La esperanza del reencuentro


 

Cada año, al llegar noviembre, el corazón se llena de recuerdos. El Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos nos invitan a detenernos, mirar al cielo y pensar en quienes ya no están físicamente con nosotros, pero siguen vivos en nuestra memoria y a través de nuestra fe.



El 1 de noviembre, la Iglesia Católica celebra a todos los santos, conocidos y desconocidos, aquellos que vivieron con bondad y amor, y que hoy gozan de la vida eterna. El 2 de noviembre, recordamos a nuestros seres queridos que han partido, con la esperanza de que también estén en la gloria de Dios. En muchos rincones del mundo, las tradiciones se mezclan con la devoción: se colocan ofrendas, se encienden velas, se comparte música y comida que ellos disfrutaban. Es como si, por un breve instante, sus almas regresaran para acompañarnos, aunque no podamos verlas.

La muerte es parte del ciclo de la vida, pero nunca deja de doler. A veces llega sin aviso, sin lógica, arrebatando a quienes amamos. La ausencia física deja una herida profunda, pero también nos enseña a valorar los momentos compartidos, a vivir con más amor y a mantener viva la esperanza del reencuentro.

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Decir adiós nunca es fácil. Las despedidas casi siempre traen lágrimas, tal como se ve en los aeropuertos, donde las familias se abrazan con tristeza aún sabiendo que solo los separará la distancia. Pero también saben que llegará un día de reencuentro, y que esos abrazos de regreso serán llenos de alegría. Así creemos que será cuando volvamos a ver a nuestros seres queridos: entre lágrimas y sonrisas.

La fe nos consuela, pues fue el mismo hijo de Dios quien dijo que en la casa de su Padre había lugar para todos (Juan 14:2), y quienes creemos en la resurrección y la vida eterna sabemos que este camino terrenal es solo una parte del viaje. Hoy te invito a creer en que nuestros seres queridos ya están disfrutando de esa paz eterna, y eso sea lo que nos dé la fuerza para seguir adelante.

Recordar es volver a vivir. Encendamos velas, oremos, recordemos buenos momentos, revivamos risas. Que cada memoria sea una luz que nos guíe, que cada pensamiento sea un puente hacia ellos. Y aunque no podamos verlos, vivamos con la certeza de que al final del camino, entre lágrimas y sonrisas, los volveremos a abrazar.

Oscar Gómez Berthón