El presidente electo Rodrigo Paz acaba de realizar una exitosa visita a Washington y reunirse con el secretario de Estado, Marco Rubio, y su segundo a bordo, el subsecretario Christopher Landau, un hecho sin precedentes en la historia diplomática reciente de Bolivia. Cabe destacar que Rubio también ejerce funciones como asesor de seguridad nacional, algo que no se veía desde la época de Henry Kissinger, lo que otorga un nivel de interlocución y relevancia excepcional a estos encuentros. Esta visita marca una oportunidad única para redefinir la relación bilateral y establecer una agenda concreta de cooperación estratégica transformadora.
Para aprovechar plenamente esta ventana de oportunidad, es urgente que Bolivia fortalezca su diplomacia. Esto implica nombrar un canciller extraordinariamente capacitado y pragmático, con una orientación basada en intereses concretos más que en ideologías, que conozca profundamente el sistema político norteamericano, tenga experiencia y credibilidad en Washington, y sea capaz de presentar de manera clara y proactiva las prioridades bolivianas en áreas de interés mutuo como migración, seguridad (narcotráfico), inversiones, comercio y democracia. Un canciller con estas características también debe tener una visión hemisférica integral y comprensión de la competencia geopolítica entre EE. UU., Europa y China, para negociar la mejor posición soberana para Bolivia.
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Del mismo modo, Bolivia necesita un embajador en Washington altamente preparado, con línea directa con el presidente y el canciller. El embajador debe ser capaz de interactuar con los más altos niveles del Congreso y del Ejecutivo estadounidense, respaldado por una embajada fortalecida con profesionales que dominen el inglés y puedan abrir el mercado estadounidense a las exportaciones bolivianas, además de atraer inversión privada directa.
También sería recomendable contar con el apoyo de una firma de cabildeo que mantenga abiertas las puertas de la Casa Blanca y facilite la interlocución estratégica en comités clave del Congreso, garantizando el respaldo legislativo y bipartidista a programas de cooperación y paquetes de ayuda financiera. Este mismo enfoque ha sido seguido con éxito por Argentina, El Salvador y Ecuador, que rápidamente lograron una presencia efectiva en la capital norteamericana. En este contexto, Bolivia podría beneficiarse de los contactos de empresas como Continental Strategy y Ballard Partners, con vínculos directos con el secretario de Estado, Rubio, y la actual jefa de gabinete de Trump, Susie Wiles. Colaborar con estos despachos ofrecería acceso a los círculos más influyentes del poder estadounidense.
Para maximizar la presencia en Washington y asegurar flujos de inversión privada de alto calibre, el nuevo gobierno debería considerar un acercamiento proactivo a la familia Trump. Ofrecer oportunidades claras de inversión en Bolivia podría abrir una poderosa vía de acceso político y financiero. El respaldo de figuras empresariales con conexiones políticas tan influyentes podría servir como un seguro de estabilidad y continuidad para los proyectos bolivianos, blindándolos frente a los vaivenes administrativos y garantizando atención privilegiada en círculos de poder clave.
La visita de Paz refleja la voluntad de acción concreta del nuevo gobierno boliviano, que ya ha establecido un plan económico en tres etapas, y subraya el interés de Estados Unidos en profundizar la relación bilateral. Una oportunidad inédita reside en la integración de Bolivia a las cadenas de suministro críticas de EE. UU., particularmente a través del near-shoring y la explotación responsable del litio y otros minerales raros. Las inversiones en el Salar de Uyuni, bajo modelos de coinversión público-privada transparentes, pueden posicionar a Bolivia como un socio crucial en la transición energética global. Estas iniciativas se articulan con los intereses estadounidenses en seguridad regional, cooperación económica y control de la migración, consolidando así una agenda de beneficio mutuo.
Más allá de la alta política, para que la alianza sea sostenible, se debe impulsar una “diplomacia ciudadana”. Esto implica revitalizar los programas de intercambio educativo y cultural, fomentar el turismo binacional y crear mecanismos de diálogo continuo con la diáspora boliviana en Estados Unidos. Estos lazos humanos y culturales refuerzan la base de la relación, asegurando que el compromiso no dependa únicamente de las administraciones de turno y contribuya a una cooperación más profunda y perdurable.
En definitiva, nombrar a los líderes diplomáticos adecuados, fortalecer la embajada en Washington, asegurar apoyo de alto nivel —incluyendo estrategias de cabildeo y acercamiento a socios influyentes como la familia Trump— y desarrollar estrategias de inversión y comercio es clave para aprovechar esta ocasión histórica y convertir las promesas de cooperación en resultados concretos y sostenibles. Bolivia tiene ahora la oportunidad de convertir la renaciente relación con Estados Unidos en una alianza estratégica real, duradera y transformadora.
