Una exhibición de embarcaciones confiscadas en una base naval en Ecuador ofrece una idea de por qué es tan difícil detener el contrabando de drogas
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Un conjunto de embarcaciones confiscadas en una base naval ecuatoriana es un testimonio de la astucia de los cárteles a la hora de idear formas de transportar drogas por todo el mundo.
El comandante de la guardia costera de Ecuador contempló el submarino que se había utilizado para transportar drogas con una mirada de derrota, agotado por los interminables esfuerzos de intercepción que parecen no llevar a ninguna parte, en los que sus marineros arriesgan sus vidas mientras la cocaína sigue fluyendo.
Los narcotraficantes, dijo, siempre van muchos pasos por delante.
La armada ecuatoriana tiene dos submarinos en su flota. ¿Y los cárteles? Nadie lo sabe en realidad, pero sin duda muchos más.
En los últimos 15 años, Ecuador ha capturado una docena de embarcaciones totalmente sumergibles y semisumergibles. Las autoridades estadounidenses afirman creer que solo se ha interceptado una pequeña fracción de este tipo de embarcaciones en todo el mundo.
Estábamos en la enorme base naval a lo largo del paseo marítimo de Guayaquil, la ciudad más poblada de Ecuador, observando las embarcaciones del narcotráfico incautadas por la fuerza naval, algunas con la ayuda de la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos. Era un cementerio de barcos pesqueros, embarcaciones semisumergibles y un enorme submarino metálico.
El conjunto de embarcaciones era un testimonio de la astucia de los cárteles a la hora de idear formas de transportar drogas por todo el mundo.
La semana pasada, el ejército estadounidense atacó en el Caribe una embarcación semisumergible que, según afirmaba, transportaba cocaína. Murieron dos personas, pero hubo dos supervivientes, entre ellos un ecuatoriano que fue repatriado.
El ataque forma parte de la campaña del gobierno de Trump para destruir embarcaciones que, según afirma, trafican con drogas. (El miércoles, dijo que había atacado una embarcación frente a la costa de Colombia, la primera vez que se producía un ataque de este tipo en el Pacífico).
Muchos expertos afirman que los ataques estadounidenses violan el derecho internacional.
Los barcos pesqueros y lanchas rápidas destartaladas siguen transportando importantes cantidades de cocaína de Sudamérica a Estados Unidos, pero las embarcaciones semisumergibles surgieron en la década de 1990 como una forma de intentar eludir a las autoridades estadounidenses.
Normalmente, la mayor parte de la embarcación se encuentra bajo la superficie del agua, con una cabina de fibra de vidrio justo encima para permitir la navegación. Las embarcaciones suelen tener una tripulación de hasta cuatro personas, miden aproximadamente 15 metros de largo y pueden contener 1,8 toneladas de cocaína, según la armada ecuatoriana.
Los guardacostas ecuatorianos calcularon que la construcción de un semisumergible que incautaron había costado alrededor de 1 millón de dólares. En comparación, una tonelada de cocaína puede generar unos 25 millones de dólares en Estados Unidos.
A mediados de la década de 2000, las armadas de toda Sudamérica empezaron a ver submarinos completos, como el enorme navío de 27 metros de largo que se encuentra en la base naval de Guayaquil. Se encontró en 2010, su construcción costó unos 2 millones de dólares y podía transportar hasta 9 toneladas de cocaína, dijo el comandante de la guardia costera.
Después de que algunas fuerzas del orden empezaran a utilizar cámaras de imagen térmica para detectar embarcaciones bajo el agua, los narcotraficantes empezaron a cubrirlas de plomo y a equiparlas con dispositivos de refrigeración para ayudar a ocultar sus firmas térmicas, según Insight Crime, una organización de investigación.
La potencia y el alcance de los submarinos también han aumentado con los años. Al principio, solo podían transportar drogas de Sudamérica a Centroamérica. Ahora, pueden atravesar los océanos Pacífico y Atlántico y llegar hasta Europa, África y Australia, recorriendo varios miles de kilómetros sin necesidad de repostar.
Ecuador se ha convertido en un actor importante en el tráfico mundial de drogas. Alrededor del 70 por ciento de la cocaína mundial pasa por el país. No es un centro de producción, pero Ecuador limita con Colombia, el mayor productor de cocaína del mundo, y los concurridos puertos de Guayaquil, que envían plátanos, pescado y camarones a todo el mundo, constituyen una lucrativa oportunidad para los cárteles.
La costa de Ecuador y el Pacífico en general es por donde fluye la mayor parte de la cocaína mundial, no por el Caribe, según muestran los datos de Estados Unidos y la ONU. La cocaína también ha alimentado allí un aumento de la violencia, lo que ha hecho que Ecuador haya pasado de ser el país más seguro de América Latina a uno de los más peligrosos.
Mientras entrevistaba al comandante de los guardacostas —The New York Times no revela su nombre por motivos de seguridad—, se oyeron unos fuegos artificiales en la lejanía.
El comandante dijo, suspirando, que la banda criminal que controla el barrio limítrofe con la base hacía eso cada vez que un cargamento llegaba a su destino.
Un modesto muro de ladrillo rematado con alambre de espino flexible era lo único que separaba la mayor base naval de Ecuador del extenso barrio empobrecido, controlado por Los Lobos, uno de los grupos de narcotraficantes más poderosos del país. La banda trabaja en estrecha colaboración con cárteles mexicanos y grupos de delincuencia organizada albaneses e italianos para pasar cocaína de contrabando por todo el mundo, según afirman funcionarios estadounidenses, europeos y ecuatorianos.
El mes pasado, el Departamento de Estado designó a Los Lobos como organización terrorista.
Le pregunté al comandante de los guardacostas si le ponía nervioso estar al lado del mismo enemigo contra el que luchaban sus fuerzas, si alguna vez le preocupó que miembros de Los Lobos escalaran los muros para atacar a sus marineros o sabotear su equipo.
“A veces”, dijo, con resignación y una expresión de “bueno, ¿qué se le va a hacer?”.
José María León Cabrera colaboró con reportería desde Guayaquil, Ecuador.
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