Desde hace años, Bolivia vive atrapada en una espiral de crisis que parece no tener fin: corrupción generalizada, polarización política, violencia cíclica, fragilidad institucional y una sociedad cada vez más desconfiada. Y aunque los diagnósticos suelen enfocarse en lo económico o lo político, creo firmemente que el mal mayor es más profundo y silencioso: estamos frente a una crisis moral.
Hemos normalizado la mentira en el discurso público, la trampa en los cargos, el uso del poder como botín. Nos hemos acostumbrado a elegir “al menos malo” o a justificar la corrupción de “los nuestros” mientras condenamos la del bando contrario. El resultado es un país que ya no confía en nadie, ni en las instituciones, ni en sí mismo.
Pero no todo está perdido. Esta crisis moral puede ser también una oportunidad histórica para reconstruirnos desde lo más esencial: nuestros valores. No hablo de moralismos vacíos ni de discursos religiosos; hablo de principios básicos que cualquier sociedad necesita para sostenerse: honestidad, justicia, respeto, responsabilidad.
Por eso propongo pensar una revolución moral ciudadana, una propuesta que no empieza en el gobierno, sino en cada uno de nosotros, pero que sí debe reflejarse en las estructuras del Estado y en el pacto social. ¿Qué implicaría?
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Primero, una regeneración ética y cívica, que comience en la educación. Necesitamos formar ciudadanos, no solo profesionales. La ética debe ser parte de los planes escolares y universitarios, igual que la formación democrática y el pensamiento crítico. Además, los funcionarios públicos deberían pasar por procesos obligatorios de formación ética, con consecuencias reales ante la corrupción.
Segundo, urge una reforma institucional profunda, empezando por la independencia real de los Poderes del Estado, de la justicia en particular y los diferentes órganos de control. Mientras no tengamos fiscales y jueces que respondan a la ley y no al poder político de turno, la impunidad seguirá destruyendo la credibilidad del Estado.
Tercero, necesitamos un pacto nacional, ético y político, liderado no por partidos, sino por actores diversos: universidades, pueblos indígenas, organizaciones sociales, iglesias, empresarios honestos, jóvenes. Un nuevo contrato moral entre bolivianos que defina límites, principios y reglas básicas que todos respetemos.
Cuarto, debemos sanar nuestras heridas como sociedad. El camino no es la venganza, sino la justicia restaurativa. Una comisión “de la verdad”, acompañada de procesos de perdón público, memoria y reparación, podría ayudarnos a cerrar ciclos de odio y violencia.
Finalmente, la economía también debe humanizarse. Necesitamos políticas públicas que fomenten la responsabilidad social, la transparencia en la inversión y el desarrollo local con ética. Una economía sin valores termina siendo solo una nueva forma de dominación.
Esta no es una receta mágica ni inmediata. Pero si no empezamos a hablar de ética en serio, si no ponemos la moral en el centro del debate nacional, todo lo demás será solo maquillaje. Bolivia no cambiará solo con nuevas elecciones, nuevos partidos o nuevas promesas. Cambiará cuando volvamos a creer en algo más grande que el interés personal: el bien común. Y eso, al final, empieza en cada uno de nosotros.
Fernando Crespo Lijeron