Mi apuesta es por Bolivia


 

Pablo Camacho



El inicio de cualquier gobierno viene acompañado de una mezcla de esperanza, escepticismo y una dosis saludable de incertidumbre. Cuando se trata de una nación que se percibe a sí misma en un “hoyo”, como bien se describe, estos sentimientos se intensifican. Hoy, Bolivia se encuentra en ese preciso punto de inflexión, observando con lupa cada movimiento del binomio presidencial de Rodrigo Paz y Edman Lara.

Hay cosas, es cierto, que no encajan del todo en este rompecabezas inicial. La aparente dificultad para hacer cuadrar la LOPE, los movimientos de viceministros, el cierre de ministerios y, sobre todo, la designación de personas en Ministerios e instituciones estratégicas, revertir 20 años de la “ideología sobre la económica” es un reto complicado. La crítica que reciben estas designaciones se explica en parte por qué hoy ya no hay temor de expresarse, esta libertad no puede ser excusa para atacar a un gobierno que llega a 15 días. Son las primeras piezas de un tablero que aún no comprendemos por completo, y es natural que generen recelo. La ciudadanía, hastiada de la improvisación, anhela señales de técnica y mérito.

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Sin embargo, enterrado bajo este manto de dudas legítimas, yace un núcleo de posibilidad que no debemos dejar escapar. Esta administración, más allá de sus tropiezos iniciales, representa una oportunidad histórica para reconducir el rumbo del país. La promesa de rescatar una institucionalidad erosionada, de declarar una guerra sin cuartel a la corrupción endémica y de instaurar una transparencia radical es el faro que puede, y debe, guiar este periodo.

Resulta profundamente injusto, y hasta contraproducente, que no hayan cumplido un mes en el poder y ya se escuchen voces que corean el fracaso. El coro de los “si hubiera” es un ruido estéril que paraliza: “si hubiera ganado el otro”, “si fuera presidente Pepito, ya estaríamos salvados”. Este ejercicio de ficción política ignora la realidad más contundente de la democracia: las otras opciones perdieron. Los votos, por las razones que fuesen, no les alcanzaron. Sumar más votos, en una elección presidencial, no es un detalle técnico; es la esencia del veredicto popular. El binomio Paz-Lara fue el elegido, y sus actos, y no las suposiciones sobre lo que pudo ser, son lo que ahora nos compete evaluar.

Aquí radica el meollo de la cuestión reflexiva: la obligación ciudadana trasciende los amores o desamores partidarios. La polarización, el rencor o la lealtad ciega son lujos que un país en crisis no puede permitirse. Hoy, el Presidente es Rodrigo Paz y el Vicepresidente es Edman Lara. La pregunta crucial no es si fueron nuestra primera, segunda o tercera opción. La pregunta es: ¿estamos dispuestos, como nación, a permitirnos la posibilidad y de acompañar para que tengan éxito?

Apostar por una nueva y mejor Bolivia no significa una aquiescencia ciega ni una renuncia a la crítica. Al contrario, la crítica constructiva, vigilante y fundamentada, es más necesaria que nunca. Pero significa separar el grano de la paja: diferenciar el error genuino de gestión—propios de cualquier inicio—de la malevolencia o la incompetencia crónica. Significa dar un voto de confianza condicionado a la evidencia de un rumbo claro.

El camino por delante es arduo. Las dudas sobre las designaciones y la reestructuración del Estado deben ser respondidas con hechos, con resultados y con una comunicación clara por parte del gobierno. La confianza no se exige, se gana. Pero, como sociedad, tenemos nuestra tarea: observar con rigor, pero sin saña; esperar con paciencia, pero sin pasividad; y, sobre todo, mantener viva la esperanza de que, esta vez, el hoyo puede quedar atrás.

La apuesta está sobre la mesa. No es una apuesta solo por un gobierno, sino por el futuro de Bolivia. Exijamos, vigilemos, pero también demos espacio para que, de la bruma de estas primeras semanas, emerja la claridad de un rumbo que todos anhelamos.