Carlos Hugo Molina
La recuperación de la confianza en la democracia y el restablecimiento de su valor pleno, es un proceso que necesitará tiempo. Sembrada la duda perversa que los acuerdos eran un signo de debilidad de la derecha para hacer negociados y repartijas, mientras el aparato público era el coto de caza del MAS desde el cual se sembraban y devolvían favores corruptos, y que la identidad llevada a su máxima violencia logró meterse en la vida cotidiana conviviendo con la persecución y miedo, se generó el caldo de cultivo para debilitar y destruir la gobernabilidad democrática.
Ese es el volumen del cambio necesario y el tamaño que tiene la derrota electoral del MAS. El MAS no ha desaparecido, así no tenga manifestación orgánica en este momento y no necesita consignas e instrucciones a su militancia para que voten por Rodrigo Paz. La torpeza de ese análisis desconocería que existiendo un 42% del voto masista sin representación partidaria propia, votaría por su antagónico ideológico, Tuto Quiroga.
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El análisis mecánico de la transferencia del voto como un acto de sumisión, lleva a dos escenarios, también perversos. El primero tiene que ver con la frase que se está repitiendo y debemos enfrentar, “la democracia de las calles”. Eso quiere decir que tendríamos que esperar que los movimientos sociales cuya dirigencia estaría perdiendo el favor del gobierno y de sus recursos económicos, empezaría a mostrar su fuerza después del 9 de noviembre, creando condiciones de inestabilidad y violencia con toma de tierras, bloqueos y demandas imposibles de resolver. El chantaje contra la gobernabilidad, en una democracia débil e inorgánica, facilitaría el desgobierno ante una crisis que necesitará grandes consensos para ser superada. Y sin embargo, no podrían ser tan ingenuos los próximos gobernantes si pensaran hacerlo sólo con sus fuerzas, y desde siglas en alquiler, sin base social ni estructura elemental, como son el PDC y el FRI.
El segundo escenario es más complicado por sus consecuencias. Circulan mensajes que el MAS dejaría gobernar 2 años a Rodrigo y con ayuda de Lara, se convocaría a una constituyente que acortaría mandatos y habilitaría a Evo Morales para que regrese electoralmente triunfante. Los dos escenarios dejarían en evidencia una democracia débil, escuálida e indefensa, marcada por un destino lamentable y cruel.
Quiero volver al momento en el que los spots publicitarios, cuando recuperábamos la democracia en 1982, la mostraban como un acto de amor y se expresaba en un beso entre dos jóvenes sonrientes que descubrían el valor del sentimiento.
Existe otra situación que necesita ser explicitada y tiene que ver con la legítima reacción contra los 20 años del MAS y la reprochable presencia de Evo Morales. Con la reacción adversa por esta experiencia que polarizó a la sociedad boliviana y la arrojó a la confrontación, el voto del 17 de agosto ha demostrado que no queremos repetir, y que tampoco puede ser razón para ignorar que detrás de la estructura masista, se encontraba y continua, una realidad social que desconocerla, no modifica la frustración y marginación demostrable por los índices de pobreza. Esta es una prueba de madurez muy grande para algunos sectores conservadores que podrían aprovechar esta situación para superar desencuentros, reforzando la cohesión social que necesitamos sin excusa.