Juan Cristóbal Soruco Q.
El cuestionamiento al trabajo periodístico en este largo proceso electoral ha sido permanente. La causa fundamental ha sido el uso –o los intentos de uso—tanto de medios y periodistas en favor de los contendientes, como de las redes sociales para atacar a los contrincantes con mentiras y medias verdades afectando incluso las dignidades personales, en campañas ejecutadas por… profesionales que se reclaman cercanos al periodismo.
Sin negar la validez de esa percepción y la necesidad de reflexionar al respecto, se puede afirmar que lo ocurrido en esta larga campaña electoral en el campo periodístico es consecuencia –no causa—de que este oficio atraviesa una crisis de antigua data y para remontarla se tiene que analizar los diversos factores que la han provocado. Y como se trata de debatir sobre un tema que afecta directamente a la ciudadanía, es pertinente sacarlo del ámbito exclusivamente gremial.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Creo que son tres las fuentes principales de la crisis. En orden de importancia, la primera es la aparición de la internet y las redes sociales que han transformado radicalmente el oficio periodístico. En un principio cundió en el ámbito de los operadores de la comunicación (periodistas incluidos) la esperanza de que aquello que veíamos como una utopía (“proyecto deseable, pero irrealizable”) se podía hacer realidad: el diálogo entre seres humanos con similares condiciones. Así, se podría despedir para siempre el esquema de lo que se denominó “información vertical”: un emisor que siempre habla frente a un receptor que sólo escucha.
Vana ilusión. Rápidamente, las redes fueron copadas por operadores de intereses de diversa índole transformándose nuevamente en escenarios de una relación vertical, con una agravante: la masiva difusión de desinformación, con un gigante nicho de personas que se convierten consciente o inconscientemente en sus principales irradiadores y creen además que son verdades lo que ayudan a difundir.
En ese contexto, aparece el tiempo de las pérdidas: los medios “tradicionales” pierden sus audiencias y dinero, y se insertan en la dinámica que imponen las redes en perjuicio de audiencias que, a su vez, pierden canales alternativos de información que podrían ayudar a conocer mejor su realidad, y los periodistas que pierden espacio ante la aparición, además, de “influencers” (“personas que crean contenido en línea y tienen una audiencia significativa en redes sociales”) que saltan a la celebridad generalmente sin básicos niveles de formación en el oficio, munidos de audacia y mediocridad.
Una segunda fuente de la crisis es la experiencia del proyecto de cambio impulsado en el país por el MAS, que intentó convertir al periodismo en una simple correa de transmisión de información centralizada y al servicio de sus líderes, para lo cual reintrodujo en la sociedad una falsa premisa: que el periodista debe identificarse con una propuesta que se reclama popular. A partir de esta, la prebenda y el castigo pasaron a ser parte esencial del trato con el periodismo en general, limitándose al máximo el acceso a la información pública y la investigación independiente.
La gestión del MAS posibilitó, además, la tercera fuente de la crisis: el refuerzo de las tendencias corporativistas que se traducen en asumir toda crítica como una agresión, creer que cumplir normas legítimas de trabajo es censura y que crezca la idea de que los derechos corporativos están por encima del de los demás y las obligaciones circunscriptas a las que los gremios las consideran tales.
Sin embargo, lo positivo de la actual situación es que entre quienes hacemos periodismo (incluidos los jubilados) surge la demanda de debatir sobre nuestro papel, no como un ejercicio de expiación ni autoflagelamiento, sino para recuperar el oficio en un tiempo en el que pareciera que por la adhesión y presión políticas, la revolución tecnológica, las necesidades económicas, los intereses particulares, la mera flojera de capacitarnos en forma permanente, hacen que nos vayamos olvidando de los principios básicos que guían la profesión, sobre los que debe girar la obligación de repensar y recuperar la profesión.
