La diputada más joven estará este sábado en ED24. Conversaciones, programa de entrevistas que conduce Sissi Áñez se emite a las 20:00. Anaís Merlín habla de su motivación y de sus retos.

Fuente: El Deber
Con apenas 18 años, Anaís Merlín Guzmán ocupa un escaño como diputada suplente de Alianza Unidad por Santa Cruz. Es la parlamentaria más joven de la historia de la Asamblea Legislativa Plurinacional y lo asume, dice, con una mezcla de orgullo y responsabilidad: “No por ser joven voy a ser menos que cualquier otro parlamentario; me siento a la altura”, afirma en el programa Conversaciones del Grupo EL DEBER.
Su irrupción en la política nacional ha llamado la atención por la edad, pero ella insiste en que el título de “la diputada más joven de Bolivia” no le alcanza. “Me llena de orgullo, pero no quiero que se quede solo en eso. Yo estoy entrando con frescura, a oxigenar una política que viene siendo manipulada por personas ya viejas en esto”, sostiene.
Una vocación que nació repartiendo víveres
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Anaís nació en Cochabamba, creció en Guayaramerín (Beni) y hace cinco años vive en Santa Cruz. Se define como “de todo un poco”: valluna de nacimiento, beniana de crianza y cruceña por adopción. Su vocación de servicio, cuenta, se forjó en la pandemia.
Durante la cuarentena estricta por el Covid-19, sus padres y abuelos —que tenían un negocio en Guayaramerín— compraron arroz, aceite y pollos para apoyar a familias del pueblo. Cuando tuvieron que viajar por problemas de salud, la tarea de repartir los víveres quedó en manos de Anaís y su hermano. Ella tenía 12 años.
“Las tardes eran tristes porque no sabíamos si mi abuelito o mi papá volverían con vida, pero el momento en que alguien tocaba la puerta y podíamos entregarle una bolsa de víveres era cuando yo me sentía llena. Ahí entendí que ayudar sana una herida, pero que la herida de fondo está en las políticas que fallan”, recuerda. De esa experiencia nació su decisión de entrar a la política para “curar de raíz” esos problemas.
De activista juvenil a candidata inesperada
Egresada del colegio Británico de Santa Cruz de la Sierra, Anaís se acercó a la política como activista. Se sumó al bloque juvenil que respaldaba la candidatura presidencial de Samuel Doria Medina, dentro de la Alianza Unidad. Iba a las casas de campaña después de clases, organizaba actividades y daba charlas a otros jóvenes, la mayoría mayores que ella.
“Yo no buscaba ser candidata. Pensaba trabajar cinco años como activista y recién después postular. Pero un día me llamaron y me dijeron: ‘preparate los papeles, queremos que entres en la lista’”, relata.
Aceptó sin consultar primero a sus padres. “Llegué a la casa y les dije: ‘Voy a ser diputada’. Mi mamá primero se enojó, luego no me creyó. Recién cuando la citaron a una reunión lo asumió”, cuenta entre risas. Hoy, sus padres —empresarios que nunca vivieron de la política, subraya— son su primera red de apoyo.
Entre la universidad y el hemiciclo
La diputada más joven encara además otro reto: combinar la labor legislativa con sus estudios universitarios. Ha acordado con su universidad que podrá dedicar una semana al mes al trabajo en La Paz, mientras el resto del tiempo seguirá asistiendo a clases y cumpliendo tareas.
“Voy a estar los cinco años de pie por el país. No es que voy a trabajar una semana y luego me voy a echar, como dicen algunos comentarios”, responde a las críticas. Anuncia que su primer sueldo (unos 8.000 bolivianos) lo destinará a comprar regalos de Navidad para niños en situación vulnerable, como hace desde antes de entrar en política.
Juventud e inexperiencia, entre el prejuicio y el desafío
Su llegada a la Asamblea desató entusiasmo y también desconfianza. Escuchó comentarios de que es “muy joven” y que su cargo “no servirá para nada”. Ella admite que le falta experiencia, pero replica: “Nadie nace sabiendo. Hay muchos diputados que también están entrando por primera vez, solo que tienen 40 o 45 años”.
Anaís ha sufrido ya episodios de violencia política. Denuncia que en redes sociales circularon montajes fotográficos en los que la vinculaban sentimentalmente con su propio abuela, exdiputada Irma Ledesma, para desacreditarla. “Me dolió muchísimo. No entiendo cómo hombres y mujeres pueden atacar así a otra mujer. No porque seas mujer y llegues a algo en la vida significa que tuviste que entregar tu cuerpo”, reclama.
Pese a los ataques, se mantiene activa en redes sociales, pero con otra lógica. Confiesa que antes podía pasar horas en TikTok consumiendo videos sin contexto, y ahora invita a los jóvenes a verificar la información y dedicar tiempo a ver noticias y leer. “No hay que dejarse llevar por 15 segundos de clip”, aconseja.
Agenda joven: educación, empleo y fin de la “mesa aparte”
Anaís quiere que su presencia abra camino a más jóvenes en la política. “Mi mejor escenario es que de aquí a cinco años no haya solo una candidata joven, sino diez. Si yo lo hago bien, se abrirán puertas; si lo hago mal, se cerrarán”, dice sin rodeos.
Entre sus prioridades menciona la reforma a la Ley Avelino Siñani, la atención a niños con neurodivergencias que hoy no son considerados en la normativa educativa, la defensa de la propiedad privada, la libre exportación y la fiscalización de grandes contratos públicos. “Se fiscalizan cosas pequeñas para el TikTok, pero nadie entra a las gestiones millonarias. Yo no quiero ser una diputada de TikTok”, advierte.
Su discurso interpela también a las familias bolivianas. Critica la costumbre de separar “la mesa de los grandes” y “la mesa de los chicos” en las reuniones. “Metan al joven en la mesa de los mayores. Si nunca lo escuchan, ¿cómo va a aprender a expresarse? A muchos de mi generación nos han hecho callar”, reflexiona.
Consejeros, límites y un carácter firme
Aunque se reconoce sensible —“lloro en las comunidades, en los hospitales, cuando veo injusticias”—, Anaís asegura que tiene un carácter firme. Dice que ha debido frenar intentos de “direccionarla” por parte de políticos con más experiencia. “Soy un poco rebelde; siempre me hago respetar. Puedo escuchar, pero no me van a manipular”, afirma.
Sus principales consejeros son sus abuelos Irma y Ronald, a quienes atribuye su lado “humano y bondadoso”; sus padres, que le enseñaron a poner límites, y un joven asesor, Matías Bejarano, a quien valora por su compromiso y visión crítica. “Mi equipo estará formado por jóvenes. Quiero demostrar que un equipo joven también puede crecer”, asegura.
Un país menos dividido
Cuando se le pregunta por el país que sueña, no menciona cifras ni tecnicismos. Habla de reconciliación. “Cierro los ojos y en diez años quiero ver a Bolivia unida. Que ya no haya ‘bolivianos de allá’ y ‘bolivianos de acá’, que se acabe la confrontación entre oriente y occidente”, describe.
Dice confiar en las señales del nuevo gobierno de Rodrigo Paz, pero aclara que la bancada de Alianza Unidad lo apoyará “en todo lo que sea bueno para el país, no a ojos cerrados”. Y se aferra a una idea: “Cuando la política falla, la gente sufre. Desde la Asamblea quiero dejar de tapar heridas con curitas y empezar a sanarlas de fondo”.
En esa ruta, la diputada más joven de Bolivia acaba de dar el primer paso. El resto dependerá de si logra convertir la frescura de sus 18 años en resultados visibles para los jóvenes a los que promete representar.