Investigaciones recientes revelan que la combinación de clima, conflictos y organización social fue clave en el auge y la caída de las urbes mayas.
Por Nicolás Sturtz
Fuente: Infobae
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¿Por qué los mayas eligieron la vida urbana a pesar de los riesgos y luego abandonaron las ciudades? El desarrollo y el colapso de las grandes urbes de las Tierras Bajas entre los años 250 y 1.000 d.C. continúan despertando interrogantes.
Más allá de la explicación tradicional centrada en la sequía, recientes investigaciones de la Universidad de California en Santa Bárbara, publicadas en Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (PNAS), concluyen que el fenómeno respondió a una compleja relación entre clima, conflicto y organización social.
La decisión urbana de los mayas
A diferencia de otras sociedades agrícolas que buscaban dispersión para acceder a tierras cultivables, los mayas optaron por agrupamientos urbanos. Aunque esta elección implicaba riesgos como enfermedades, competencia y desigualdad, se trató de una respuesta estratégica ante la adversidad.
De acuerdo con la Universidad de California en Santa Bárbara, la urbanización resultó de la necesidad de encarar crisis ambientales, sobre todo sequías prolongadas. La cooperación urbana permitió construir sistemas de riego, reservas hídricas y defensas colectivas, lo que entregó ventajas cruciales frente a la escasez.
Las ciudades ofrecían oportunidades económicas, protección y cierto grado de estabilidad ante las fluctuaciones climáticas, aunque limitaran la autonomía individual.
El precio de vivir bajo la autoridad de las élites urbanas se compensaba con los beneficios que ofrecía una comunidad organizada, capaz de superar periodos críticos mediante recursos y estrategias comunes.
Apogeo: clima, conflicto y cooperación
El esplendor de las ciudades mayas, entre los años 650 y 750 d.C., se sostuvo sobre tres pilares: factores climáticos, conflictos y organización colectiva. Las sequías y otras crisis ambientales afectaron de forma desigual a las diversas regiones. Los centros urbanos próximos a humedales o suelos fértiles representaban refugios y alternativas de subsistencia, atrayendo a poblaciones de zonas marginales.
Simultáneamente, la intensificación de la violencia y las amenazas de enfrentamientos armados —registrados en monumentos y crónicas— impulsaron a familias y clanes a buscar resguardo en ciudades fortificadas. El fortalecimiento de la lógica de agruparse alrededor de las élites urbanas posibilitó la defensa colectiva y la supervivencia.
El desarrollo de infraestructuras hidráulicas y obras públicas elevó la eficacia agrícola, permitiendo sostener poblaciones crecientes. La gestión colectiva del agua y los alimentos brindó una ventaja competitiva crucial en un ambiente incierto. Así, la expansión de las urbes respondió a la búsqueda de seguridad y al aprovechamiento de economías de escala.
El delicado poder de las élites urbanas
Las élites, encabezadas por líderes hereditarios, coordinaron la construcción de infraestructuras y consolidaron sistemas de patronazgo. A cambio de lealtad, proporcionaban concesiones materiales o simbólicas, lo que aseguraba el control sobre los recursos urbanos. Este equilibrio, sin embargo, era frágil: bajo presión ambiental o social, las élites solían endurecer su control y acentuar la desigualdad.
El liderazgo mantenía su fortaleza solo si respondía a las necesidades colectivas y lograba alianzas efectivas. Si los beneficios urbanos no superaban los del entorno rural, la estructura urbana podía desmoronarse, lo que reflejaba la fragilidad del entramado de poder.
El colapso: éxodo hacia el campo
El cambio en la relación costo-beneficio de la vida citadina resultó determinante en el colapso. La degradación ambiental —erosión, pérdida de nutrientes, disminución de la biodiversidad— redujo la productividad agrícola cerca de los núcleos urbanos. La mejora del clima en áreas rurales y el descenso de los conflictos convirtieron el retorno al campo en una alternativa atractiva.
El abandono de infraestructuras aceleró la degradación de la calidad de vida en las ciudades y potenció el despoblamiento. Algunas urbes colapsaron abruptamente, otras resistieron más tiempo, pero todas sufrieron el impacto del éxodo rural y la pérdida de legitimidad de sus élites.
Una transformación social irreversible
La caída del orden urbano indujo profundas consecuencias sociales y políticas. La autoridad central se disolvió y el sistema de patronazgo desapareció, surgiendo sociedades menos jerárquicas y de mayor movilidad durante el periodo posclásico.
La Universidad de California en Santa Bárbara destaca que la menor desigualdad y la fragmentación del liderazgo constituyen un cambio radical en la organización social maya.
“El hallazgo más inesperado fue que el abandono de las ciudades ocurrió durante una fase de mejora climática”, explicó Douglas Kennett, de la Universidad de California en Santa Bárbara. La historia maya no responde a una sola causa y expone cómo la adaptación, el entorno y el poder moldearon la vida social a lo largo de los siglos.
La experiencia de los mayas evidencia la permanente búsqueda de equilibrio entre seguridad, prosperidad y libertad, un dilema recurrente en la historia humana.