El que ríe último, ríe mejor: Áñez logra su libertad mientras Morales está retenido en el Chapare


Con el tiempo y la distancia se podrá medir con mayor claridad lo que significó el accidentado gobierno de Jeanine Áñez. Mientras tanto, Evo Morales rumia su frustración en el Chapare.

La expresidenta Jeanine Áñez deja el penal de Miraflores. Foto: APG

Fuente: Brújula Digital



Jeanine Áñez llegó al poder de manera totalmente inesperada, cuando, tras tres semanas de protestas masivas, el entonces presidente Evo Morales renunció al cargo y fugó del país en un avión que le ofreció el gobierno mexicano. Así se inició un gobierno lleno de dificultades y tensiones, pero que finalmente concluyó con elecciones ordenadas y libres.

Acompañada de su combativa hija Carolina, este jueves salió en libertad. Como las acusaciones eran de corte político, fueron resueltas también políticamente: la calamitosa derrota del MAS en las elecciones ha hecho que ella, además de Luis Fernando Camacho y Marco Pumari, y otras decenas de presos políticos, recuperen su libertad.

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Esa derrota del MAS es también la derrota de Evo Morales, y a la vez marca una victoria para Áñez. Al final, ella ríe mejor, está libre, mientras Morales no puede poner un pie fuera del Chapare, acusado de estupro y otros delitos.

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La detención de Áñez, promovida por el MAS y especialmente por Morales, buscaba tanto ante la comunidad internacional como dentro del país instalar la idea de que su salida del poder en 2019 no se debió a sus propios errores y a las multitudinarias protestas, sino a un supuesto golpe de Estado.

La persecución contra los líderes opositores tuvo ese objetivo: construir un relato político que justificara su derrota y su opción, llena de temores, de salir de Bolivia. Morales perfectamente podría haberse quedado en el Chapare. A eso se debió su venganza, a tratar de borrar su cobarde decisión de salir del país.

El exministro de Justicia Iván Lima admitió que los procesos judiciales contra Áñez fueron parte de la presión ejercida por Morales para lograr su detención. El propio Lima, al inicio del gobierno de Luis Arce, había señalado que lo que correspondía en el caso de la expresidenta era un juicio de responsabilidades en el Legislativo. Sin embargo, facilitó que se la acusara penalmente.

Su detención, además, se produjo de manera irregular, sin orden de aprehensión y con el asalto de su vivienda en Trinidad en marzo de 2021. Todo ello comandado por el “ministro secuestrador”, Eduardo del Castillo, de quien se rumorea salió del país temeroso de posibles represalias en su contra: no es poco haber secuestrado a Áñez, Pumari y Camacho y haber promovido la detención política de decenas de personas más.

Áñez deberá responder ante la historia por las decisiones tomadas durante su gobierno. Los hechos de Senkata y Sacaba dejaron más de una veintena de personas fallecidas en operativos policiales y militares, además de denuncias de corrupción y otros cuestionamientos. Sin embargo, con la nueva correlación política ese juicio de responsabilidades no se realizará, por lo que Áñez recuperará su vida normal.

Los errores políticos de Áñez fueron numerosos y pueden explicarse en el círculo íntimo con el que se rodeó al inicio de su gestión. Varios de sus colaboradores pertenecían a una línea dura, inconducente y, como se supo después, corrupta. Ese entorno –representado principalmente por el entonces ministro de Gobierno, Arturo Murillo– tuvo un papel determinante.

Fue ese grupo el que la convenció de presentarse como candidata presidencial, una decisión que resultó desastrosa para la transición democrática y para ella misma y que, de paso, facilitó el retorno del MAS al poder en las elecciones de 2020.

Durante su mandato, además, debió afrontar los efectos de la primera pandemia del siglo. El Covid-19 trastocó la vida de todos los países y obligó a Bolivia a aplicar una muy estricta cuarentena y otras medidas, que paralizaron la economía.

Con todas sus luces y sombras, Áñez deja atrás una etapa marcada por la excepcionalidad. Su presidencia nació de una crisis y terminó envuelta en otra: la del uso político de la justicia. Su paso por el poder estuvo cruzado por errores graves, pero también por decisiones que permitieron reencauzar la democracia y evitar un vacío institucional.

Ahora, con su libertad recuperada y el MAS fuera del gobierno, su figura entra en una nueva fase, la de ser evaluada sin el peso de la persecución, con el tiempo y la distancia que permiten medir con mayor claridad lo que significó aquel accidentado y convulso interregno. Mientras tanto, Evo Morales rumia su frustración.

BD/RPU