Palabras sin aureola: La persuasión mutua


 

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez



 

“La verdadera fuerza es la fuerza de la mente y el carácter. La violencia nunca es la respuesta duradera” – Jhon F. Kennedy

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Cuentan las crónicas del 2 de noviembre del año 2022, que tras un esfuerzo de años para poner fin al conflicto armado en la región del Tigray (Etiopía), el gobierno y los representantes del Frente de Liberación Popular firmaban el Acuerdo de Paz de Pretoria. La negociación fue propiciada por la Unión Africana en Pretoria (Sudáfrica), con líderes de la región, tal es el caso del expresidente de Nigeria Olusegun Obasanjo y diferentes organizaciones regionales que facilitaron el diálogo para buscar una solución pacífica, a un conflicto que dejó a su paso sangre, dolor, llanto y luto.

Tras la firma del acuerdo, algunas partes que se sintieron excluidas no estuvieron dispuestos a cumplir con: el cese de hostilidades, el restablecimiento de autoridades en la región en conflicto (Tigray), el desarme y desmovilización, el acceso humanitario sin restricciones y la creación de mecanismos para asegurar el cumplimiento del acuerdo de paz. Otros factores que influyeron en el incumplimiento, se debieron a la falta de liderazgo y la debilidad por parte del gobierno, que no pudo gestionar la crisis interna, mucho menos resolver la inestabilidad política y social provocada.

Otro aspecto que inflamó el conflicto fue el alarmante incremento del discurso del odio. La irresponsabilidad de los “líderes” que ocuparon la palabra para agredir, denostar, descalificar, insultar, ofender y crear baza, fue uno de los elementos que ha imposibilitado arribar a un acuerdo de paz efectivo en el Tigray. Antes y durante el conflicto se promovió la violencia interétnica, llegando al punto de pedir a la población que se integren a las milicias armadas para defender su nación, arrastrándolos al borde de una guerra civil.

El discurso del odio ha existido desde siempre, aunque lo cierto es que, en estos tiempos, existen recursos que hacen que la difusión llegué mucho más lejos, por lo tanto, el impacto es mucho mayor. Los mecanismos psicológicos que se emplean de forma consciente afectan seriamente a las sociedades modernas, por lo que los resultados son cada vez más difíciles de controlar. La presencia del discurso del odio en Etiopía como en muchas otras latitudes del planeta, dificulta que se genere confianza, provoca temor y rechazo, alejando irreductiblemente la reconciliación y convirtiéndose es una de las principales amenazas para la libertad y la democracia.

Charlie Kirk decía que: “Cuando la gente deja de dialogar, es cuando comienza la violencia”. Las sociedades modernas están compuestas por millones de personas completamente distintas, únicas, auténticas, con ideas, principios, valores y objetivos distintos. Sociedades plurales que coexisten hombro con hombro, con cosmovisiones del mundo muchas veces enfrentadas y, sin embargo, en libertad, se tiene la capacidad de cohabitar de forma pacífica sin negar la existencia al diferente y respetando las normas de respeto que se brinda a cada individuo sin excepción alguna.

Mientras cada individuo desarrolle su proyecto de vida sin interferir en el proyecto de vida del otro, basado en su identidad propia y respetando la libertad de los demás, tiene todo el derecho de desarrollar libremente sus actividades, asumiendo de ellas el error y los aciertos. La responsabilidad que va ligada a la libertad establece bases sólidas para la autonomía individual, misma que puede coexistir perfectamente bien con la autonomía de otros individuos de manera pacífica dentro de una sociedad en la que el diálogo y la concertación, sean la garantía para evitar el surgimiento de conflictos.

Dentro de un sistema de democracia liberal, los individuos tienen el derecho de divulgar sus ideas públicamente, sin que por ello exista el riesgo de ser agredido, atacado, coaccionado, pisoteado o anulado. Se debe entender que la palabra en sí misma no constituye coacción o agresión, lo que constituye coacción o agresión es la acción humana que busca negarle al otro la libertad de expresar y defender púbicamente lo que piensa, lo que cree o profesa. La palabra es persuasión, que puede muchas veces funcionar o fracasar, por lo que debe entenderse que es una herramienta que legitima la interacción humana.

La libertad de expresión, libertad de pensamiento, libertad de conciencia, debe estar estimulada por el sentido crítico, siempre y cuando se busque cambiar la realidad existente en Bolivia y en otros países. Los espacios de diálogo para exponer y debatir ideas resulta un mecanismo fundamental para el fortalecimiento democrático de los pueblos y sus instituciones, buscar respuestas y soluciones que permitan superar los problemas existentes.

Sin embargo, y para evitar espectáculos deprimentes como los del pasado domingo en el debate vicepresidencial, se debe pensar en mecanismos que promuevan la formación de líderes a través de la recomposición del sistema de partidos y fundamentalmente desde las universidades. Los foros académicos son las instituciones idóneas para la creación de ideas sistemáticas, reflexivas y rigurosamente, evitando espectáculos mediocres (por decirlo a menos), de quienes aspiran a presidir el órgano deliberativo y debate más importante a nivel nacional.

Jonathan Rauch y Daryl Davis, señalan en su obra “La Constitución del Conocimiento” (The Constitution of Knowledge) que, «un modelo de mercado de ideas, en el que se exponen pensamientos e ideas a la evaluación pública, existe una red dinámica de persuasión mutua: persuasión crítica, un proceso social de comparar continuamente lo que se piensa, detectar errores y proponer soluciones». Bajo la premisa de que la “persuasión mutua” está basada en la “humildad intelectual” y la “apertura mental” (ausentes hoy en día del espectro político boliviano), es imperativo señalar que el camino de la transformación proviene del diálogo, no así de la violencia.

Las ideas, planes o programas propuestos, deben debatirse públicamente con base en el respeto mutuo y el respeto a las personas, sin esa condición es imposible debatir. Una de las bases fundamentales del ejercicio de la actividad política, es la deliberación, la contraposición de ideas dentro de un ambiente pacífico y equilibrado, sin agredir, ofender, insultar, amenazar, denigrar o denostar al adversario político. La palabra debe usarse para persuadir, es la única vía para la reconciliación. Hay que erradicar definitivamente el discurso del odio que no aporta nada en la construcción social.

Mientras tanto, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu ni nos obliguen a cambiar nuestra forma de pensar, recuerden siempre que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.