Rodrigo Atahualpa Paz Pereira, presidente electo de Bolivia, es, no cabe duda, un hombre de fe. Me cuentan algunos de sus allegados más antiguos (compañeros de escuela algunos, otros de colegio o de universidad) que siempre estuvo seguro de que un día llegaría a ser presidente de Bolivia. Lo manifestaba, me dicen, con tranquila convicción, sin estridencia, como quién comunica algo que sucederá de manera ineluctable. Y así fue.
Es un boliviano, como muchos otros, que nació allende de nuestras fronteras, en Santiago de Compostela, España, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora y de Carmen Pereira Carballo, cariñosamente moteada en nuestro medio como “la gallega”. Sin embargo, de ninguna manera es mi intención repetir la biografía de nuestro flamante primer mandatario que cursa en la excelente reseña de https://es.wikipedia.org/wiki/Rodrigo_Paz. No, me quiero referir, esta vez, casi exclusivamente, a ese evidente y notable rasgo de su personalidad: la confianza en si mismo, esa creencia que poseen algunos iluminados acerca de la inevitabilidad de su destino. En la mayoría de los casos, y ese creo es el de Rodrigo, esa claridad viene de la fe en Dios. El nuevo presidente ha dejado muy en claro, con actitudes, señales y palabras, que es un hombre creyente y que cultiva esa relación con convencimiento y persistencia. Probablemente, esta característica es la consecuencia de su formación con los jesuitas a lo largo de su instrucción escolar.
Cuando inició su campaña electoral, que lo llevaría hasta la presidencia, de manera muy temprana para muchos, hace más o menos cuatro años, provocó burlas, pullas, bromas y generalizada incredulidad. Pero, al parecer, él sabía algo que los demás ignorábamos, así que, con mucha paciencia, disciplina y sacrificio, recorrió el país de punta a punta. Iba a las fiestas patronales de los pueblos, bailaba con la gente, se abrazaba, comía sus comidas y bebía lo que le invitaban. Después de todo, era una verdadera novedad que un senador venido del sur se apareciera sorpresivamente en los lugares más alejados de las ciudades. Así, con determinación y constancia, Rodrigo Paz fue conociendo y haciéndose conocer por la Bolivia profunda. En las grandes urbes y en los círculos rojos de la política, lo seguíamos con una sonrisa condescendiente y subestimándolo.
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Así llegamos a mediados de 2025, y con ese tiempo a las definiciones en materia de candidaturas e inscripciones para participar de las elecciones generales. Rodrigo, convencido de que el signo de la época era la renovación, no cedió a la tentación de unirse a los viejos liderazgos políticos y se mantuvo al margen del fallido proceso de la unidad opositora en contra del MAS. Visto a la distancia, fue un acierto estratégico de enorme importancia.
Pero no todo fueron mieles y un camino despejado hacia la presidencia. Rodrigo Paz estuvo varias veces impelido a tirar la toalla. Sin recursos, con su candidato a vicepresidente desertando a medio proceso, con la sigla del PDC en disputa, con los medios de comunicación de mayor alcance en contra, con los grupos de poder fácticos que ni volteaban a mirarlo, con casi todos los factores en contra, menospreciado y rechazado por el establecimiento político, sin embargo, siguió adelante.
Entonces apareció la diosa Tique para ayudarlo. La deidad griega que se apiada de los valientes y audaces, vino en su auxilio. Surgió la figura providencial del capitán Edman Lara, que lo complementó y le dio base a su apelación a la renovación generacional, además de expresar claramente el apego a los sectores nacional populares y la decisión de luchar contra la corrupción, el mal mayor que la sociedad boliviana repudia.
Lo demás ya es historia archiconocida y analizada, pero subsiste la interrogante ¿Por qué todos los astros se alinearon para que el hombre que creía, hiciera realidad su sueño? Porque él (y probablemente su entorno familiar y de amigos más cercano) creía que era su momento, que se hallaba en el lugar correcto y en el momento correcto. Una indomable voluntad de hierro lo llevó a persistir. Su intrepidez lo condujo finalmente a una victoria inopinada. Si tuviéramos que definir la campaña de Rodrigo Paz en una frase, no dudaríamos: fue una cuestión de fe.
Por Ricardo V. Paz Ballivián
