A propósito del momento altamente político que vive el país, decidí escribir una columna diferente que espero sea de utilidad tanto para la sociedad, como para aquellos que -no creyendo que descienden del mono- de un tiempo a esta parte han levantado el nombre de Dios, una y otra vez, buscando ganar apoyo para llegar a lugares de privilegio.
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Por cierto, ¿sabía Ud. que toda autoridad es puesta por Dios? No lo digo yo, lo dice la Biblia: nos guste o no, lo entendamos o no, que gobierne un hombre recto o un perverso, no escapa a su voluntad, por lo que quienes aspiran a acceder al poder, deberían reflexionar seriamente sobre ello, mucho más si “al que más se le da, más se le exigirá”, también es algo bíblico.
Dentro de la doctrina cristiana está mandado que todos debamos someternos a las autoridades públicas, “pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él” y, respecto de las autoridades, afirma que “no están para infundir terror a los que hacen lo bueno, sino a los que hacen lo malo” y, recomienda no tenerles miedo, siempre que se haga lo correcto, siendo que aquellas están al servicio de Dios para hacer el bien, impartir justicia y castigar al malhechor. ¿Lo sabía? ¿Tremendo, verdad?
Pero, hay algo más al respecto, a propósito de la altísima informalidad, el contrabando, los autos chutos, el narcotráfico y la corrupción abierta y disimulada que se campea en el país. La Palabra de Dios dice que debemos pagar impuestos para sostener a las autoridades, para que gobiernen bien, miren, textual: “Paguen a cada uno lo que corresponda: si deben impuestos, paguen los impuestos; si deben contribuciones, paguen las contribuciones; al que deban respeto, muéstrenle respeto; al que deban honor, ríndanle honor”.
Finalmente, concomitante con tan importante tema, una sentencia para moros y cristianos, para gobernantes y gobernados, es Dios, hablando: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos”, lo que equivale al adagio popular que reza: “Quien siembra vientos, cosechará tempestades”.
De ahí que, hay una buena y una mala noticia con esta cuestión. La buena noticia para toda autoridad sea civil, militar, policial, legislativa, ejecutiva, judicial, eclesiástica, electoral o de cualquier otra índole, es que, si lo hace bien, puede contar con el pleno respaldo de Dios, con la condición de que haga su buena voluntad, agradable y perfecta, pero ¿qué pasa, si no? No le irá a bien, con lo que se cumplirá lo que el sabio Salomón dijo, que lo mejor de algo no es cómo empieza, sino, como terminará, lo que se aplica a los gobiernos, matrimonios, emprendimientos, estudios, etc.
Seguramente, a estas alturas muchos se estarán preguntando ¿cómo puede ser que Dios permita que asuman el poder personas malas o inconversas? Para entenderlo, hay que saber que la voluntad de Dios tiene dos facetas, la “decretativa” asociada a su soberanía absoluta por la que sus preceptos se cumplen sí o sí; pero, está también la voluntad “permisiva”, donde entramos en juego todos, permitiendo obedecerle o desobedecerle, de acuerdo con nuestro libre albedrío. Esto es lo que lleva a los países a tener los gobernantes que tienen. Dios respeta la decisión de equivocarnos a la hora de elegir, por las promesas de los candidatos. Cuando las autoridades son temerosas de Dios, no hacen lo malo, son una bendición, pero si no lo son, traerán sufrimiento y dolor.
“Al que más se le da, más se le exigirá”, se aplica a todos, al que logra mayor conocimiento, riqueza, poder, etc., de tal suerte que, toda autoridad, desde la más pequeña hasta la más grande, un día rendirá cuentas de lo que ha hecho, tanto de lo visible como de lo oculto, porque para Dios nada pasa desapercibido y Él no puede ser burlado, no hay vida privada para Él, de ahí que, gobernantes y gobernados, lo mismo que siembren, cosecharán, pero, multiplicado.
¡Cuántas veces se levanta el nombre de Dios en vano, contradiciendo su Palabra, al ponerlo como testigo o invocando su nombre con fines egoístas! Hay que tener cuidado, porque, así como no se puede engañar a Dios, Abraham Lincoln habría dicho también que «se puede engañar a una persona por un tiempo, se puede engañar a muchos por mucho tiempo, pero no se puede engañar a todos, todo el tiempo», por tanto, en algún momento vendrá el juicio, sea divino o humano, y la consecuencia inevitable será, recompensa o castigo.
Cuántos “profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena”; el mismo Jesús reclamó: “¿Por qué me llaman, Señor, Señor, y no hacen lo que yo digo?». Solamente cuando gobernantes y gobernados tengamos en cuenta a Dios, de verdad, ese día llegaremos a ser una mejor Bolivia.
Gary Antonio Rodríguez Álvarez
Economista y Teólogo
