Las espinas del exilio


 

 



Todo el mundo estaba a la espera del «golpe militar», se confirmó con la noticia de haberse transferido a todos los comandantes de unidades militares con mando de tropa sendas sumas de dinero. Era el precio de su lealtad con Luis García Meza, nombrado Comandante del Ejército, nada menos que por su pariente Lidia Gueiler a la sazón, Presidente Interina del Gobierno de Bolivia. Para nadie resultó ser una sorpresa que el 17 de julio de 1980 Trinidad fuese tomada por García Meza, cuya acción armada cundió en pocas horas a todo el país. La Presidenta, que originalmente pidió y obtuvo protección en la Nunciatura Apostólica del Vaticano, fue presionada durante muchas horas y no tuvo otra alternativa que suscribir su renuncia al más alto cargo de la Nación.

Aquel día de julio los represores procedieron a silenciar las estaciones de radio y TV y los pocos diarios. Se impuso un estado de sitio con toque de queda sin límite de tiempo, hubo resistencia en algunos centros mineros donde se libró una guerra desigual, el Ejército contra mineros indefensos.

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Entre los medios acallados estuvo Radio Cosmos, propiedad de Laureano Rojas. Los equipos de trasmisión dejaron de funcionar… un silencio sepulcral se apoderó de las ciudades. Bolivia de luto y sin voz ante el consenso internacional. Ya sin trabajo, había que buscar la alternativa más próxima. Estuvo en La Paz, ocupación Gerente de la Cámara de Hoteles, entonces una agrupación de propietarios con 300 miembros, un par de hoteles con aspiración de cinco estrellas, el resto modestos establecimientos que hacía lo imposible para sobrevivir, sin turistas, sin ocupantes, la crisis hacía temer lo peor.

Ya trasladado de Cochabamba a La Paz, podía moverme de hotel en hotel, diálogo sin fin con sus operadores para intentar un retorno a la normalidad. Me encomendaron la gestión ante la prensa, en efecto Presencia publicó mis recurrimientos ante del Poder, «sin visitantes la hotelería no puede cumplir sus compromisos bancarios, cesen este tormento», la respuesta fue la persecución por la fuerza de represión de LGM que el 6 de febrero de 1981 que me retuvo algunas horas en el Palacio Quemado, por la noche me confinaron a un insoportable encierro en Sopocachi, (casa de seguridad) desde donde arrojaron a otros detenidos al río Orckojahuira, cuyos cadáveres serían recuperados río abajo, días después. Ahí empezó mi calvario, de la celda al avión del LAB y pasaje pagado hasta Buenos Aires, de allí 180 días más tarde, merced a la gestión de Naciones Unidas (ACNUR) salí protegido por la Cruz Roja Internacional hasta Río de Janeiro, donde pude reunirme con mi esposa e hijos y seguir viaje a Alemania, de allí en un avión pequeño a Suecia y así han pasado 44 años.

La pregunta del lector, ¿qué tiene que ver esta historia de un periodista exiliado por usar de la libertad de expresión, con la nueva era que Bolivia empezará el 8 de noviembre con un gobierno democrático? La respuesta es: Que la privación de libertad y el exilio (ostracismo) fueron los castigos impuestos por gobierno desprovistos de Derecho, que no soportan la denuncia, ni la crítica y menos la condena pública de sus delitos. Que el exilio aún persiste en Bolivia para miles de ciudadanos que todavía no pueden volver al seno de la Patria, que soportan el estigma de la injusticia y el odio de malos gobernantes.

Son las tres de la tarde, y con la llegada del invierno, persiste el frío (varios grados C. bajo cero) la obscuridad, las privaciones (cada vez más notorias y numerosas) debido a la crisis en Europa por la guerra Rusia Ucrania, por la política general de emplear los recursos para adquirir armas y prevenir la guerra física que pudiera llegar que está cerca en Polonia, en Rumania, en Dinamarca (los crones asesinos, el más alto precio de los alimentos y medicinas, el recorte de subsidios económicos que en otro tiempo fueron un modelo en una «sociedad de bienestar que se agota». O sea, la espina lacerante del exilio, decretada en mi caso por García Meza en febrero del 81, persiste y que todavía otras víctimas de persecución similar de la era masista, soportan, aún hoy, la angustia del exilio, lejos de Bolivia.