poner orden en su casa y establecer reglas compartidas. España, tras la transición, Chile, con su pacto de modernización y
Alemania, con su reconstrucción.
No hay milagro económico sin un pacto político, y en este momento, nuestro país necesita ese milagro, acompañado de mucho trabajo.
Bolivia cuenta con recursos, energía, litio, un sector agrícola en crecimiento, minerales y agua, pero le falta el pegamento institucional que transforme todo eso en riqueza duradera.
La reconciliación puede ser ese pegamento, no se trata de una idea moral, sino de una estrategia de desarrollo. Un país dividido siempre será un país pobre; en cambio, un país reconciliado puede ser competitivo.
Reconciliarnos no es un gesto político, es la condición mínima para que nuestros hijos tengan empleo, nuestros productores prosperen y Bolivia deje de sobrevivir para comenzar a crecer.
Por: Gonzalo Angles Vaca
Ingeniero Comercial / Comunicador pólitico