Phil Connors se despierta cada día con el mismo sonido del despertador, la misma canción de los 80 y los mismos rostros que lo saludan desde una pequeña ciudad congelada en el tiempo.
Fuente: https://ideastextuales.com
En El Día de la Marmota, Harold Ramis construyó una parábola moderna sobre la rutina, el tedio y la posibilidad de redención en medio del absurdo. A primera vista, la historia parece una comedia ligera sobre un meteorólogo atrapado en un bucle temporal. Pero, en realidad, perturba. Pues hay algo profundamente inquietante en el amanecer que se repite. En escuchar, una y otra vez, el mismo sonido del despertador, ver los mismos rostros, los mismos gestos, las mismas calles.
La película, más que un relato fantástico, es un espejo de la vida cotidiana urbana moderna. Cada uno de nosotros, a su manera, se despierta en su propio Día de la Marmota. La misma casa, los mismos hábitos, las mismas conversaciones, los mismos gestos automáticos que se renuevan. Un bucle invisible, una sensación de movimiento constante sin desplazamiento real, una dinámica que nos hace creer que cada día es distinto, pero la estructura profunda se repite: deseo, consumo, frustración, y vuelta a empezar.
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Los relatos de repetición tienen una raíz antigua. Los mitos griegos ya conocían el castigo de la reiteración. Sísifo, condenado a empujar eternamente una piedra cuesta arriba y Prometeo, encadenado a su tormento diario, no son tan distintos del hombre contemporáneo que repite sus rutinas frente a una pantalla o en una oficina. La única diferencia con Sísifo es que llamamos a nuestra roca ‘rutina’, y la empujamos con resignación, sin darnos cuenta de que ella nos va tirando también.
Pero El Día de la Marmota ofrece una salida, o al menos una grieta por donde entra la luz. Phil Connors, tras pasar por la desesperación y el cinismo, aprende a mirar su condena de otra manera. Descubre que, si cada día es idéntico, puede usar esa repetición para transformarse. Aprende piano, salva vidas, escucha al otro, ama. Y cuando finalmente despierta en un día nuevo, no es el tiempo el que ha cambiado: es él. A fin de cuenta el infierno no está en la repetición misma, sino en no ser conscientes de ella.
A fin de cuentas, el problema no es la rutina, sino nuestra inconsciencia frente a ella. Vivimos atrapados en un ciclo de consumo que promete novedad constante, pero nos devuelve a los mismos lugares. No es capaz de superar la repetición, la disfraza. Las redes sociales, los algoritmos, las modas que cambian cada semana: todo parece nuevo, pero no es más que una variación sobre el mismo gesto.
En el mundo digital, esa repetición se ha convertido en una forma de existencia. Cada mañana abrimos los ojos y miramos una pantalla que nos promete noticias frescas, mensajes inéditos, nuevas interacciones. Pero lo que encontramos, en el fondo, son los mismos temas reciclados, los mismos gestos de aprobación, las mismas fotos corregidas por filtros que disimulan el paso del tiempo. La rutina moderna ya no tiene la forma de la fábrica o la oficina, sino del scroll interminable. Cargamos nuestra roca con ahínco al rehusar aprender de la reiteración. Hemos hecho de la rutina un mecanismo de defensa ante la incertidumbre.
Por eso, la lección de esta película no está en escapar del ciclo, sino en transformarlo desde dentro. En vivir con los ojos muy abiertos en medio de la reiteración. Cada día que comienza igual puede ser un laboratorio de transformación. La verdadera libertad moderna, no consiste en huir de la rutina, sino en reinventarla, en dotarla de sentido, en mirar con atención lo que creemos conocer.
La vida urbana ultra moderna del siglo XXI, la de vínculos breves, trabajos precarios y horizontes móviles, no ha hecho desaparecer la rutina. Simplemente la vuelve más sofisticada. Las jornadas laborales flexibles, las relaciones digitales y la movilidad constante disimulan lo que en el fondo sigue igual: la repetición del deseo insatisfecho. La liquidez de la vida moderna disfraza la reiteración con la ilusión del cambio, pero el resultado es el mismo: una forma elegante de estancamiento.
Frente a eso, El Día de la Marmota funciona como un antídoto filosófico. Nos enseña que la diferencia entre el castigo y el aprendizaje radica en la mirada. Que cada día idéntico puede ser una oportunidad si somos capaces de ver lo que antes ignorábamos. Que la rutina puede ser el lugar de la transformación si aprendemos a detenernos, observar, comprender.
La vida, en su naturaleza más profunda, es un ciclo que se regenera. No hay salida del tiempo, ni ruptura total de la rutina. Pero hay una manera de habitarla: con conciencia, con sensibilidad, con la voluntad de hacer de cada repetición una forma de crecimiento. Tal vez, como Phil Connors, la tarea sea despertar cada mañana no para empezar de nuevo, sino para mirar distinto. Porque lo que cambia —si algo cambia— no es el día, sino la forma en que lo vivimos.
Por Mauricio Jaime Goio.