La transmisión de mando trae un aire esperanzador en los ámbitos político, económico y social. Se habla mucho de las nuevas puertas que se abrirán para Bolivia, aunque creo que, más que encontrarlas abiertas, el país tendrá que tocar muchas de ellas con paciencia y estrategia.
Son veinte años de aislamiento que, aunque suene radical afirmarlo, respondieron en gran medida a una sobreideologización que nos volvió un socio poco atractivo. Sumado a nuestra escasa diversificación industrial, lo que parecía una cuestión meramente ideológica terminó cerrándonos espacios de negocio e intercambio. Fue entonces cuando se hizo evidente lo que Rodrigo Paz repitió varias veces: “De ideología no come el pueblo”. Hoy, esa frase deja de ser un eslogan y se convierte en un recordatorio urgente de que la política exterior debe construirse desde el pragmatismo, no desde la fe doctrinaria.
Todo parece avanzar bien hasta que nos enfrentamos a las dificultades de trabajar simultáneamente con ambos bloques globales. ¿Cómo contentar a dos potencias que esperan lealtad, aun cuando nuestras necesidades exigen cooperación con ambas? Nuestras aspiraciones respecto a Estados Unidos chocan con nuestros acuerdos económicos y de cooperación con China. Y, aunque ese es el ejemplo más común, es un hecho que escenarios similares serán cada vez más frecuentes en el futuro: disputas tecnológicas, transiciones energéticas, cadenas de suministro, seguridad y gobernanza global marcarán la agenda y obligarán a Bolivia a navegar en un mundo donde los alineamientos rígidos ya no funcionan.
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La situación parece ser la misma de siempre: tener que escoger un bando para subsistir, sin entender que la dicotomía entre derecha e izquierda se vuelve cada día más obsoleta. No tiene sentido replicar una lucha de bandos cuando la ideología política se ha mezclado, dando lugar a variantes que permiten integrar acuerdos económicos, culturales y políticos sin la necesidad de compartir una misma corriente. Persistir en viejos esquemas solo nos condenaría a repetir errores y perder oportunidades.
Por ello, la tarea de Bolivia deberá ser insertarse como una nación pragmática en el ámbito internacional, dispuesta a negociar con quienes nos vean como un socio y no como un Estado satélite. La palabra “acuerdo” debe ir de la mano con “soberanía”. Y eso implica construir institucionalidad, credibilidad y coherencia: tres elementos que, durante años, se debilitaron y hoy deben reconstruirse sin excusas. Trabajar con todos —no desde la complacencia, sino desde la claridad de nuestros intereses— debe ser el objetivo primordial.
Y aunque suene idealista, los desafíos del país son grandes. Recuperar la institucionalidad es un factor clave para proyectar una imagen seria y diplomática. La casa debe ordenarse por dentro y por fuera para poder recibir a los invitados: desde estabilidad legal y seguridad jurídica hasta una burocracia más profesional y un clima político menos volátil.
Con una visión mediadora y de reconciliación, Rodrigo Paz asume la conducción del país. La esperanza es que él y su equipo logren posicionarnos como una nación interesante, estable y con potencial para convertirse en un socio confiable en un mundo cada vez más competitivo y multipolar.
Jorge Caro Molina
Abogado
