Los escarceos del poder: El rol del vicepresidente


 

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez



 

 

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Cuentan las crónicas del 29 de octubre de 1964 que, en la ciudad de La Paz (Bolivia), iniciaba una huelga general organizada por la Central Obrera Boliviana y sus afiliados. El gobierno que había tenido poco menos de tres meses para articularse y brindar respuestas a las diferentes demandas emanadas de la crisis política, social y económica de la población, tenía en la figura del vicepresidente al responsable de sofocar aquellas movilizaciones, aspecto que motivó fuertes tensiones internas en el gobierno y una ruptura irreconciliable entre el Presidente Víctor Paz Estenssoro y René Barrientos Ortuño, Vicepresidente del país.

Barrientos había sido una figura destacada de las Fuerzas Armadas, razón por la cual se lo había mostrado como garante de la seguridad del Estado, en un periodo en el que el mundo entero atravesaba por una fuerte polarización ideológica que ponía en vilo la paz alcanzada en 1945. Su formación en la Escuela de las Américas, además de un discurso populista que calaba hondo en los sectores más humildes de la población, le valieron un estrecho vínculo con estos, por lo que el Movimiento Nacionalista Revolucionario a la cabeza del Dr. Paz, vieron en Barrientos al acompañante que necesitaba su partido para reconducir el gobierno y dar continuidad a las medidas asumidas en la década de los años cincuenta.

Más allá de los acuerdos políticos suscritos durante la elección, la aguda crisis social y económica por la que atravesaba el país, sumado al rol que René Barrientos se comprometió asumir para restituir el orden en su calidad de miembro de las Fuerzas Armadas y sus motivaciones de orden personal, condujeron a que él junto a cúpulas militares y grupos políticos conservadores urdieran una conspiración directa para derrocar al Presidente. El golpe militar protagonizado el 4 de noviembre de 1964, fue relativamente rápido y sin resistencia armada. Tras entregarse el ultimátum al Presidente Paz instándole a que entregue el poder y abandone el país, inició el periodo más largo de dictaduras militares en Bolivia.

El ascenso de Barrientos a la presidencia implicó un cambio brusco en la historia política boliviana. El fin de un periodo reformista y el inicio de dieciocho años de golpes y contragolpes por parte de miembros de la institución castrense. Ante el descontento social que iba en aumento y en un intento de legitimar su gobierno, para 1966, se decide convocar a elecciones en las que Barrientos obtuvo mayoría absoluta. Aprovechando el nuevo panorama endureció las medidas en contra de los sectores obreros, decretando la rebaja de salarios, congelamiento de sueldos, prohibición de huelgas y el desconocimiento de las direcciones sindicales, entre otras que delinearían el camino de lo que habría de vivirse en el país los años posteriores.

El golpe militar de 1964 fue presentado como una medida necesaria para restaurar el orden y la estabilidad de un país caótico sumido en los conflictos y que requerían acciones firmes para aplacarlos, enfatizando que el presidente era incapaz de gobernar efectivamente y mucho menos disponía de capacidad para brindar soluciones a los diversos problemas. René Barrientos Ortuño aprovechó su cargo como vicepresidente, así como la buena relación con los sectores campesinos y Fuerzas Armadas, presentándose como el líder que necesitaba el país en aquel momento, ganando el reconocimiento de la comunidad internacional mediante el discurso anticomunista en pleno desarrollo de la Guerra Fría.

El 27 de abril de 1969 y luego de visitar la localidad de Arque, ubicado en el Departamento de Cochabamba (Bolivia), a efectos de retornar a la capital valluna y tras cumplir sus actividades derivadas de su mandato, el helicóptero que debía retornarlo se precipitó a tierra, incendiándose y carbonizando los cuerpos de sus ocupantes. René Barrientos Ortuño no concluyó su mandato debido al infausto accidente que le cegó la vida, asumiendo el mando de la nación Luis Adolfo Siles Salinas, que ejercía para aquel entonces el cargo de Vicepresidente.

La historia no se repite, pero rima. En la historia política iberoamericana encontramos casos llamativos de vicepresidentes conspirando tramas y confabulando para quedarse con la presidencia. Tras la caída de Porfirio Díaz en México el año 1911, tanto Francisco Madero como Francisco León de la Barra tuvieron que soportar el asedio y la conspiración promovida por sus principales colaboradores en su afán de derrocarlos del poder. De esa manera, en 1916 la convención constituyente de aquel país decidió abolir la vicepresidencia, describiendo a los vicepresidentes como: “aves negras de las instituciones públicas”

En Paraguay hace algún tiempo, Federico Franco lanzaba duras críticas en contra de su presidente Fernando Lugo. Una relación bastante tensa entre ambos mandatarios caracterizó aquel gobierno. Los vínculos rotos y la coalición de gobierno completamente desarticulada, derivó finalmente en la sucesión de Franco en la presidencia paraguaya tras la destitución de Lugo en junio de 2012, luego de enfrentar un juicio político promovido por el Senado paraguayo.

En Honduras se gestó un golpe de Estado que estalló en junio de 2009. Tras el secuestro del presidente Manuel Zelaya, un avión se encargó de exiliarlo fuera del país, defenestrándolo de facto de la primera magistratura de aquella nación. El parlamentario Roberto Micheletti, coludido con los miembros del Poder Judicial y una facción del ejército nicaragüense, se habían encargado de la conspiración. El vicepresidente Elvis Santos se alió con los conspiradores creyendo que asumiría la presidencia, lo que finalmente no sucedió.

Dilma Rousseff el año 2016 fue destituida de la presidencia de Brasil cuando su vicepresidente Michel Temer, con el apoyo de miembros de la cámara baja y el senado brasileño, en su afán de buscar a quien pueda frenar la arremetida de los jueces anticorrupción, decidieron realizar un “impeachment” que alejaría del cargo a Rousseff con una larga lista de acusaciones por hechos de corrupción.

Finalmente, resulta interesante recordar los antecedentes recientes de lo ocurrido en Ecuador, con un final completamente diferente. Lenin Moreno y Jorge Glas (Presidente y Vicepresidente respetivamente) se vieron enfrascados en una pugna de poderes interna direccionada desde el exterior por el expresidente Rafael Correa que mantenía una fuerte influencia con Glas, mientras que Lenin Moreno había rotó todo vínculo con el expresidente. Finalmente, esta pugna de poder se zanjó con la destitución y detención del vicepresidente Glas, tras conocerse de su participación en el bullado caso de corrupción Odebrecht, que salpicó a varios gobiernos de la región.

Tal como se desprende de la historia, el cargo de vicepresidente ha sido el origen de conflicto e inestabilidad en varios países de la región. En la actualidad sólo las constituciones de México y Chile no recogen la figura del vicepresidente en su sistema de gobierno. Probablemente por el rol que les toca desempeñar, no han tenido la voluntad de convertirse en garantes de la estabilidad política y menos se han preocupado por trabajar en los derechos, libertades de las personas, así como en el fortalecimiento democrático.

En Latinoamérica abundan los ejemplos para demostrar los conflictos existentes entre los (supuestos) hombres fuertes de los países, lo que hace pensar y reflexionar con que fragilidad se suscriben los acuerdos políticos.

La falta de lealtad que tienen los segundos ante la propensión de convertirse en primero sin mérito ni esfuerzo, únicamente mediante la confabulación, el quiebre y la traición, es preocupante y debe ser estudiada a partir del rol que cumple el vicepresidente en países como Bolivia, partiendo de la experiencia en el primer cuarto de siglo que se lleva por delante.

Bolivia en la actualidad. El vínculo entre las figuras concurrentes que ganaron los comicios el pasado 19 de octubre ha comenzado a resquebrajarse una vez realizada la toma de posesión.

Podríamos establecer algunos criterios relacionados a la incompatibilidad de caracteres, desconocimiento de competencias, visiones políticas contrarias, objetivos opuestos, desacuerdos en función al proyecto inicialmente propuesto, entre muchos otros, a pesar de que lo único cierto es que se pretende seguir viejos patrones de conducta, replicando casi por inercia conductas aplicadas en las últimas dos décadas y que han sumido a Bolivia en la mayor crisis institucional de su historia, dejándola al borde de convertirse en un Estado Fallido.

Mientras albergamos la esperanza (utópica) de que los políticos reflexionen y reconduzcan sus acciones, poniendo fin a su proceder errático, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y nos obliguen a cambiar nuestra forma de pensar, recuerden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.