Un informe elaborado por CubaData y la Universidad de San Martín de Porres puso el foco en el concepto de ‘disidencia latente’. “El miedo sigue, pero convive con la desobediencia interior”, afirmó su autor, Arístides Vara Horna, en diálogo con Infobae
Fuente: infobae.com
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La estabilidad aparente del régimen cubano contrasta con un proceso de transformación social latente que desafía el relato oficial, según reveló un estudio de CubaData y la Universidad de San Martín de Porres (USMP).
Durante cinco meses, 1.685 cubanos fueron seguidos para analizar la evolución de sus emociones, expectativas y formas de disidencia cotidiana en medio de la crisis. El trabajo de investigación, que forma parte del Panel Experimental 2024–2025, pone en el centro el incremento de lo que los autores denominan “disidencia latente”. Se trata de una resistencia que avanza en espacios invisibles y de manera silenciosa, desmarcándose de la narrativa estatal que identifica la ausencia de protesta con obediencia.
“El miedo ya no explica el silencio cubano. El miedo sigue, pero convive con la desobediencia interior”, afirmó Arístides Vara Horna, director del Instituto de Investigación de la USMP e investigador principal de CubaData, en diálogo con Infobae.
De acuerdo con el estudio, el 91% de los ciudadanos está insatisfecho con la respuesta del régimen ante la crisis, el 90% siente que no se respetan los derechos humanos y solo el 4,7% aprueba la gestión oficial.
El fenómeno de la disidencia privada en Cuba se expresa, según recoge el informe, en la decisión de cada vez más ciudadanos de expresar desacuerdo con el sistema solo en ambientes íntimos, lejos de la confrontación directa.

Un vendedor callejero de zapatos busca clientes en La Habana Vieja, Cuba (AP Foto/Ramón Espinosa/Archivo)
El estudio subrayó que la mayoría de los participantes desconfía de los canales oficiales y recurre a fuentes alternativas de información. “La gente empieza a informarse por su cuenta, se desconecta emocionalmente del relato oficial, construye autonomía en pequeños gestos cotidianos”, destacó Vara Horna a este medio.
El estudio, elaborado por un equipo internacional de investigadores repartidos entre Lima, Madrid, Miami y diversas provincias cubanas, enfrentó importantes desafíos para garantizar la protección de los participantes en un entorno donde la censura digital, los apagones y la vigilancia estatal persisten. “No fue un trabajo sencillo. Levantar datos independientes en Cuba implica riesgo, paciencia y un profundo respeto por quienes colaboran. Pero el resultado demuestra que el cambio no es una foto, es una película”, destacó Vara Horna.
Uno de los principales hallazgos de la investigación indica que la transformación social se manifiesta desde tres vías de disidencia cotidiana. Un 85% de los encuestados busca activamente información fuera de los medios estatales, un 53% tiene algún tipo de emprendimiento o empleo independiente, y un 65% expresa empatía con los presos políticos. “El cambio ya no se mide por las marchas, sino por cómo cada persona decide pensar por sí misma”, sostuvo.
A pesar del impacto del aparato represivo, la encuesta refleja que los mecanismos de control pierden eficacia emocional. “El miedo se transformó: ya no paraliza, solo regula la forma de expresarse. Hoy, el 58% dice que perdió el miedo a hablar en privado de política, y el 59% confía en su círculo cercano para tratar estos temas”, indicó Vara Horna. Esta disposición a conversar aparece ligada a mayores niveles de empatía y mayor desapego respecto al régimen.
La investigación subrayó el uso de la tecnología y las redes sociales como nuevos espacios donde se produce la protesta y la conexión entre ciudadanos críticos al sistema. El 53% afirma que protestó al menos una vez usando plataformas digitales en los últimos 12 meses, mientras que solo un 35% lo hizo en marchas o manifestaciones públicas.

Fotografía de archivo en la que se registró a un hombre junto a un muro con la imagen de Fidel Castro, en La Habana (EFE/Alejandro Ernesto)
“En Cuba, la principal herramienta de control ya no es solo la represión directa, sino la dependencia económica del Estado. A mayor dependencia estatal, menor empatía hacia los presos políticos y menor intención de protesta. El emprendedor es el nuevo disidente, no por ideología, sino por supervivencia”, analizó el autor.
El informe añadió que la fragmentación social y la falta de liderazgos visibles continúan frenando la organización de movimientos colectivos abiertos. CubaData identificó “cinco Cubas” ideológicas donde la mayor parte de la población pertenece al grupo de no alineados, ciudadanos críticos pero inmovilizados por el miedo.
Respecto al futuro político, la mayoría de los entrevistados manifestó escepticismo ante la posibilidad de reformas gubernamentales, aunque existe un extendido deseo de mayor libertad y apertura. El 78% de los encuestados prefiere la democracia como sistema, aunque un 49% acepta la idea de “un líder fuerte a cambio de orden” en un contexto marcado por la memoria traumática del llamado Período Especial.
“Cuando el 65% siente empatía por los presos políticos, significa que la etiqueta de ‘enemigo’ del régimen ya no funciona. La gente no ve ideologías, ve a un ser humano sufriendo. Eso es un cambio de brújula moral. El régimen puede callar las protestas visibles, pero no puede detener el desapego interior ni las conversaciones privadas”, remarcó el autor del estudio; quien agregó: “El cambio ya comenzó, aunque todavía no se vea”.

Arístides Vara Horna
La entrevista completa con Arístides Vara Horna
— ¿Cómo fue realizar este trabajo? ¿Cuánto tiempo le llevó?
— Desde Cubadata, venimos trabajando con encuestas en Cuba desde 2017, y eso ha permitido construir una relación de confianza muy poco común con la ciudadanía. Este estudio —“Más allá del miedo: ¿Qué está cambiando cuando nada parece cambiar?”— forma parte del Panel Experimental 2024–2025 de CubaData y la Universidad de San Martín de Porres (USMP) de Perú. Durante cinco meses consecutivos, entre septiembre de 2024 y enero de 2025, seguimos a 1.685 cubanos, las mismas personas, para ver cómo cambiaban sus emociones, opiniones y expectativas en medio de la crisis.
Detrás hay un equipo de investigadores distribuidos entre Lima, Madrid, Miami y distintas provincias cubanas. No fue un trabajo sencillo: levantar datos independientes en Cuba implica riesgo, paciencia y un profundo respeto por quienes colaboran. Pero el resultado vale la pena: no es una foto estática, sino una película de la sociedad cubana en movimiento.
— ¿Cuál fue el principal problema que tuvieron?
— El mayor obstáculo no fue la gente, sino el entorno digital. La censura y los apagones eléctricos son constantes. El gobierno bloquea dominios, corta accesos, interrumpe conexiones. Por eso usamos plataformas espejo, encriptación y redes seguras de confianza.
Aun así, logramos mantener una tasa de retención superior al 75%. Eso demuestra algo muy poderoso: cuando un cubano siente que su voz está protegida, quiere hablar, quiere ser escuchado.
— ¿Cuál considera que es el mayor hallazgo del estudio?
— El hallazgo central es que el miedo ya no explica el silencio cubano. Durante años se pensó que la ausencia de protesta equivalía a obediencia, pero hoy el miedo coexiste con la desobediencia interior. Encontramos que 91% de los ciudadanos está insatisfecho con la respuesta del gobierno a la crisis, y 90% siente que no se respetan los derechos humanos. Solo 4,7% aprueba la gestión del gobierno.
Pero lo interesante no es el rechazo, sino la transformación que hay detrás: la gente está cambiando sin pedir permiso. Empieza a informarse por su cuenta, a desconectarse emocionalmente del relato oficial, a construir pequeñas formas de autonomía. El cambio ya no se mide en marchas o consignas, sino en cómo cada persona decide pensar por sí misma.
Y este cambio no es una teoría, es medible. Lo vemos en tres caminos de disidencia cotidiana que encontramos: una disidencia digital, donde el 85% busca activamente información alternativa fuera de los medios estatales. Una disidencia económica, donde el 53% tiene emprendimientos o trabajo independiente, buscando autonomía material. Y la más profunda, una disidencia emocional, donde el 65% siente empatía por los presos políticos. Están rompiendo con el régimen moralmente.

Vista general de una tradicional calle en La Habana (EFE/Ernesto Mastrascusa/Archivo)
— ¿Cómo define la “disidencia latente”? ¿Por qué persiste?
— Llamamos disidencia latente a esa resistencia interior, emocional y cotidiana que se esconde detrás del silencio. No necesita banderas ni consignas. Es la decisión íntima de no creer, no repetir, no obedecer más de lo necesario.
Esa disidencia persiste porque la legitimidad del Estado se agotó. El 74% de los cubanos ya no se siente parte del proyecto revolucionario, y el 91% cree que el gobierno no escucha a la gente. Además, el 85% busca información fuera de los medios oficiales, aunque 70% tampoco confía plenamente en los medios opositores. Y hay un dato muy revelador: 65% siente empatía con los presos políticos. Eso no es militancia: es un cambio moral profundo, una forma de decir “esto no está bien”, incluso sin pronunciarlo en voz alta.
Además, hay que entender que en Cuba, el principal acto de disidencia hoy es económico. Cuando el 53% de la gente busca autonomía fuera del Estado, no solo está resolviendo su supervivencia: está rompiendo el principal mecanismo de control del régimen, que es la dependencia. El emprendedor es el nuevo disidente, no por ideología, sino por necesidad existencial. Y esa autonomía material le da permiso para la autonomía moral, como sentir empatía por un preso político.
La disidencia latente persiste porque, aunque el deseo de cambio es masivo, la gente vive en una contradicción pragmática. Por ejemplo, mientras el 78% prefiere la democracia, un 49% aceptaría un líder fuerte a cambio de orden. Es el eco del trauma del Período Especial. Además, la sociedad está fragmentada. Nuestro análisis identifica “Cinco Cubas” ideológicas, donde el grupo más grande (43%) son los “No alineados”: son críticos, pero el miedo aún los paraliza. La disidencia es latente porque esta es la mayoría silenciosa.
Es importante aclarar que, aunque hablemos de disidencia latente, la protesta existe, pero se ha desplazado a espacios de menor riesgo. Nuestros datos del panel son claros: durante los últimos 12 meses, un 53% de los cubanos declara haber protestado al menos una vez usando redes sociales o internet. En contraste, un 35% declara haber protestado en alguna marcha o manifestación callejera. Lo que vemos es una adaptación estratégica: la plaza pública digital se usa más que la física porque, aunque riesgosa, ofrece una capa de protección que la calle no tiene.
— ¿Qué implicaciones tiene esta disidencia latente para el futuro de Cuba?
— Implica que el cambio ya comenzó, aunque todavía no se vea. El 58% de los cubanos dice que ha perdido el miedo a hablar en privado sobre política, y eso, en una sociedad vigilada, es un cambio monumental. La dictadura puede controlar la calle, pero ya no controla las conversaciones ni los sentimientos.
El hecho de que el 58% haya perdido el miedo a hablar en privado es clave. Nuestros datos demuestran que ese simple acto de hablar de política con amigos y familia es un motor de cambio. Encontramos una correlación directa: quienes más hablan de política, también tienen mayor empatía hacia presos políticos, mayor intención de protesta, y perciben menor legitimidad del gobierno. La conversación privada está creando la infraestructura de la resistencia.
El futuro político de Cuba dependerá de si esta disidencia silenciosa logra transformarse en una red de confianza y cooperación social. Y en eso los datos son esperanzadores: el 53% de los encuestados tiene algún tipo de emprendimiento o trabajo independiente, y el 78% prefiere la democracia como forma de gobierno. Es una mezcla muy cubana: realismo y deseo de libertad. Ahí está la semilla del cambio.

Vista general de una tradicional calle en La Habana (EFE/Ernesto Mastrascusa/Archivo)
— ¿Sigue funcionando el aparato represivo del régimen? Y si es así, ¿hasta cuándo?
— Funciona, pero cada vez con menor eficacia emocional. El miedo se ha transformado: ya no paraliza, solo regula la forma en que la gente se expresa. Hoy, 59% confía en su círculo más cercano para hablar de política, y son justamente esas personas las que más empatía muestran con otros y las que más se movilizan simbólicamente.
El aparato represivo sigue funcionando, pero ha perdido la batalla narrativa. Cuando el 65% de los cubanos siente empatía por los presos políticos, significa que la etiqueta de ‘mercenario’ o ‘enemigo’ que usa el régimen ya no funciona. La gente no ve ideología, ve a un ser humano sufriendo. Es un cambio de la brújula ideológica a la brújula moral. Y ese es un punto de no retorno para cualquier sistema autoritario.
Así, aunque el aparato represivo aún intimide, ya no logra producir obediencia legítima. El régimen puede callar las protestas visibles, pero no puede detener las conversaciones privadas ni el desapego interior. Y cuando el miedo deja de ser creíble, pierde su poder.
Algo importante es que hemos identificado que la principal herramienta de control ya no es solo la represión, sino la dependencia económica estatal. Nuestro modelo estadístico es claro: a mayor dependencia económica del Estado, menor es la empatía hacia los presos políticos, menor el uso de redes sociales para informarse y menor la intención de protesta. El análisis de “Las dos fuerzas” lo visualiza: el perfil del “Control” son los trabajadores estatales y los jubilados. En contraste, el perfil de la “Resistencia” son los independientes, cuentapropistas, desempleados, estudiantes, jóvenes, y comunidad LGTBQ+. El aparato represivo funciona mientras mantenga esa dependencia material.
— Por último, el estudio habla de dinámicas que desafían la narrativa oficial. ¿Podría explicarlo brevemente?
— Sí. Lo que encontramos es que la resistencia en Cuba ya no es política, sino existencial. Hay tres tipos de disidencia emergente:
⦁ Digital, porque más del 80% se informa en redes o VPN, esquivando la censura.
⦁ Económica, porque el 53% busca autonomía trabajando fuera del Estado.
⦁ Emocional, porque la empatía hacia los presos políticos y las víctimas de represión se ha vuelto una fuerza moral transversal.
Y de esas tres, la “emocional” es la más poderosa. La narrativa oficial se basa en la ideología, pero nuestros datos demuestran que la ideología tiene muy poco poder predictivo. El factor número 1 que predice la “intención de protestar” no son las creencias democráticas, es el “apoyo a presos políticos”. La indignación moral, no la ideología, es el verdadero motor del cambio en Cuba. Esa es la dinámica que el régimen no puede controlar.
En otras palabras, la narrativa oficial se quedó sin oyentes. El régimen puede seguir controlando las calles, pero los ciudadanos ya se “fugaron” de la esfera de control estatal. Se fugaron a la economía privada, se fugaron a las redes encriptadas y se fugaron a una solidaridad moral interna. El cambio ya ocurrió por dentro; es cuestión de tiempo que se manifieste por fuera.
Esta es la “política de lo invisible”, la que ocurre en la intimidad de los hogares, en los grupos de WhatsApp, en los pequeños gestos de solidaridad. El cambio en Cuba no está en las consignas, está en la conciencia. La gente está construyendo libertad sin gritarla. Y cuando eso ocurre, ya nada vuelve a ser igual.
