Transición en Bolivia: la política sin el MAS


Gustavo Pedraza y Luciana Jáuregui analizan cómo el desplazamiento del MAS redibuja el mapa del poder en el país.

Por Pablo Deheza

Fuente: La Razón



Las elecciones que desplazaron al MAS de los espacios formales de poder marcan más que un cambio de gobierno. Según el análisis convergente del abogado y exministro Gustavo Pedraza y la socióloga Luciana Jáuregui, Bolivia atraviesa una reconfiguración estructural del campo político donde los viejos ejes de confrontación (masismo-antimasismo) ceden paso a nuevos clivajes, los actores se transforman radicalmente y el país enfrenta el dilema de cerrar una transición iniciada en 2019 o prolongarla en un escenario de conflicto e inestabilidad.

El colapso del sujeto masista

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La magnitud del cambio es contundente. Eduardo del Castillo obtuvo una votación mínima, Andrónico Rodríguez quedó sin senadores, y el voto nulo que pidió Evo Morales resultó irrelevante. Pedraza es categórico y afirma que “definitivamente el MAS va a estar desplazado formalmente del poder, en todo sentido”. Entonces hay que redefinir conceptos e ideas sobre lo que será el nuevo oficialismo y su oposición en los próximos cinco años.

El proceso, sin embargo, no comenzó la noche electoral. «La descomposición del sujeto histórico empieza en 2011, con la ruptura del bloque, con el desprendimiento de los pueblos indígenas de Tierras Bajas. Después, en 2016, con la derrota de Evo Morales en el referendo» del 21F, explica Pedraza. Cada uno de estos momentos fue «una evidencia, un síntoma de la descomposición, acentuándose el desobedecimiento a las reglas democráticas».

La situación entró en fase terminal en los últimos años, «cuando se agudiza la crisis económica, se vende el oro, se incrementan los subsidios para los combustibles, y finalmente ya se toca fondo».

El resultado es una inversión del poder masista. «El bloque orgánico del MAS está en torno a Evo Morales y es latente. No ha desaparecido. No tiene representación en el campo político formal de la Asamblea Legislativa, pero tiene presencia territorial», señala Pedraza. «Antes tenía una representación mayoritaria en el Congreso y tenía también una representación territorial. Ahora solo se refiere a la presencia en el campo territorial. Muy disminuido, pero no desaparecido.»

Jáuregui contextualiza este colapso en términos más específicos. «Coincido en el sentido de que la transición se inicia en 2019, pero no necesariamente como un parteaguas, sino como una implosión de contradicciones sociales que acumuló el propio proceso de cambio, un proceso de vaciamiento del proyecto de izquierda, del masismo por sus propios errores políticos.»

La paradoja es que «el MAS había producido una nueva formación social a la que su proyecto político ya no podía responder». El cambio generacional, el giro territorial hacia Santa Cruz y las ciudades intermedias, y el ascenso social indígena crearon una Bolivia que ya no cabía en el proyecto masista.

Más allá del masismo-antimasismo

Jáuregui identifica la transformación fundamental: diciendo que «estamos asistiendo a una reconfiguración estructural del campo político. Están cambiando los actores, las reglas de juego, las estrategias también de estas fuerzas políticas e inclusive las cuestiones que están en disputa.»

El primer cambio es conceptual: «Hay un agotamiento de ese clivaje masismo y antimasismo que ha estructurado las últimas décadas y en cambio aparecen otros clivajes». La socióloga enumera cuatro ejes de confrontación emergentes.

Primero, «el eje élite-pueblo que ha organizado la elección y me parece que va a seguir organizando este ciclo político». Segundo, «el clivaje Estado versus mercado». Tercero, «el clivaje República-Estado plurinacional». Y cuarto, «posiblemente se instalará en términos de gestión el clivaje orden-inestabilidad, que también va a ser organizador del nuevo gobierno».

Pedraza observa las consecuencias prácticas. «Hemos visto agendas confrontadas desde el campo social, pero agendas similares desde el campo político. Me refiero a las propuestas, a los discursos que tenían tanto Jorge Quiroga como Rodrigo Paz antes del 19 de octubre».

La sociedad boliviana emergente, según Jáuregui, ya no es binaria. «Tenemos una sociedad en términos sociológicos que a grandes rasgos se divide en tres, también a nivel político: élite de clases medias tradicionales, el indígena campesino y lo urbano popular que está en ascenso».

Y hay un elemento que no debe pasarse por alto. «A veces nos olvidamos de la centralidad del voto nulo. Al final de cuentas nos está mostrando la pervivencia del indígena campesino también articulado en torno al evismo. Habrá que ver hasta dónde, pero que sigue siendo un actor con fuerza y con capacidad de movilización, tal vez el único actualmente activo», sostiene la socióloga.

PDC y el tecnopopulismo

El triunfo del binomio Paz-Lara no representa la consolidación de una nueva hegemonía, sino una respuesta circunstancial a una vacancia histórica. Jáuregui es clara y sentencia que «el PDC es una fuerza política artificial, que carece de una base social propia, que al contrario está de alguna forma arbitrando entre diferentes corrientes sociales que se están disputando la orientación de la transición política».

La legitimidad del PDC, explica, «no emana de atributos propios, sino de una circunstancia específica en la que había un agotamiento del MAS, pero también una imposibilidad de la derecha tradicional de hegemonizar el país. En esa vacancia, en ese desgaste de las fuerzas políticas tradicionales, es que se habilita un espacio para el PDC».

La fórmula del éxito fue una simbiosis estratégica. «Es una combinación de los dos, en algo que yo llamaría como una suerte de tecnopopulismo: una veta populista vía Lara y una veta tecnocrática vía Paz. Esa combinación es la que ha habilitado la posibilidad de que ellos ganen».

Jáuregui detalla la evolución. «Mientras en la primera vuelta Edmand Lara fue decisivo, en la segunda más bien se lo repliega y Rodrigo Paz es el que aparece en primera línea con el plan económico, todo eso que le había faltado en la primera vuelta».

Pero esta fórmula viene con tensiones estructurales. «Por un lado su votante es popular, ha ganado con votos exmasistas, pero por el otro lado va a tener que pactar a nivel de la Asamblea Legislativa Plurinacional con fuerzas de derecha y de centroderecha. Eso hace que tenga que estar permanentemente en negociación con sectores que son por su naturaleza contradictorios.»

El binomio mismo refleja esta tensión. «Rodrigo Paz representa este perfil tecnocrático asociado a las élites y Lara más bien a los sectores populares. Más allá de un problema de personalidad o un problema entre liderazgos, tiene que ver con esa tensión estructural del propio PDC», asevera Jáuregui.

Pedraza anota la carencia de un sustento orgánico sólido. «Percibo que hay ausencia de un nuevo sujeto histórico. El sujeto histórico que gobernó 20 años colapsó, implosionó, pero no se estructuró un nuevo sujeto histórico con una representación política orgánica», observa. El bloque social popular «si bien ha votado en este caso por Rodrigo Paz, no quiere decir que tenga una conexión orgánica sólida» con él.

El giro de agenda

Una de las tensiones más visibles es el cambio entre el discurso de campaña y las señales que emite el gobierno electo. Pedraza reconoce que «efectivamente, la agenda por la que se votó, en términos rigurosos, no es la misma que Rodrigo Paz está abordando ahora».

Precisa que «una cosa es la campaña electoral, donde se tiene que convencer, donde se tiene que ganar una elección, y otra cosa es el ejercicio del poder. Me parece que es natural la diferencia de discurso dada la diferencia de contexto. Aquí y en cualquier parte».

El excandidato vicepresidencial advierte que «hay que evitar que este cambio discursivo genere problemas estructurales al próximo gobierno. Estamos hablando de que puede ser que la gente que haya votado por una agenda que concibió diferente a la que se está implementando se ponga al frente».

«Estamos contemplando un cambio muy importante desde el 19 de octubre en la agenda que está priorizando Rodrigo Paz», señala Pedraza. «Vemos el giro en el escenario internacional, con esos acercamientos, la relación directa con Marco Rubio que hemos visto ahora en reuniones formales en Washington, y la definición de la relación con el ALBA».

El exministro es categórico sobre las implicaciones: «está claro que la agenda es absolutamente distinta a la que se estaba imprimiendo en el anterior gobierno. Vemos un gran cambio en cuanto a las relaciones internacionales y en cuanto a la labor de la economía y de la política en general.»

Jáuregui explica que el PDC logró algo que los herederos del MAS no pudieron: «el PDC ha sabido reinterpretar las demandas y valores populares en una clave más mercantil, conservadora, patriótica y religiosa». Pero advierte que «sería equivocado pensar que hay una representación lineal entre el PDC y los sectores populares. Más bien es una votación condicionada, que va a estar sujeta justamente a las políticas económicas que vaya haciendo».

El dilema de las coaliciones

La fragilidad estructural de los partidos políticos complica la construcción de coaliciones. Pedraza ve que “hay mucha fragilidad en las organizaciones y siglas que han concurrido a las elecciones. Sus estructuras orgánicas no son fuertes. Las dos siglas que concurrieron son siglas que han sido tomadas para esta elección».

La comparación con 1985 es inevitable pero problemática. «Una situación con grandes desafíos, como los que tiene el próximo gobierno, requiere de una coalición amplia y fuerte, como la que se construyó en 1985. La gran diferencia con ese entonces es que había estructuras orgánicas relativamente sólidas de los partidos, lo que ahora no hay por circunstancias históricas».

El abogado cruceño ve un panorama aún incierto porque «no sabemos todavía con certeza quiénes van a ser parte de la oposición. Eso está por verse. Pero desde ya Evo Morales y su entorno será lo más importante. Tampoco estamos seguros si Jorge Quiroga, pese a haberle dado la palabra de que va a apoyar toda la gestión, no se va a convertir en el principal opositor».

Jáuregui agrega otra capa de complejidad al señalar que ni Libre ni el PDC son realmente partidos consolidados, sino «catalizadores» de fuerzas sociales. «El PDC a los sectores populares, sobre todo esta dimensión que hemos visto mucho del urbano popular, que es un sujeto en configuración que se desprende del masismo y que está buscando un cauce político propio». Mientras tanto, «a raíz de Libre, pero también de Unidad, hay una vocación también de Santa Cruz de tener representación legislativa propia, fracturada, fragmentada ciertamente». La socióloga dice esto en referencia a los rubencistas que apoyaron a Tuto Quiroga y los camachistas que apostaron por Samuel Doria Medina.

Transición: ¿cierre o prolongación?

Pedraza plantea el dilema con claridad: «creo que la transición hacia un postmasismo empezó en 2019» y lo que debió terminar ese año se prolongó por «el tema del gobierno de transición (de Jeanine Añez) y su mala gestión, y obviamente la pandemia».

Ahora, el país está en un momento definitorio: «¿Vamos a tener en este nuevo periodo estabilidad, reactivación económica, ejercicio democrático, y va a haber una relación de sociedad-Estado en paz? Si es así, estamos iniciando un nuevo ciclo. Pero si no va a haber estabilidad, si no se van a resolver los problemas de la economía, de la política, si no se van a recomponer las instituciones, simplemente vamos a estar en la continuidad de este proceso de transición», sentencia el exministro.

La advertencia histórica del abogado es aleccionadora. «Los rasgos de los periodos de transición en la historia de nuestro país, desde hace más de 50 años, son dos: la inestabilidad y la violencia». El precedente de 1978-1985 muestra que «el periodo de transición duró siete años, y hubo más de siete presidentes, militares y civiles».

Jáuregui es menos optimista sobre los plazos. «No me animaría a pensar en menos de unos 10 años de transición política, donde se va a definir qué tipo de modelo de Estado queremos». Y añade una advertencia inevitable: «si no se produce esa síntesis entre los actores del ciclo pasado y el nuevo modelo económico, político y cultural, estamos entrampados en una transición mucho más prolongada, conflictiva y hasta violenta».

La socióloga explica que “muchas veces justamente los escenarios de ausencia de hegemonía se tratan de suplir con relaciones de fuerza, que en realidad lejos de ser un síntoma de fuerza son más bien una señal de debilidad».

La eficacia como legitimidad última

Ambos analistas coinciden en que el futuro dependerá menos de los discursos que de los resultados concretos. Pedraza es enfático al indicar que «dependerá de la eficacia de cada una de las acciones gubernamentales, porque la política es el producto fundamentalmente de las acciones y no solo de los discursos. El discurso es relevante en determinados contextos, pero la acción y el resultado de la política pública es lo que define si la legitimidad de un gobierno persiste y se fortalece o se debilita».

El exministro reconoce que el gobierno parte con un activo valioso. «Se percibe algo que es importante para cualquier gobierno: la confianza. La sociedad está dando confianza, hay esperanza y voluntad del presidente de mantenerse en contacto, de conectarse con los sectores, tanto los actores de la economía formal como los actores de la economía informal».

Pero la confianza es solo el punto de partida. Jáuregui señala que el desafío histórico del PDC radica en «cómo incorporar al proyecto neoliberal a los sectores populares e indígenas, reconociendo su capacidad como sujetos políticos, sujetos económicos también, y la identidad cultural, que ha sido muy fuerte».

El examen será concreto. «Dejemos que sean sus actos los que comprueben cuál es su verdadera orientación. Que no sean solo las palabras, porque, efectivamente, en la política el valor mayor es el acto, no tanto el discurso», sostiene Pedraza.

Bolivia enfrenta una encrucijada histórica. El MAS colapsó, los viejos clivajes se agotaron y emergen nuevos ejes de confrontación. El gobierno de Paz y Lara tiene la oportunidad de cerrar una transición o condenar al país a más años de inestabilidad. La diferencia la marcará su capacidad de construir síntesis donde ahora solo hay tensión, de generar estabilidad donde predomina la incertidumbre, y de transformar la confianza inicial en resultados que legitimen un nuevo momento histórico.

Fuente: La Razón