Amenazas de fondo contra la gestión de Rodrigo Paz


Walter Guevara Anaya

 



La ausencia de un sistema de partidos políticos unida a la escasez de ciudadanos democráticos constituye la mayor amenaza para la gestión de Rodrigo Paz. El disparador de esta doble amenaza podría ser el retorno a un demoledor poder dual si es que el vicepresidente Edman Lara no logra controlar su ambición personal.

Los sectores más rábidos de Evo tratarán de juntarse con los sectores más rábidos de Tuto para tumbar a Rodrigo y provocar nuevas elecciones en pocos meses. Estas minorías eficaces son de corta duración, pero pueden imponerse sobre las mayorías moderadas que no cuentan con un amortiguador de partidos políticos estables ni una sólida formación ciudadana.

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De momento, Tuto ha desautorizado a los detractores del inobjetable triunfo de Rodrigo. Ha indicado con total claridad que apoyará la gestión de Rodrigo como lo debe hacer cualquier opositor que sea leal con la democracia representativa. Es una mezquindad no reconocer el valor de este gesto de Tuto, que le está costando amargas críticas lanzadas desde sus bases más radicales.

A Tuto le toca encausar a sus más férvidos seguidores en la senda del buen perdedor, capaz de convertirse en un leal opositor. Estas dos cosas hacen gran falta para que Bolivia se aleje de la polarización electoral y pase a formar parte de la comunidad de democracias estables y duraderas.

Los tutistas sedientos de venganza, no se dan cuenta de que Tuto puede dejarnos un legado mucho más valioso que el de haber sido elegido presidente, tan solo si logra conformar un sólido partido de derecha democrática, tal como en su momento fue la ADN.

No se puede esperar que Evo haga lo mismo respecto a las fallas de la izquierda. Su larga carrera ha demostrado ampliamente que este personaje opta por la evocracia como su forma preferida de gobierno. El nombre de su último partido político lo dice todo: “Evo es Pueblo.”

Buena parte de la izquierda boliviana se ha dejado arrastrar por Evo hacia un populismo tan incapaz como malversador. Nuestra izquierda se ha caracterizado a través de la historia por enarbolar un radicalismo altisonante, unido a una asombrosa incapacidad de gobernar.

Hace enorme falta un partido de izquierda democrática, capaz de abandonar las tentaciones del oportunismo populista y de asumir el gobierno con responsabilidad. De momento no aparece una figura que dé la talla para la importante tarea de conformar una izquierda respetable.

Rodrigo Paz ocupa el centro del espectro político. Por temperamento es creyente, moderado y democrático. Le toca conformar un sólido partido político que sea el fiel de la balanza entre una nueva derecha democrática y una renovada izquierda democrática. Es mucho lo que puede hacer en este sentido con el buen ejemplo y con el impulso exitoso de su gobierno.

Un sólido sistema de tres partidos que ocupen todo el espectro político sería la mejor vacuna contra el retorno del populismo recién derrotado, que ansía regresar camuflado bajo las caretas de una falsa democracia, un falso socialismo y un falso indigenismo. También podría protegernos de la emergencia de un populismo derechista, camuflado detrás de una falsa defensa de la libertad.

Este nuevo sistema partidario debería ser capaz de reconocer, proteger y ampliar la nueva clase media, que es un legado positivo del populismo masista. Por el lado negativo, se debe reconocer que los 20 años del MAS desperdiciaron y envilecieron la consigna de lo nacional popular, una noción que después de ocurridos explicó los indudables logros del MNR, los que en su momento se edificaron sobre los sólidos cimientos de la alianza de clases. A contrapelo de la historia, el populismo masista reforzó desde el gobierno los peores rasgos del corporativismo sindical, gremial y empresarial.

La tarea inconclusa de este truncado proceso histórico consiste en convertir a las grandes mayorías nacionales en un cuerpo de ciudadanos autónomos, responsables y tolerantes, capaces de perseguir el bien común y el interés nacional por encima de las reivindicaciones sectoriales de las agrupaciones corporativas y de repudiar los repetidos chantajes prebendales de sus dirigentes.

Un ciudadano AUTÓNOMO se atreve a pensar por sí mismo. Es lo contrario del ciudadano ovejuno que solo aspira a seguir ciegamente a un pastor que lo hipnotiza con una narrativa melosa y complaciente, como cuando le dice “el indio es la reserva moral de la humanidad.”

Un ciudadano RESPONSABLE acepta las consecuencias de sus decisiones. Es lo contrario del ciudadano supuestamente democrático que se lava las manos y culpa a otros cuando los resultados de sus propios actos son nefastos, como cuando un presidente culpa a disidentes de su partido de su propio derroche de la catarata de recursos provenientes de la venta del gas y de su propia omisión de asegurar una exploración efectiva de nuevos pozos gasíferos.

Un ciudadano TOLERANTE defiende el derecho de los demás de opinar y de vivir de una manera diferente a la suya. Respeta opiniones contrarias al mismo tiempo que intenta refutarlas de una manera pacífica y civilizada. Es lo contrario del ciudadano rábido, derechista o izquierdista, que aspira a marginar a los que no son de su círculo inmediato o piensan diferente.

El sistema de partidos políticos que estaba en formación desde 1982 hasta 2005 desapareció por no saber respetar límites en sus peleas internas y por repartirse los cargos y los beneficios del gobierno mediante coaliciones pegadas con prebendas. La competencia entre los nuevos consorcios mediáticos de ese tiempo exageró las peleas internas de los partidos así como su saqueo del estado.

Pocos se dieron cuenta de que la mutilación temprana de este naciente sistema político partidario fue una de las causas que abonó el terreno para los 20 años del populismo desbocado del MAS. La otra causa estructural que lo abonó fue la presencia masiva de ciudadanos ovejunos, lava-manistas y odiadores de todos los que no fueran de su etnia, de su clase, de su región o de su ideología.

Las dos grandes tareas que tiene que enfrentar la gestión del presidente Rodrigo Paz son la inmediata recuperación económica, por una parte, y por la otra la progresiva restauración de las instituciones y los hábitos de la democracia liberal y representativa.

La primera es fácil y factible de cumplirse en poco tiempo. Rodrigo y su equipo económico están muy bien encaminados para lograrla con éxito. La recepción que han generado en las principales capitales del mundo, así como en los principales organismos internacionales es extraordinaria. Su gobierno tendrá todo el apoyo económico que necesita ahora mismo y a mediano plazo.

La segunda es una tarea de fondo, que requerirá el esfuerzo de varias gestiones de gobierno. No es con medidas suaves que se puede eliminar la pesada herencia del populismo en la cultura política de las masas, tan orgullosamente representada y manipulada por el vicepresidente Lara.

El primer paso de este proceso de limpieza de los malos hábitos políticos consiste en frenar los esfuerzos de los sectores más rábidos de la izquierda y la derecha que tratarán de aprovechar los duros efectos de las medidas económicas para tumbar al gobierno entrante desde las calles.

Si se logra detener ese plan, se podrá abrir la puerta para la recuperación de las instituciones democráticas prostituidas por el populismo. Hay tres tareas que la nueva gestión de gobierno debe concluir con el apoyo de su vicepresidente o superando su oposición.

Se debe conformar una asamblea deliberante capaz de aprobar leyes en vez de poner obstáculos y de imponer chantajes a la gestión del gobierno. Se debe reponer una administración de justicia independiente, honesta y capaz. Se debe fortalecer un organismo electoral que administre de una manera imparcial y transparente cualquier futura elección.

Será tarea de los líderes más iluminados la pronta conformación de un sistema de partidos políticos enraizados en la sociedad, respetados por su eficacia y legitimidad, capaces de alternarse en el ejercicio del poder, ganando elecciones que estén libres de guerras sucias, de insultos y de trampas.

Estos mismos líderes deben asumir desde dentro y fuera del gobierno la responsabilidad de formar ciudadanos autónomos, responsables y tolerantes. Se trata de una tarea que no ha sido asumida por las elites de estas partes del mundo desde la época de la colonia. Tampoco se la encaró desde los inicios de la república. Los movimientos revolucionarios de los siglos 20 y 21 la ignoraron por completo.

No es a las bases menos ilustradas a las que les toca cumplir esta importante tarea. En todas partes el liderazgo intelectual, moral y político está en las manos de las élites. Es hora de que las élites bolivianas asuman su responsabilidad en vez de volver a tenderle la cama al populismo irresponsable.