Destruir para crear: El Nobel que nadie aplaudió


Todos hablan de progreso, pero pocos entienden cómo ocurre. No nace de un plan estatal ni de una oficina de burócratas, sino del impulso de los que se atreven a cambiar las reglas. Así funciona el mercado, así evolucionan las empresas y así crece una sociedad. Ese principio, tan incómodo para los planificadores, fue el que reivindicó el reciente Nobel de Economía 2025, otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt. Demostraron una verdad fundamental que los defensores de la libertad deberíamos aplaudir de pie: sin libertad para innovar, no hay prosperidad. Porque el progreso, simplemente, no pide permiso.

Aghion y Howitt demostraron que el progreso no depende de planificaciones centralizadas, sino de la competencia: cada vez que alguien innova, obliga a los demás a mejorar. Su modelo de “destrucción creativa” explica por qué los países que crecen no temen al cambio, sino que lo abrazan. Mokyr, desde la historia, completa el enfoque y agrega que ninguna sociedad progresa si no protege la curiosidad, la propiedad intelectual y el mérito. En resumen, donde hay libertad real, hay innovación sostenida y desarrollo.



El ser humano siempre ha tenido curiosidad, y cuando esta se combina con libertad, surge la chispa que enciende el progreso. Ningún neandertal pidió permiso para tallar una rueda. Nadie convocó una reunión para decidir si los hermanos Wright podían volar el primer avión. Henry Ford no esperó una ley que autorizara la producción masiva del automóvil. Steve Jobs no necesitó una regulación para diseñar el iPhone y Satoshi Nakamoto no fue a ningún banco central a pedir visto bueno para crear Bitcoin. El progreso no se decreta: se desafía, se arriesga y se inventa.

Netflix, Tesla o Amazon no solo transformaron industrias beneficiando a miles de personas; redefinieron hábitos, expectativas y estándares. Ninguna de esas revoluciones vino de un decreto, sino de mentes libres dispuestas a desafiar lo establecido. Lo mismo ocurre cuando una empresa decide automatizar procesos, lanzar una app o repensar su estructura. Innovar duele, porque implica matar lo conocido para construir algo mejor. Pero es la única manera de seguir creciendo.

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En el mundo empresarial, la comodidad es el enemigo natural del progreso. Las compañías que sobreviven no son las más grandes, sino las que se adaptan más rápido. Y esa adaptación solo ocurre cuando existe un entorno que la permita: instituciones sólidas, competencia real, impuestos previsibles y respeto a la propiedad privada. Sin ese ecosistema, no puede darse esa destrucción creativa de la que hablan los Nobel que es indispensable para el desarrollo.

Paradójicamente, las ideas que sostienen este ciclo, la libertad, la competencia y el capitalismo, son las que menos discurso tienen. No generan titulares ni tendencias, pero levantan países, dan bienestar y crean riqueza. Por eso es nuestro deber celebrarlas, defenderlas y difundirlas, incluso cuando no están de moda. Al final, las ideas cambian el mundo, pero solo si alguien se anima a contarlas. Tal vez esa sea la destrucción creativa que Bolivia más necesita: sustituir el control por la responsabilidad individual, el paternalismo por el mérito y el permiso por la libertad.

Roberto Ortiz Ortiz

MBA con experiencia corporativa

en banca y telecomunicaciones