Las agresiones físicas, psicológicas y virtuales se han diversificado y normalizado entre los estudiantes, impulsadas por videojuegos como Roblox y redes sociales que moldean conductas agresivas y reducen la empatía infantil.
Fuente: eldeber.com.bo
En los últimos años, las aulas de Santa Cruz de la Sierra dejaron de ser únicamente espacios de aprendizaje y se han convertido en escenarios donde emergen nuevas formas de violencia. La relación de estos actos de violencia va de la mano del incremento al acceso a entornos digitales en línea que influyen en actitudes de los adolescentes. El psicopedagogo Alejandro Rodríguez Vargas, asesor pedagógico de la Universidad Privada Domingo Savio (UPDS), advierte que los videojuegos en línea, redes sociales y plataformas interactivas están configurando conductas agresivas que trascienden las pantallas y se manifiestan dentro de las instituciones educativas.
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Según el especialista, las agresiones físicas, psicológicas, simbólicas e incluso digitales han crecido, mutado y comenzado a normalizarse entre los estudiantes. En paralelo, genera una preocupante confusión entre diversión virtual y violencia real
A pesar de los protocolos institucionales y programas preventivos implementados por distintas unidades educativas, Rodríguez Vargas señala que la violencia actual adopta matices más complejos, influenciados por el entorno digital y las plataformas de videojuegos en línea, como Roblox, que podrían estar moldeando conductas agresivas y reduciendo la empatía en niños y adolescentes.
El especialista recuerda el caso de la adolescente que apuñaló a un taxista en Santa Cruz motivada por un reto del mencionado videojuego, el cual le prometía un “viaje a México”. Este hecho —afirma— no es una simple anécdota, sino un síntoma de la fragilidad de la ciberseguridad y de la vulnerabilidad infantil frente a un sistema tecnológico sin ética.
“El silencio del Estado ante estos hechos es una forma de complicidad estructural. La infancia digital sigue desprotegida, mientras los algoritmos actúan como tutores invisibles en un marco jurídico incapaz de abordarlos”, enfatiza Rodríguez Vargas.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la población boliviana entre 0 y 14 años representa cerca del 30 % del total de habitantes, y casi 300.000 niños y adolescentes realizan trabajos peligrosos. Esta cifra revela una infancia vulnerable, donde la violencia se comporta como una categoría social de supervivencia, aprendida y reproducida en las aulas y los hogares.
El psicopedagogo explica que la educación, lejos de prevenir la violencia, muchas veces la normaliza y la potencia a través del uso acrítico de tecnologías. “Podemos recibir tecnología mal desarrollada, pero no podemos defendernos de ella”, reflexiona.
Rodríguez Vargas sostiene que no existen espacios digitales seguros para los niños en Bolivia. Las plataformas de entretenimiento carecen de mecanismos reales de protección. Mientras tanto, el Estado, la escuela y la familia aún no comprenden del todo los riesgos de esta exposición prolongada.
La tecnología, advierte, se ha transformado en un instrumento de manipulación social y emocional. Bajo la apariencia de diversión, entrega a los niños un flujo constante de estímulos y recompensas, generando una dependencia al placer inmediato y debilitando la empatía.
“Estamos criando generaciones que no conocen la sensación de haber terminado algo, porque las plataformas que habitan fueron diseñadas para no tener fin. La gratificación inmediata reemplaza el aprendizaje, y el scroll infinito se convierte en un patio de recreo que erosiona la relación interpersonal”, afirma.
El problema, sin embargo, no se limita a lo digital. La violencia simbólica y emocional —agrega— se nutre de un sistema educativo fragmentado, burocrático y desconectado del desarrollo humano, donde el bullying, el chantaje y la competencia vacía reproducen las mismas lógicas de exclusión que dominan el entorno social.
En los hogares, muchos padres entregan un teléfono para calmar una rabieta, buscando segundos de silencio en lugar de minutos de diálogo. Esa práctica, aparentemente inofensiva, introduce una forma de violencia emocional sutil, donde el niño aprende que el malestar se resuelve con un estímulo externo, no con una palabra o un abrazo.
“El ‘si te portas bien, te doy el celular’ se convierte en una pedagogía del control y no del afecto. La palabra amorosa construye realidad; la tecnología sin ética, la destruye”, concluye el especialista.
Frente a esta realidad, Rodríguez Vargas propone apostar por una educación más consciente y humana, que devuelva a la infancia el tiempo, la palabra y el vínculo. “Cuidar la infancia no consiste en blindarla del mundo digital, sino en devolverle aquello que la tecnología —cuando carece de ética— le roba en silencio”, sostiene.

