¡Suéltame, pasado!


 

Cada vez que nos internamos en las redes –en internet, en general– dejamos un rastro denominado “huella digital”. Solo por observar (acceso pasivo) ya podemos ser “rastreados” y tales visitas pueden ser expresadas en “metadatos”: día, hora, tiempo de permanencia, sitios frecuentados, código del equipo utilizado, etcétera.

Si tal cosa ocurre en tal modo de uso, es obvio que al participar activamente –reacciones, comentarios, respuestas, compartidos, adjuntos, “estados”, actividades varias, etcétera– esa huella se hace más clara y quien se lo proponga puede, con relativa facilidad, elaborar un registro diacrónico de nuestros pasos, los malos, inclusive, por el ciberespacio.



Si nuestras intervenciones fueron borradas, si las páginas desaparecieron, si sufrieron censura, la búsqueda se complejiza, pero quien maneje herramientas para hacer de detective digital conseguirá llegar, si se lo propusiera, hasta el punto de origen de nuestras publicaciones.

En realidad, nunca desaparecen. Por ello, es buena idea que, antes de dejar esa huella imborrable, estemos completamente seguros de que no nos iremos a arrepentir de haberlo hecho. ¡Claro!, es difícil pensar que dentro de 15 o 20 años tales huellas nos vayas a jugar en contra.

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Todo esto viene a cuento –usted ya lo habrá inferido– por el caso que ha puesto en aprietos a la candidatura de Jorge Quiroga Ramírez: el hallazgo de mensajes de carácter racista con consignas explícitas respecto a lo que tendría que hacerse, de acuerdo a quien las puso, con personas naturales de una región del país.

Ciertamente, quien lo reveló tuvo toda la intención –intencionalidad– de encontrar el pelo en la sopa del acompañante de Quiroga. ¡Y lo encontró! Es obvio que se tomó el tiempo y los recursos necesarios para llegar a su objetivo: desportillar la imagen de la dupla; lo que no impide sorprenderse, como lo han hecho muchos, ante el contenido del par de frases vertidas desde la cuenta de “X” por el titular de la misma, cuando esta red se llamaba “Twitter”, hace unos 10 años.

Por aquella época, el señor –el joven– Juan Pablo Velasco, ni en sus sueños más húmedos se habría imaginado que llegaría a ser candidato a la Vicepresidencia. Y, como se sabe, en tal instancia, la vida –tanto pública como privada– es sometida a escrutinio.

Las dos verificadoras que se ocupan de detectar la veracidad, la falsedad e incluso la “engañidad” de la información que circula, sobre todo en las redes han emitido, independientemente, el criterio de autenticidad del caso. Que la cuenta registrada, además, ante el TSE, haya sido borrada no hace más que reforzar la idea de que ciertamente su titular fue puesto en evidencia.

Créame que para escribir esta columna he esperado hasta el límite en que puedo remitirla al medio que la acoge un pronunciamiento oficial, un documento membretado, una conferencia de prensa expresamente convocada para este asunto. Nada de ello, hasta el momento –y ya ha pasado una semana– ha ocurrido.

Lo que sí ha sucedido han sido declaraciones aisladas que solo pretenden zafar del tema y una fuerte campaña de desprestigio a las verificadoras y de explicaciones de un procedimiento que, así lo aseguran, echa por tierra lo que se conoce formalmente. Si así fuera, ¿por qué la Alianza Libre no emite, al menos, un comunicado oficial?

Por lo pronto, tengo la impresión de que el aludido está, como lo dirían Les Luthiers, en modo “¡Suéltame, pasado!”.

Puka Reyesvilla es docente universitario.