Javier Milei pasará a la historia por ser el primer presidente autodenominado “anarcocapitalista”. No es un logro menor conseguir que ideas tan radicales lograran convencer a la mayoría de los argentinos, especialmente cuando su adversario era el representante de una fuerza política con tanto arrastre como lo es el peronismo. Me parece, sin embargo, que el verdadero logro consiste en haber pasado lo que, de manera folklórica, se bautizó como la “motosierra”. Venía para cambiar las cosas; su enemigo, el déficit, era su principal objetivo.
El gobierno peronista de Alberto y Cristina Fernández dejaron un déficit financiero del 6,1% del PIB, elevado para los estándares regionales e internacionales. Así, Milei asumía una economía con un problema de gasto crónico, inflación galopante y un sistema de precios completamente distorsionado. Era una olla a presión lista para explotar en las narices de quienes se atrevieran a levantar la tapa. Sabías que iba a estallar, la pregunta era cuándo.
Contra todo pronóstico, Javier Milei no solo fue capaz de acabar con el déficit, sino que, además, generó un pequeño superávit, algo inusual en las finanzas públicas del vecino país. La famosa “motosierra” había entrado en acción. Con sus dientes girando a miles de revoluciones por minuto, la motosierra de Milei fue capaz de desmontar la maquinaria elefantiásica del Estado, ministerio por ministerio, programa por programa.
Acorde a un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IAAF), Entre las principales partidas de ajuste encontramos la obra pública, las transferencias –corrientes y de capital– a gobiernos provinciales, subsidios –a la energía y al transporte–, y programas sociales. Otras fuentes de recorte fueron: transferencias a las universidades y otros gastos corrientes. Hasta aquí la motosierra.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Otra manera en que Milei logró reducir el gasto fue, curiosamente, echando mano de la “licuadora”. De manera bastante ágil, tomó un problema del que no se podía deshacer en el corto plazo y, tomando el sartén por el mango, lo usó para su propio beneficio. Hablamos de la inflación.
Argentina es un país históricamente inflacionario. En las últimas décadas los argentinos le han borrado más de una docena de ceros a su moneda, producto de su indisciplina fiscal y de haber defaulteado en no pocas ocasiones. De ahí que el aumento de los precios sea una constante a la que, tristemente, el argentino se ha ido acostumbrando poco a poco. Pero, ahí donde el político tradicional ve un problema –algo debatible en el caso de algunos políticos–, Milei vio una oportunidad.
Si mi economía tiene una inflación del 10% y yo aumento mis gastos en 5%, en términos reales, descontando la inflación, incurrí en un ahorro del 5%, es decir, la diferencia. A esto lo conocemos coloquialmente como la “licuadora”. Dejar que la inflación se coma los salarios y aportes del sector público. Milei empleó la estrategia de congelar sueldos de funcionarios y aplicó la misma lógica a los aportes de los jubilados. No en vano, según el IAAF, los recortes en jubilaciones y salarios supusieron el 19% y el 9%, respectivamente, del ajuste total de Milei.
Que Bolivia cerrará el 2025 con una inflación acumulada superior al 20% parece casi un hecho. Para el mes de octubre, este indicador llegó al 19,22% y bastaría con que se repita el dato de dicho mes (0,75%) para que prácticamente lleguemos a la reducción de un quinto del poder adquisitivo de los bolivianos.
Todo parece indicar que el Presupuesto General del Estado seguirá siendo uno deficitario, lo que supondrá más financiamiento por parte del Banco Central de Bolivia (BCB) (emisión) y de organismos internacionales (deuda). Estos elementos contribuyen a empeorar el balance del BCB y, en consecuencia, generan la pérdida del valor del boliviano. En este sentido, cabe esperar que la inflación siga en aumento, esto al menos en ausencia de otros mecanismos de corrección de los desequilibrios fiscales arriba descritos.
Esto abre la puerta para que, junto con la motosierra, la licuadora juegue su parte en la reducción del gasto público. No bastará, como hizo Milei, con reducir la burocracia del Estado en 30.000 funcionarios –cerca del 10% del total–, sino que, adicionalmente, se deberá complementar con congelamiento del gasto corriente en sueldos y salarios, bienes y servicios, y otras partidas adicionales.
Así, la motosierra, la licuadora y las “tijeras” –elemento de análisis para otra ocasión–, cerrarían el trío dorado que generaría las condiciones para que el proceso de ajuste sea uno de austeridad expansiva. Es la diferencia entre un ajuste desmedido y sin dirección, y uno que nos pueda llevar, en un año o varios meses, devuelta a la senda del crecimiento y la prosperidad.
Oscar M. Tomianovic
Analista económico
