Mandato para todos: Los valores


Nos hemos pasado desde febrero de 2020 —¿recuerdan el del silletazo en Betanzos?— hablando de partidos y candidatos; desde septiembre del año pasado de precandidatos presidenciales (la mayoría de la larga veintena que apareció, sin posibilidad de forzar candidaturas) y desde diciembre oyendo de una Unidad desunida; luego, en mayo y junio, de diez candidaturas que terminaron en agosto en una boleta de ocho —con seis perdedores, dos (casi tres) para desastre y olvido— y, de cierre con estreno, en dos para octubre. Y el 19, al filo de las 20:00, en un ganador.

En fin: alea iacta est para un latinófilo… o sena quina para un jugador de cacho (y para mi amigo Agazzi). La gran ventaja es que, cuando bajamos el ruido, la angustia y la expectación del juego de la política, empezamos a revisar otras graves falencias.

Días atrás, me invitaron en un prestigioso centro de estudios cruceño para hablar con estudiantes “de lo que nos viene ahora”, forma muy genérica y ambigua para decir “por dónde sacaremos la nariz del agua antes que nos ahogue”. Pero como siempre he cuestionado cuán democráticos somos, empecé por ahí: preguntando a la cincuentena de jóvenes ¿qué es para ustedes la democracia?



La primera impresión fue la habitual en un encuentro entre jóvenes y alguien que no les es conocido que va a hablarles: la mayoría (la gran mayoría) quedó en silencio, sólo algunos levantaron sus manos para argumentar que “surgió en las guerras de independencia”, “fueron los franceses”, “fue en los EEUU”. Entiendo que nadie dijera sobre las asambleas de los griegos en el Areópago y el origen de la Democracia ateniense (no eran mis alumnos de filosofía política) pero nadie, en esa primera pregunta, respondió “libertad” y “poder decidir”.

La segunda pregunta fue ¿para qué TE sirve la democracia? y la respondieron dos valientes arriesgados: ella para “vivir en libertad”, él para “votar”, abriendo el paso a la tercera impulsión ¿cuántos votaron de ustedes? Realmente lo primero fue para satisfacción: todos habían votado (en realidad, sólo uno, que recién cumpliría la mayoría legal, no votó) pero las respuestas a la cuarta interrogación —¿por qué (aclaré que era no por quién) votaron?— me llevaron a un paradigma que, como muchos que ejercemos la opinión, he criticado: la mayoría de los que respondieron —que eran los más aunque tampoco eran todos— declararon “para que se vaya el MAS”… el voto castigo más que el voto consciencial.

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(No dudo que algunos de los callados no quisieran responder porque la candidatura de su preferencia fracasó).

Casi todos habían nacido y todos vivido y estudiado en el período del masismo —del culto al evismo y su pseudo democracia. Para ellos, lo que empezó con el pendón de una Revolución Democrática y Cultural se fue transformando (gas por medio) en un descontrol y despilfarro disfrazado de “desarrollo”, en una corrupción galopante y visible, en un aislamiento frente muchos de nuestros vecinos y una ruptura interna y regional dentro de la perversa lógica amigo-enemigo tras la dependencia ideológica al socialismo del siglo 21 y el narcocomercio, en un centralismo reforzado luego por la falta de ingresos, en un racismo intragrupos indígenas y en el indianismo disfrazado de indigenismo… Respuestas entonces entendibles.

Como entendible es que no conocieran a cabalidad cómo funcionan y se interrelacionan los Poderes del Estado (tras tantos años de cooptación y clientelismo) y hasta podría entenderlos mejor incluso tras décadas sin meritocracia en el país.

Fue más de su lenguaje de conocimiento luego el intercambiar sobre el origen y presencia de la crisis multifactorial socioeconómica que vivimos y las urgencias para atender y los peligros de no solucionarla prestamente ni prevenir para los más afectados: sus respuestas entonces fuero una mezcla de conocimientos de economía y de solidaridad social. (Me fue muy curioso que no supieran de la crisis de 1982-1985 más allá de haber oído un cual “código maldito”:  21060).

Al final, entre motivación y más segura inhibición, les brotó una pregunta repetida: ¿y por qué no tenemos gobernantes cruceños? Mi respuesta: “Porque ustedes tienen que formarse políticamente para ser los próximos líderes”. Les fue fácil de entender a los (y las) más inquietos esa tarde.

Una moraleja: Nuestra educación —desde la enseñanza primaria— ha retrocedido en diversos aspectos (diría muchos) pero los que más afloraron ese día fueron la carencia en transmitir valores —morales, sociales—, democracia y liderazgo, tan importantes (o más para ejercer la ciudadanía consciente) como los conocimientos que se adquieran. Familia y escuela (en todo nivel, incluso universitario) de la mano formarán así las nuevas generaciones: hombres y mujeres que piensen y lideren.

Sólo así entraremos en un siglo 21.