Este martes, en medio de una campaña que ha perdido la compostura y se ha habituado a la injuria, ocurrió algo que merece ser subrayado. Un Foro Económico organizado por Nueva Economía —empresa con más de tres décadas de trabajo serio— reunió a personalidades del mundo político, empresarial, intelectual y académico para hablar de lo que en verdad importa: cómo sacar al país del atolladero. No fue un mitin ni una pelea de titulares. Fue un espacio de razonabilidad: un alto en la disputa vocinglera para escuchar propuestas y exigir respuestas.
En esta contienda electoral, marcada más por la descalificación que por el intercambio de ideas, han sido escasos los lugares donde los ciudadanos puedan asistir a una exposición clara de programas, planes y prioridades. El foro rompió esa inercia y recordó que la política democrática consiste en deliberar y construir acuerdos, no en humillar al adversario.
Destaco, en particular, la participación de dos profesionales que encabezan los equipos económicos de los binomios en disputa y que llegaron con sobradas calificaciones y merecimientos: Ramiro Cavero, de Libre, y José Gabriel Espinoza, del PDC. Hicieron lo que se espera de quienes aspiran a orientar el rumbo económico: hablar con solvencia, reconocer restricciones, explicar con detalle y someter sus propuestas al escrutinio de un auditorio exigente. Sin trucos retóricos ni promesas mágicas: hubo diagnóstico y, sobre esa base, propuestas.
La dinámica del encuentro ayudó. Dos ciclos de preguntas formuladas por profesionales y dirigentes empresariales ordenaron el debate alrededor de lo esencial: estabilidad macroeconómica, reactivación productiva, empleo de calidad, inversión con reglas claras, eficiencia del gasto y transparencia. La forma importó tanto como el fondo. Se dijo, con sencillez y firmeza, que el déficit no se corrige con buenos deseos; que la reactivación no puede justificar la depredación del territorio; que la formalización no debe criminalizar la subsistencia; que la inversión no llega si la ley se moldea al antojo del poder. Esa es la gramática mínima de cualquier reconstrucción seria.
La herencia del masismo es concreta y no admite lirismos: cuentas públicas en rojo, reservas esmirriadas, productividad estancada, instituciones anémicas y confianza erosionada. Ante ese cuadro, la improvisación es suicida. El foro tuvo valor pedagógico porque recordó que el camino empieza por ordenar lo básico: sincerar cifras, fijar metas medibles, eliminar privilegios improductivos y priorizar lo urgente sin hipotecar lo importante.
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Cuando la serenidad y el respeto son el marco, emergen las coincidencias que el griterío suele sepultar. Coincidencias elementales, sí, pero indispensables: disciplina fiscal con sentido social; certidumbre jurídica para quien invierte y para quien trabaja; un Estado que regule sin asfixiar; combate real a la corrupción; independencia de las entidades técnicas; reglas tributarias simples que amplíen la base sin castigar al que cumple. Ese terreno común permite construir un pacto de consensos mínimos para evitar el colapso y reencender el motor económico.
Hay quienes, por convicción o fanatismo, creen que el que no piensa igual es enemigo o, en el mejor de los casos, tibio. No es así. Tibieza no es ser independiente ni dialogar o buscar acuerdos; así como firmeza no es esconder la verdad tras una pancarta, cerrar los ojos a la realidad o endiosar candidatos. La firmeza democrática se expresa en prioridades claras y en el coraje de sostenerlas, aun cuando cueste caro.
En el foro, José Gabriel Espinoza y Ramiro Cavero demostraron que es posible hablar con franqueza y sin estridencias; que los equipos técnicos pueden converger en el diagnóstico y competir en la calidad de las soluciones. Esa competencia virtuosa saca la política de la lógica del enemigo y la devuelve a la del adversario respetado.
Estamos a las puertas del balotaje. Ganar no bastará si el que gana no convoca, y perder no será coartada si el que pierde decide bloquear. La gobernabilidad no se decreta: se construye. Y empieza por admitir que el próximo gobierno heredará un país exhausto, con urgencias sociales inaplazables y una economía que exige una cirugía mayor. En ese escenario, la mezquindad es criminal. Lo responsable es pactar un método: acordar lo imprescindible ahora; dejar para después lo accesorio; asegurar la estabilidad antes de las reformas profundas; blindar las instituciones técnicas de la intemperie política.
Entendámoslo de una buena vez: la salud económica de Bolivia es un requisito esencial para su estabilidad social. No hay democracia que resista el empobrecimiento sostenido, ni libertad que florezca en medio de la escasez y la incertidumbre.
Nueva Economía hizo lo que corresponde a quienes creen en la decencia pública: puso una mesa donde la razón pesó más que el grito. La respuesta del auditorio demostró que el país no está condenado al insulto. Cuando se eleva el nivel, el debate mejora y la ciudadanía vuelve a sentirse parte.
El encuentro no cambió el país, pero dejó una hoja de ruta. Si, tras conocerse al próximo conductor de la nación, los actores democráticos actúan al unísono, daremos el primer paso para desmontar la herencia masista. No se pide uniformidad, sino unidad de propósitos: para responder a las expectativas, dar estabilidad, reactivar la economía y recomponer la confianza.
El país espera ese gesto: no una victoria para humillar, sino una victoria para unir. Si prevalece la sensatez, habremos aprendido la lección de ayer: cuando la serenidad y el respeto son el marco, ganan las ideas, pierde el miedo, y la política vuelve a ser un acto de esperanza en una nueva economía.
Por Johnny Nogales Viruez, abogado.