Una nueva era comienza, hoy Bolivia respiró distinto


 

No fue solo la posesión de un presidente y un vicepresidente; fue el final de un ciclo y el inicio de una etapa en la que el país quiere volver a creer. La llegada de Rodrigo Paz y Edman Lara marcó el comienzo de una nueva manera de entender el poder: no como privilegio, sino como servicio.
Dentro de la Asamblea, el ambiente no era distinto. Rostros nuevos, miradas firmes, entusiasmo genuino. Una Asamblea renovada, sin el peso de los viejos discursos, con gente que no llega a confrontar sino a construir. No son opositores de ideología, son bolivianos con visiones diversas que comprenden que el país solo avanza cuando todos empujamos en la misma dirección.
El discurso de Rodrigo Paz fue un llamado a la unidad. Habló de familia, de fe y de trabajo con una elocuencia sencilla, sin estridencias ni promesas imposibles. A su lado, Edman Lara proyectó esa serenidad y fuerza tranquila de quien entiende la magnitud del reto. Juntos representan la combinación que refleja la Bolivia diversa: experiencia y juventud, institucionalidad y calle, visión y cercanía.
Afuera y luego de la posesión, la Plaza Murillo se vistió de tricolor. Había una emoción difícil de describir: el rumor de las banderas, las voces que coreaban con orgullo, las miradas que buscaban al balcón para verlo salir al flamante presidente, para saludarlo. Gente de todas las edades —jóvenes, madres, abuelos— aguardaban con una fe que no se compra ni se fabrica.
No era solo el entusiasmo por un cambio político; era la certeza de que algo profundo se estaba moviendo. Después de años de desgaste, de fracturas y desconfianza, hoy el país volvió a reconocerse en su propio reflejo.
Y mientras se mostraba las cisternas entrando al país como símbolo del cumplimiento de la palabra dada desde el primer día, el aire se llenaba de esa sensación inconfundible de que esta vez estamos en el camino correcto para salir adelante. Que los hechos acompañan al discurso. Que la fe vuelve a ser acción.
No se trata de euforia. Se trata de esperanza madura, de la convicción de que la política puede recuperar la decencia. Que la patria puede volver a ser de todos.
Lo que se vivió hoy no fue un acto más. Fue un punto de inflexión.
Porque cuando el país entero se une en torno a una idea —la de reconstruir lo nuestro con fe, trabajo y unidad—, la historia cambia de rumbo.
Hoy comienza una nueva era.
Y esta vez, sí se siente de verdad.