Manual de un populista o un populista de manual


Para muchos, el populismo es un estilo de hacer política usando como instrumento estratégico la simplificación de problemas coyunturales o estructurales complejos bajo el paraguas de una concepción manipuladora y de corto plazo, de la realidad.

En campaña electoral y a lo largo de su accionar político, el líder o candidato populista pretenderá banalizar el mensaje para que el elector quede a merced de sus propuestas simplistas desprovistas de profundidad y divorciadas de una realidad constatablemente más compleja, pero donde puede recurrir al casi infinito arsenal “progre” de la consigna y los lugares comunes.



El candidato populista nutre su discurso con enfoques indistintamente de izquierda o derecha, dependiendo del contexto, y manipulando las emociones y los sentimientos de la población. Dirá todo aquello que la audiencia quiere oír.  Así, le dará igual decir una cosa hoy, y al día siguiente lo contrario. Para ello tendrá a su disposición sus particulares interpretaciones sobre todo conflicto, diferencias y asimetrías sociales históricamente no resueltas o aquellas que logre introducir artificialmente en el contexto, siempre y cuando cumplan con sus objetivos políticos de obtener el poder a cualquier costo.

En campañas electorales -situación que suele prolongarse a lo largo de toda su trayectoria política incluido su eventual ejercicio del poder- es común que se presente como un líder antisistémico crítico y antagonista de todo símbolo del establishment. Para ello toma a un discurso confrontacionista bajo el argumento de la defensa de los intereses del «pueblo» (se reservará el derecho a definir quiénes conforman ese pueblo) frente a las élites, para polarizar entre nosotros (los buenos, los justos que están con él) y ellos (los malos, los causantes de todo mal).

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El líder populista, no vacila en realzar identidades de grupos o colectivos específicos cuya vocería y representación asume como un apostolado. Desde allí crea o escoge uno o varios enemigos a quienes atacar dividiendo la sociedad en segmentos casi tribales y antagónicos entre sí, para generar la suficiente masa crítica dominante en el sector donde encuentre su mayor nicho político.

De esta manera se refería Ernesto Laclau, autor de varios artículos y libros sobre el Populismo:

“(…) -el adversario, la negatividad radical- no son exactamente quienes contrarían mis planes; más bien se trata de un dispositivo que hace posible mi discurso y hasta mi propia existencia. Sin la amenaza de “ellos” “nosotros” ni siquiera existiríamos, por eso necesitamos imaginarlos como desestabilizadores, inventarlos como golpistas, figurarlos como “periodistas-que-lideranla-oposición…”

Los efectos del populismo, en la gestión del poder, suelen ser la crónica de un desastre anunciado de impredecibles consecuencias. Basta recordar las gestiones de Maduro, Correa, Cristina Fernández o Evo Morales.

El candidato populista es una “máquina de hacer promesas”. Una vez logrado el poder, las pulsiones totalitarias del líder populista son activadas por la necesidad de su conservación y el anhelo personal de la autocomplacencia. Las dificultades para cumplir con las demandas y los compromisos adquiridos -suma aleatoria de anhelos y deseos del electorado, mayormente sin sostenibilidad y en medio de crisis estructurales- es el pretexto para desafiar las normas de la Democracia y promover el rechazo a las instituciones, a los medios de comunicación y la separación y autonomía de Poderes.

Ello redunda en el deterioro de la institucionalidad y el Estado de Derecho que terminarán siendo suplantados por el gobierno populista en ejercicio y sus parcialidades afines, con el pretexto de ser “inservibles para solucionar los problemas del pueblo y de las grandes mayorías”.

 Al respecto, Benjamin Ugalde, en “La miseria del populismo, anota lo siguiente:

mientras su promesa es la de producir grandes cambios sociales, no es capaz de generar más que un efímero bienestar social a costas de un “sobregiro” de la institucionalidad.”

No es difícil inferir los estragos de tales acciones en un país como Bolivia cuyas instituciones, justamente después de 20 años de populismo, se encuentran en un serio estado de precariedad. 

Estos apuntes sobre el populismo no serían suficientes si no tratamos de explicarnos el porqué, un líder que se autoidentifica invariablemente como humilde y desprotegida víctima de asimetrías sociales, económicas o culturales escoge el populismo como receta de acción política, a pesar de las abundantes pruebas de su capacidad destructiva, y con tan aparente comodidad para accionar.

Las muestras constantes de incapacidad para admitir errores, asumir responsabilidades o mentir de forma descarada y sin rastros de culpa parecen indicar claramente que la presencia de atributos patológicos de comportamiento social, y las acciones premeditadas de un sujeto inescrupuloso, pero bien entrenado en las artes del histrionismo político, son las dos caras de una misma moneda en el perfil de un populista.

La Ciencia del comportamiento nos dice lo siguiente acerca del sicópata social:

“…la mentira patológica, impulsividad y violencia; utilizan la seducción como arma para manipular y satisfacer sus necesidades en función de la búsqueda de sensaciones sin crear apego ni culpabilidad por los actos cometidos…” (Características Generales de la Psicopatía: revisión bibliográfica. Revista Médica, La Paz. Nadia Danitza Fernández Flores. María Renne Calderón Burgoa)

Por otra parte, Daniel Goleman, autor del libro “La Inteligencia Emocional”, describe algunas  características el narcisista patológico y el círculo que rodea su accionar:

“… el hecho de que todo el mundo aliente el delirio de grandeza del jefe (…) se convierte en una norma operativa que no tarda en obstaculizar la aparición de toda disidencia sana…” (…) es un universo moral, un mundo cuyas metas, bondades y medios no se ven cuestionados, sino que son considerados como la verdad absoluta. (…) la continua autocomplacencia impide que nos demos cuenta de lo mucho que nos hemos divorciado de la realidad, porque las reglas no parecen aplicarse a nosotros, sino tan sólo a los demás.”

Con tipología tan compleja, el líder populista, una suerte de monstruo de Frankenstein, acecha el destino de naciones y pueblos presto a prometerles un “progresismo” interminable a costa de sus libertades y su futuro.  Algo sobre lo cual, en estos tiempos de campañas y promesas, los bolivianos tenemos la necesidad de reflexionar y el deber de decidir adecuadamente.

Dejar esto para luego, será tarde.